Por Alejandro Fuentes

Cuando La orquesta del Titanic apareció, en febrero, bastaron pocas horas para que se convirtiera en un éxito global de ventas. Conforme las semanas avanzaron, el disco se ha mantenido entre los más vendidos en iTunes, lo que confirma que prácticamente ninguno de los fans de los españoles se lo está perdiendo. La dinámica quizá se explica por un hecho: éste es un homenaje en varios sentidos, pero el principal es del público hacia los cantautores, pues luego de la larga gira de promoción y conciertos será difícil ver nuevamente junta a esta pareja que marcó muchas pautas de la música en español en la segunda mitad del siglo XX.

El disco tiene esa línea argumental que uno esperaría de la reunión de ambas personalidades: es inteligente e irónico en sus letras, pero también lleno de alusiones nostálgicas. De hecho, el título del disco, según han confesado los autores, tiene que ver con esa admiración por la orquesta del mítico barco, que, a pesar del hundimiento, siguió tocando (o al menos es lo que cuenta la leyenda). Y es ahí donde parece radicar su principal defecto (o virtud, para los fans): por momentos parece que el afán reivindicatorio es su motivación, y es más grande incluso que la música.

Es como si Serrat y Sabina compusieran desde la posición de críticos de un mundo decadente, lo cual no es nuevo en ellos, pero con el toque de irreverencia menos nutrido. Y este efecto se acentúa con los arreglos musicales; por momentos, sobre todo con las canciones más movidas, parece como si estuvieran cantando sobre las percusiones que los teclados electrónicos ya tienen programadas. En algunas canciones la instrumentación es, quizá deliberadamente, ochentera. Y un efecto que llega a ser molesto, por repetitivo, en varias canciones: al momento de la coda, antes de que las canciones terminen, suelen aparecer voces que hacen coros que se llegan a escuchar caóticos. “Canción de Navidad” es un ejemplo. Esto, no obstante, para la gente que hace el homenaje, es decir los fans de antaño o sus hijos, sin duda no es relevante. En todo caso, es un disco de colección, cuyo valor radica más en lo subjetivo.

Lo cierto es que para esas nuevas generaciones que apenas se acercan a ambos íconos de la música en español, éste no es el disco para iniciarse, pues si bien el lirismo de las letras sigue ahí, un poco empolvado, la instrumentación y arreglos suenan, para no decirlo con eufemismos, viejos. Quienes se hicieron fans de ambos con esas instrumentaciones sencillas y después vieron que su propia evolución los llevó a adaptarse a las necesidades de un mercado dominado por las disqueras, no extrañarán mucho. Sin embargo, ya sin la omnipotencia de las disqueras, quizá pudieron hacer un material que los (nos) regresara a esos orígenes, que no podrían sonar viejos, por la rabiosa originalidad que se salía de todas las modas musicales. ¿O será que sí lo hicieron y éste es, de alguna forma, su ideario musical hoy? Ya lo dirá el tiempo.