Por Carlos Arias

La ciudad de Mumbai (o Bombay, según su nombre tradicional) es la más cosmopolita y poblada de la India. Es también la más cinematográfica. En los cines de México se han visto desde la clásica Salaam Bombay (1988), de Mira Nair, sobre los niños que repartían té en los barrios populares, hasta la reciente Slumdog Millionaire (Quién quiere ser millonario, Boyle, 2009), en torno de la vida de los “slumdog” (o perro vagabundos, la casta más baja) en esa misma ciudad.

Es la ciudad de cine indio globalizado, capaz de llegar a todos los mercados. Una ciudad de Mombai que mezcla en dosis justas los elementos de denuncia de la pobreza y la miseria de la India, los rasgos exóticos y típicos con personajes marginales y una historia que toca las emociones de los espectadores de todo el mundo. Sin faltar un estilo realista, que registra los ambientes populares con una cámara nerviosa, “directa” y casi documental.

Esta vez se trata de Amor a la carta (The lunchbox, 2013), una historia escrita y dirigida por el indio Ritesh Batra, en una coproducción de India, Francia y Alemania. La historia gira en torno de los “dabba”, uno de los oficios característicos del lugar y que según la cinta son famosos mundialmente por la eficiencia de sus sistema. Hombres que recorren la ciudad montados en bicicletas para llevar de un lado a otro comida preparada en latas de aluminio desde las casas, preparadas por las esposas, a los lugares de trabajo, donde los reciben los maridos a la hora del lunch.

La historia de la película se desencadena cuando el orden se rompe y uno de los “dabba” confunde las viandas que prepara la bella Ila (Nimrat Kaur) y no se las entrega a su marido, sino a un viejo empleado de oficina Sudeep (Irrfan Khan), el mismo actor que ya apareció en Slumdog Millionaire como el jefe de policía golpeador, en la reciente Historia de Pi (2012) y hasta tuvo un pequeño papel en Salaam Bombay.

Sudeep es un viudo solitario, mientras que Ila es un ama de casa infeliz. Ambos son desconocidos entre sí, pero empiezan a intercambiar notas a través de las viandas, como un una especie de Facebook arcaico y folclórico, y terminarán envueltos e una historia de amor a la distancia que transforma sus vidas.

La trama está servida, como las mesas con comida tradicional que aparece a lo largo de la película. El amor como el “picante” de la vida y el dar y recibir alimentos como símbolo del afecto, justamente aquello que los protagonistas están buscando. La película inicia en un tono más duro y menos festivo que aquellas películas que tienen a la India como escenario y que han alcanzado de éxito global. Sin embargo, el realizador Ritesh Batra muestra su buena mano para ir desenredado la historia con buenas dosis de intriga, tal como las tomas del caos urbano de Bombay dan paso paulatinamente a la intimidad de sus personajes.