Cuando tenía 13 años, Darren Aronofsky ganó un concurso literario con un poema dedicado al bíblico Noé, y cuando a mediados de los noventa escribió una lista con las diez películas que quería rodar en su carrera, “Noé”, era una de ellas.

Así que en el momento en que los estudios de Hollywood le abrieron las puertas para rodar su primera producción de gran presupuesto, tras el éxito de “Black Swan”, que recaudó más de 330 millones de dólares, lo tuvo claro. “Para mi Noé ha sido una especie de santo patrón de mi vida creativa”, afirma, y “una de las historias más grandes de todos los tiempos”.

Aunque en la Biblia el episodio del diluvio universal ocupa apenas unos párrafos y Noé ni siquiera pronuncia una palabra, Aronofsky ha construido más de dos horas de película que podría encajar en ese subgénero apocalíptico tan en boga, eso sí, con una buena dosis de dramatismo, que por momentos le lleva a convertir al viejo profeta (Russel Crowe) en un auténtico fanático religioso.

“Así que al principio de la película Noé está lleno de odio, porque ve lo que los hombres han hecho, entre sí y al planeta, y a lo largo de la película aprende a ser piadoso”, añade sobre una cinta que también tiene, admite, una lectura ecologista.

La insistencia viene a cuento por la polémica suscitada en algunos países musulmanes, en los que se ha prohibido su difusión por considerar que contraviene los principios del Islam, en particular por la representación física de un profeta.