Promesas: en el plástico del disco aparecen referencias a figuras mayores como la de Tom Waits y Leonard Cohen (que, por cierto, siempre han sido misteriosamente vinculados por la prensa especializada). La portada resulta ser lo suficientemente hermética como para llamar la atención. La disquera, como sucede hoy en día, en realidad no da mayores indicios: en ella habitan horrores y delicias que van desde Broken Social Scene hasta Chikita Violenta. Hay que escuchar el disco.

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“Bad Ritual”, la pieza de inicio, tiene un buen juego melódico y entusiasma para lo que resta del disco; resaltan las ideas de un soul medianamente oscuro semejante al de los Tindersticks, dejando en claro a la vez de dónde viene la indicación que nos dirige hacia Cohen: la voz de Taylor Kirk es muy semejante.

Una vez que termina dicha canción, sencilla y normal para el entendido de la música popular, sorprende la inclusión de un episodio instrumental que bandea entre el experimento sonoro y el soundtrack cinematográfico. “Obelisk” se antoja como un movimiento valiente, que a su vez va perdiendo atenciones por ser, simple y llanamente, corto de miras y repetitivo. Uno no deja de pensar que, para experimentar, se necesita primero ser experimentado.

De ahí en adelante, el interés va desapareciendo conforme avanzan los minutos. Las ocho canciones restantes son genéricas y olvidables, de buena factura folclórica y cierto sentimiento, pero nunca lo suficientemente arriesgadas o propositivas como para gozar de trascendencia. Si bien los primeros minutos del disco cautivan (por algo se recuerdan los títulos y sus sensaciones), lo demás resulta ser un acompañamiento inconsciente a navegar el internet y hacer la tarea.

En suma, es el cuento de siempre en la actualidad: una banda menor, aprovechada de las duras circunstancias de la industria discográfica para lograr sacar un disco en la independencia. Uno de miles, de cientos de miles. Otro más.

Timber Timbre no logra nunca ser un grupo de referencias, dado que carece de mucha originalidad: no toma de sus influencias evidentes (Cohen, Tindersticks, Nick Drake, M Ward, etcétera) lo suficiente como para poder crear algo nuevo. Se queda ahí, en lo tibio, en lo soso, esperando ser escuchado por alguien que va a gustar del “rock” hasta los 30 años para después dedicarse a los éxitos radiales de su juventud.