Hace un titipuchal estuvo cerca la escuela de medicina de la UNAM y los alumnos que la visitaban la llamaron la Policlínica. “Oh Policlínica mis horas aquí fueron mis universidades”, “La inolvidable Policlínica como fuente de inspiración en los cimientos de nuestra educación” se lee en las placas en una esquina que no tiene precisamente la higiene de un quirófano. De esos dias, seguramente, los dueños aprendieron el arte de vendar y crearle así un brocado de cinta canela al vinil de las butacas, sanar la esquina de un espejo con masking tape o resucitar con cinta adhesiva un vidrio creando un diseño de inspiración telaraña.

También se ve la resignación: ninguna cantidad de cinta puede ayudar si falta todo un cristal. Para curarse, dentro de este portal del siglo XVIII también hay extravagancias como un mural al fondo en tonos apastelados con la Gran Vía, altar de San Juditas en la barra, una columna con luces fluorescentes verticales y con cortinita de ciertopelo que podría ser pieza de una galería en Niuyor, turistas francesas, caballitos tequileros con elegantes bases metálicas y si hay fut la tele y la rockola pueden estar conviviendo.