Por Alejandro Alemán

En Love and Other Drugs, Jamie (Jake Gyllenhaal) es un exitoso vendedor (de esos que no reciben un no como respuesta), representante de la firma farmacéutica Pfizer. Para promover sus muestras con los doctores, Jamie hará de todo, incluso seducir y llevar a la cama a las enfermeras y secretarias de los hospitales.

En algún momento Jamie se hace pasar por adjunto de un médico y es ahí donde conoce a Maggie Murdock (Anne Hathaway), quien con toda confianza enseña uno de sus pechos a los doctores -y también a la cámara-, para una revisión exhaustiva y entusiasta por parte no sólo de los médicos, sino de todos los que nos encontramos en la sala de cine.

Maggie y Jamie son el uno para el otro, ninguno de ellos quiere un compromiso y ambos están convencidos del poder curativo del sexo, por lo que vendrán muchas más escenas donde Hathaway nos hace el regalo de mostrar sus pechos a cuadro, con el beneplácito de toda la audiencia (para ustedes chicas, está el trasero de Jake Gyllenhaal, no sé si eso sea suficiente, pero ni modo, es lo que hay).

Toda esta fiesta sexual -rara en una comedia que suponíamos era una chick-flick- que sucede con música de Garbage, FatBoySlim o Regina Specktor de fondo (la cinta está ambientada en los años 90), termina repentinamente cuando nos enteramos que Maggie padece de una etapa temprana de Parkinson y que día a día va empeorando. Lo que inicia como una divertida y bien lograda comedia, termina con un drama que por la seriedad de su tema (el Parkinson no es una enfermedad fácil de sobrellevar) nos hace sentir completamente fuera de lugar: hace un momento gozábamos de los pechos de la Hathaway y ¿ahora pretenden que llore por su desgracia?

Love and other Drugs se siente como un gran desperdicio de talento. Gyllenhall resulta jocoso en su papel de womanizer profesional; Hathaway (ya despojada completamente de la imagen virginal de sus primeras cintas) lleva con dignidad el paso de comedia sexual a drama lacrimógeno.

El problema es que esta cinta es esquizoide, por mucho que el mensaje moral sobre la permanencia con la pareja y los costos del amor sea válido -y hasta cierto punto conmovedor-, no deja de ser de mal gusto el rumbo final que toma la cinta. Es como si te hubieran invitado a una fiesta que al final terminara -de manera premeditada- en un muy triste funeral. Caray, tan bien que nos la estábamos pasando…