Por Josue Corro

Cuando se habla de cine español, el primer

nombre que viene a la mente es el de Pedro Almodóvar. Afortunadamente, la

industria ibérica ha crecido exponencialmente en calidad y cantidad de

cineastas: Amenábar, León de Aranoa, Trueba, Bayona, Coixet. Y a partir de esta

semana, Daniel Monzón entra con el pie derecho dentro de esta elit (no sólo por los 8 premios Goya que ganó. Entre ellos Mejor Película, Director, Guión y Actor). Y me atrevo

a decir que su Celda 211, se encuentra

entre las cintas europeas más importantes e impactantes de los últimos diez

años.

Monzón regala una cinta que rebasa y fusiona géneros;

él no se centra en narrar una historia, su gol principal es que nos hagamos

partícipes de un mundo claustrofóbico, donde somos partícipes de la acción. Su

maestría detrás de cámara tiene una clara influencia de grandes maestros del suspenso

como Hitchcock, de Palma o Sturges, quienes empleaban un recurso muy sencillo

(y que Monzón emula perfectamente): dentro del caos, la manera en que

recordamos nuestra humanidad, es conociendo y preocupándonos por los protagonistas.

En este caso son dos hombres los que cargan con

el peso narrativo del film, dos antagonistas que rayan en la doble moral. El

primero es Juan Oliver un joven guardia de una cárcel, quien decide conocer la

prisión horas antes de su primer día de trabajo. Gran error: esa mañana se ha

desatado un motín, y Juan después de un accidente, queda inconsciente dentro de

una celda vacía. Cuando despierta se da cuenta de la situación y decide hacerse

pasar por un prisionero más, hasta que se resuelva la situación y sea rescatado.

Gracias a su conocimiento sobre las técnicas policiales durante motines, logra

ganar la confianza de Malamadre, el líder de los prisioneros, y el segundo

personaje más importante de la cinta. Este criminal, con barba tupida, cabeza

rapada y voz cavernosa, parece ser un villano unidimensional, que utiliza la

fuerza como leif motif de sus acciones. Sin embargo -y aquí radica uno de los

elementos más significativos de la película-, Malamadre es un hombre

comprometido que poco a poco revela sus verdaderas intenciones (grandísima la

actuación de Luís Tosar, enorme).

La tensión entre los dos protagonistas es el eje

narrativo que cimenta al film, más allá de las subtramas (el sufrimiento de la

esposa de Juan, los complots de los otros prisioneros, la burocracia de los

ministros de seguridad) lo que realmente importa es cómo Monzón nos lleva hasta

el clímax de su obra: el momento en que Malamadre se entera que Juan es un

policía. Y lo que ocurre después es simplemente una joya: una sutil redención,

justificada y memorable.

Celda 211 es una joya moderna del suspenso y

que trascenderá en el inconsciente colectivo más allá del poco tiempo que esté

en la cartelera: es una oda a la lealtad, a la fe y sobre todo, al poder humano

de salvación.