Por Javier Pérez

De Roma con amor (To Rome with love, Italia-España-EU, 2012) es un divertimento. Con un reparto estelar, Woody Allen segmenta el filme en cuatro historias inconexas entre sí que va soltando y retomando sin dejar del todo claro el paso del tiempo. Es, digamos, una antología fílmica que no apuesta por una dirección múltiple y cae en manos de un solo hombre (y no como un ejercicio similar titulado Historias de Nueva York, ése sí colectivo). Es una película entretenida que, sin embargo, resulta menor en la filmografía del cineasta neoyorquino. Incluso dentro de la trilogía europea de la que forma parte junto con Medianoche en París y Vicky Cristina Barcelona.
A De Roma con amor la gobierna el absurdo, que los actores asumen con una solvencia y naturalidad que se agradecen. Pero este absurdo, por mucho que lo parezca, Allen –guionista como suele de sus propios filmes– no se lo toma a la ligera y lo aprovecha para hacer filosos comentarios a partir del comportamiento de sus personajes y las situaciones que les rodean: el amor efímero, la fama efímera, el éxito efímero, el recato efímero. A final de cuentas, la condición humana.
Con una tonadita pegajosa como leit motiv y el empleo de un narrador omnisciente (un agente de tránsito medio descuidado en su chamba), Allen deja claro desde el principio que su intención es mantenerse al borde del precipicio, a punto de desbarrancarse entre tanta situación extravagante. A Allen le sienta bien este entorno. Y a su reparto lo dirige bien por estos retruécanos de una farsa inteligente.
La historia más redonda de las cuatro que integran De Roma con amor es precisamente en la que participa el propio Allen, como el padre de una estadunidense (Alison Pill) que ha encontrado a su media naranja (Flavio Parenti) en la capital italiana (momento que arranca las historias). Este típico gringo prejuicioso y jubilado llega a Italia junto con su esposa (interpretada por Judy Davis) para conocer a sus consuegros, pero descubre un talento oculto en el padre del novio y dueño de una funeraria: tiene una portentosa voz de tenor que sólo es capaz de sacar a relucir mientras se baña. Jerry, como se llama el personaje de Allen, inmiscuido en el mundillo de la música clásica se propone explotar ese talento desatando un conflicto con su yerno.
La historia más floja quizá sea la que involucra al enamoradizo estudiante de arquitectura Jack (Jesse Eisenberg, de Red social), un joven estadunidense que debe atender a la amiga de su prometida Sally (Greta Gerwig), la actriz deprimida y desinhibida Monica (Ellen Page). La aparición de Alec Baldwin como un prominente arquitecto que vacaciona en la ciudad y que luego parece un fantasma, la conciencia de Jack o el hombre que recuerda su pasado estudiantil en esa ciudad acaba por enrarecer el ambiente. Sin embargo, es la historia en la que Allen toma más tiempo para mostrar los emblemas arquitectónicos de Roma.
El mejor personaje lo interpreta la española Penélope Cruz: la escort Anna que llega a la habitación de hotel incorrecta y tiene que seguir el juego de su “cliente”, un joven recién casado que está en la ciudad para reunirse con sus parientes acaudalados y supuestamente ultraconservadores que le darán empleo. Su esposa, en tanto, está perdida en la ciudad en busca de una estética pero que en su andar encuentra otras cosas.
Y la otra historia involucra a un hombre común (Roberto Begnini) que, de la nada, se convierte en celebridad.
De Roma con amor no es la mejor película de Allen, pero por lo menos es divertida, un fresco bálsamo audiovisual.