Entrevistamos a Jordi Muñoz, CEO de 3DRobotics

'No se crean el próximo Steve Jobs'

Jordi Muñoz es un caso extraño en el mundo geek: rechazado dos veces por el IPN,   trabajó en un cibercafé y luego vendió tacos de pescado. Pero hace algunos años,   cuando rondaba los 20, se le ocurrió la idea de modificar un avión de radio control y mezclarlo con piezas de su consola de videojuegos: llamó la atención de Chris Anderson, gurú tecnológico y en ese entonces editor de la revista Wired, que aquella vez le financió unos cuantos dólares para que siguiera experimentando.

Hoy Jordi tiene 28 años, vive en Tijuana y es co-fundador (con Anderson) de 3DRobotics, una empresa dedicada al desarrollo y aplicación de drones: el último año tuvo ganancias por más de 10 millones de dólares. Tipo serio y discreto, se   mostró relajado cuando le advertimos que estábamos hablando de nerd a nerd.   Digamos que sacó su lado norteño. 

-Cuéntanos cómo fue tu niñez ¿eras el típico niño relegado?  

-Algo así: tuve mi primera computadora a los nueve años y creo que tengo la suerte   de ser de los últimos millennials que usó bicicleta. Fui el último de mis amigos en   tener internet, pero cuando lo descubrí me obsesionó. Todo el día estaba pegado y mi teclado era de esos enormes que sonaban clac-clac ¿no? entonces mi apá salía de su cuarto a desconectarme diciendo “¡déjame dormir ya, cabrón!”. Pero nada: me pasaba todo el día en la compu, le fregué y reinstalé el Windows un montón de veces… 

-¿Windows 3.11?  

-(Ríe) ¿Qué pasó? Windows 95, no estoy tan ruco. Eran otros tiempos: la neta ahorita   la web ya me da un poco de flojera, siempre fui muy de electrónica y de programación; me interesaba más saber cómo funcionaba el CPU y cómo se conectaba la RAM, que era lo difícil.

-Pero cuando Chris Anderson se fijó en ti, estabas muy clavado en los foros interneteros ¿por qué sobresaliste?  

-Probablemente por constancia. Yo estaba obsesionado con que quería hacer mi   maldito avión robótico, ni siquiera le llamaba dron en ese tiempo. Yo pensaba “uh, te   imaginas esa madre volando, yendo de acá pa’ allá”. Yo soñaba ¿no? Primero   estabilicé el avión, haciendo el software, hackeando. Me metía en los foros a mostrar avances y otros me decían “mira, te faltan estas cosas”. Lo hacía una y otra vez: luego me daba cuenta que todo lo que hacía era una babosada y volvía a empezar desde cero. Sin darme cuenta ya me estaba aventando jales muy pesados, nomás de estar clavado.

90327Jordi Muñoz.
Jordi Muñoz. (El Memo.)

-El mismo Anderson ha declarado que Tijuana es la única ciudad que puede superar en tecnología al resto del mundo ¿por qué lo diría?

-La verdad es que Tijuana tiene a la gente más interesante del país, la más open mind, allá están los mejores chilangos, los más locos. Y también está lleno de gente loca de   Guadalajara y de Sonora. El factor determinante es su situación geográfica, completamente pegada al norte. Hay gente como yo, con esa parte mexicana de   resolver las cosas con nada, nomás de puro ingenio ¡mi primer horno para hacer placas era un tostador de 300 varos!.

Allá ustedes los chilangos podrán tener a la mejor gente, a los mejores programadores, pero yo te digo: agarra a los tres mejores programadores chilangos y llévatelos a Tijuana. Pum. Van a revolucionar el sistema ¿por qué? Nomás porque allá todo es más fácil de conseguir, por estar en la frontera, tiene más ventajas. Aunque esta situación ya se está ecualizando a nivel nacional: en cuestiones de software ya no hay fronteras, ni pa’ qué les digo, lo mismo es en Tijuana, que en Oaxaca, que en Mérida. En software ya no importa, se programa igual de bien en todos lados. Se está poniendo muy suave, me gusta mucho.

-En México ocurre mucho que los alumnos de alguna universidad ganan premios de robótica o de ingeniería… y luego no pasa nada ¿a qué se deberá?  

-Porque no hay nadie que esté impulsando ese ecosistema. Esa es la clave. Siempre   debe haber una persona muy poderosa que está moviendo el sistema: en mi caso fue   Anderson. Esa persona no necesita saber programar y a veces ni pone dinero. Yo tenía la disposición de quedarme clavado varias semanas, no dormir, no tragar. Pero él se encargó de darle seguimiento “oye ¿cómo vas, cómo va tu proyecto?” etc. Es hacer equipo. Los chavos que ganan premios se decepcionan porque no hay apoyo,   no hay alguien que les dé coaching. Alguien tiene que crear el ecosistema y después   empujarlo.  

-Y en ese caso ¿quién tendría que ser el coaching? ¿las universidades?

-Podría ser el gobierno, siempre que haya un wey con visión. O alguien privado,   independiente. Mira, la realidad es que en México hay gente con dinero y hay gente   muy capaz. Nomás falta quien diga “a ver morro, vente, yo te ayudo, no te vayas para allá, no te creas el próximo Steve Jobs, no te creas el empresario, tú eres bueno en   esto y síguele”. Y no hay que ser tan gandallas. Algo que hizo Chris, fue ser justo: si   hubiera sido chilango me hubiera dicho “ten el 1%”.

-No te manches, Jordi, no te manches…  

-Ja ja ja, es carrilla, pues. No, la verdad es que él me dijo “vámonos al 50%” y se me   hizo muy cool ¿quién hace eso aquí?

-Pero ya que creció tu empresa ¿cómo vas a hacer para seguir haciendo lo que te gusta, que es programar?

-Mira, la única cualidad que me reconozco es que me gusta mucho la tecnología y sé   instintivamente qué va a pegar. Y le atino. Pero para ser sincero los chavillos que   están saliendo ahorita de EU, de México o del resto del mundo, me dan vuelta diez   veces. Ahorita estoy bien verde en comparación con las nuevas generaciones.

Aunque ya aprendí esa parte de hacer equipo, de ayudar a otros y algún día… algún   día, cuando las cosas con 3DR vayan bien, voy a agarrar un morro que me inspire y le voy a ayudar.

-¿Te ves repitiendo el ciclo?

-Sí claro. Tuve la suerte que alguien me ayudó y pues lo quiero regresar a México.   Hay unos emprendedores que conozco, uno que se llama Daniel Gómez, y es de los   morrillos que tienen talento. Me interesa pulirlo y si se queda con el 50 por ciento,   pues así debe ser. Es crear ese ecosistema, darle vuelta y hacer lo que me hubiera   gustado tener a mí cuando era más chico.

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