Parece que fuera ayer cuando éramos unos pubertos granientos, con voz de Gallo Claudio y las hormonas fuera de control. Eran tiempos difíciles, nos sentíamos horribles, incomprendidos y no teníamos un varo más allá de lo que nos daban nuestros papás.

El que no sufrió bullying no tuvo infancia/adolescencia. Pero también había cosas chidas que extrañamos de nuestros tiempos de secu y aquí te dejamos algunas. ¿Te acuerdas?

Los chismógrafos

Aunque muchas de las preguntas eran ñoñérrimas como “cuál es tu color favorito” o “qué grupo musical te gusta más”, la cosa se ponía buena cuando llegabas a la parte de “quién te gusta del salón” o “menciona a alguien que te cae mal”. Ahí sí, el cuadernito le hacía honor a su nombre y el chisme caliente se ponía bueno. ¿Cómo olvidar la “hoja libre” donde algunos ponían dibujitos o los más osados pegaban cosas como condones? D:

 ¡Pu**s las de la tarde!

Los mensajes anónimos en los baños eran un clásico. Encontrábamos joyas como “pu**s las de la tarde, menos Nayeli de Tercero E, ella sí es buena onda”. Por lo demás, también había declaraciones de amor y amistad. No faltaban los corazones con iniciales o el “Daniela y Yoselin, amigas por siempre”. En los de los hombres la cosa era menos tierna, habían puros chostos dibujados y mensajes finos y elegantes como “Puto el que lo lea”.

Las revistas de ‘viejas encueradas’

En aquellos ayeres éramos verdaderos caldos de cultivo de sustancias químicas que nos tenían cachondos todo el tiempo. Ver videos porno en internet era impensable, en algunos casos porque todavía no llegaba al pueblo, en otros casos por la infame velocidad de las conexiones, así que había que conformarse con fotos.  Incluso resultaba mucho más práctico robarse las revistas de viejas encueradas del hermano mayor o del papá, mismas que llevábamos a la secu para verlas con los cuates o de plano intercambiar. Cabe señalar que a veces las páginas no se podían despegar porque traían engrudo incluido. ¡Ah, la juventud!

Los apodos de los maestros

Aunque ahora está de moda evitar el bullying, en nuestros tiempos nadie le decía así y teníamos que aguantar el calzón chino y el ligazo con cáscara de naranja como verdaderos héroes. Sin embargo, ¿a los maestros quién los protege del bullying? Quien no haya puesto un apodo a los maestros que tire la primera piedra. Ahí teníamos a “La Panal” porque pa’ nalgotas que se cargaba, o el Monomio, ese maestro de matemáticas con cara de chango. Por supuesto los últimos en enterarse eran ellos. Qué triste, de veras.

Personalizar la paleta de la butaca

La adolescencia es un momento de reafirmación en el que nos gusta ponerle nuestro sello personal A TODO. ¿Qué mejor manera de hacerlo que rayar la paleta de la butaca?  Ahí podíamos poner de todo: desde el nombre de nuestro “caldo” (JAJAJA, ¡CALDO!) hasta nuestra banda favorita. Y pobre de aquél que se sentara en nuestra butaca, era la peor ofensa que podían hacernos.

 Ponerle un toque ‘bien acá’ al uniforme

Mientras los chavos nos rayábamos la parte blanca de las suelas de los converse, las chamaconas le subían la bastilla a la falda para beneplácito de los muchachos calenturientos. Una forma de verse cool era pararse el cuello de la camisa, para denotar aliviane. Se lograba el mismo efecto quitándose el suéter y amarrándoselo a la cintura.

Los talleres

Eran nuestra esperanza de dejar de ser unos buenos para nada. En el taller de electricidad te enseñaban lo básico, a poner enchufes y sockets. En taquimecanografía te enseñaban a escribir con todos los dedos y en taller de conta enseñaban a usar una versión dinosáurica de Excel. ¿A quiénes de ustedes realmente les sirvieron el talleres?

Los acordeones

Chavo que no usó un acordeón para pasar un examen bien perro, no conoce la adrenalina. Y es que en nuestros tiempos no había smartphones para buscar las respuestas en internet y mucho menos te podías pasar las respuestas por Whatsapp. Nosotros teníamos que recurrir a cosas que iban desde ocultar papelitos con las respuestas en las mangas, hasta enrollar las respuestas en el tubito de plástico transparente de la pluma Bic. Las chavas tenían un recurso extra: escribirse las respuestas en las piernas y subirse la falda para dejarlas al descubierto. A veces resultaba más fácil estudiar que arriesgarse a que te cacharan acordeón, pero ¿qué es la vida sin emociones fuertes?

Las tardeadas

¡Eran lo máximo! Nos tocó música buenísima, era el momento de escuchar The Rythm of the Night de Corona o La Tacha de Factor X. Uno tras otro bailábamos los éxitos de Techno Total y nos echábamos nuestros mejores pasos para ligar y terminar echándonos unos besotes en lo oscurito.

Los guamazos a la hora de la salida

Nuestro hervidero de hormonas nos tenía en estado casi cavernícola y con la agresividad a flor de piel. La energía que no gastábamos en la clase de educación física o en la cascarita del recreo, la invertíamos en las peleas afuera de la escuela. Los guamazos entre las chavas eran las mejores porque se agarraban de los pelos y se quedaban trabadas cual pitbull de pelea. La cosa terminaba cuando algún aguafiestas las separaba y era hora de irse a casa después de la intensa adrenalina.

Rayar la ropa con dedicatorias

Era el momento de abandonar la secundaria, de dejar de ser unos mocosos imberbes y convertirnos en prepos. Pero no podíamos largarnos sin pedirle a nuestros amigos que nos rayaran la camisa del uniforme y nos pusieran una bella dedicatoria. “Amigos forever”, “nunca te voy a olvidar”, “échale ganas” escribíamos, aunque en un par de años ya nadie se hablara y la camisa en cuestión terminara arrumbada en el clóset o de plano en la basura

El vals de salida y el momento de la clausura

A todos se nos salía el mocasín y la lágrima en la clausura. Y es que no podíamos hacernos a la idea de que ya no veríamos más a nuestros amigos, que nunca volveríamos a sentarnos en nuestra banca y que no volveríamos a echar la cáscara en el patio. El vals de salida casi siempre era una rola cursi y del año del caldo, o si las maestras se querían ver “modernas” nos ponían el tema de Titanic. Y literalmente siempre nos tocaba bailar con la más fea. O la más gorda, pero de bonitos sentimientos.

¡Ay, qué bonita es la nostalgia! ¿Qué otras cosas extrañan de sus tiempos de secundaria, queridos chilangos? Díganlo de su ronco pecho, que aquí los leemos con harto gusto y devoción.

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