En un viernes todos están tan cómodamente amontonados en el exterior, protegidos por un pequeño techito y platicando con tanto gusto que uno quisiera acompañarlos. Adentro es más tranquilo y oscurón, con un enorme mural en tonos cafés de unos buques de vela realizado en ese gran material que es la marmolina. Las sillas y las mesas no han sufrido remodelación. Entra el bolero, hay rockola, pasa el del organillo. Hay parejas y una que otra familia desperdigada hasta en los televisores: una señora telezota en una esquina y sus hijas telecitas en las otras. La botana es buena pero teníamos la misión de caerle a la carne tártara de la carta. Las instrucciones de David Lida fueron muy estrictas y no podía ser preparada por nadie más que por Rubén López el capitán de meseros. Este hombre quien nomás lleva 15 años en su chamba, prepara el mentado platillo con harto ajo y le queda digna de una invasión. Los martes la botella te la cobran a mitad de precio, tiene su salón privado y hasta puedes rentar el lugar para tus reventones nocturnos.