2. Por qué llegué a la Ciudad de México

La niña inquieta | Una columna semanal

La niña inquieta

[Nota del editor: Lo aquí publicado está basado en hechos reales, pero algunos nombres y situaciones han sido cambiados para proteger la privacidad de terceros. Los puntos de vista aquí expresados no necesariamente reflejan la opinión de Chilango o de Grupo Expansión.]

Si te perdiste la anterior entrega (1. Del sexo y mis otras adicciones chilangas) LEELA AQUÍ.

Mi llegada a México no fue fácil.

Debo admitir que las circunstancias de mi exilio de la capital parisina fueron algo particulares. Después de cuatro años en la Ciudad Luz, una mezcla de exceso de drogas, sexo y alcohol, algo de estrés y poco descanso resultó en un quiebre mental.

Delirio. Ambulancia. Internamiento en un hospital psiquiátrico. Blackout.

Desperté, todavía un poco sedada, en un cuarto compartido con dos señoras esquizofrénicas ya mayores –que me observaban sin emitir sonido alguno. Salí de la habitación en una bata que dejaba muy poco a la imaginación y me topé con una enfermera en el pasillo. Me preguntó si todo estaba bien. Me acordé que tenía que hablar en francés.

Luego de complejas visitas con psiquiatras y psicólogos la decisión fue que lo mejor sería que yo regresara a casa de mis padres, al entonces-llamado-oficialmente DF, donde ellos vivían desde hacía un par de años. Y desde entonces, mi vida empezó a volver a la normalidad.

Siempre me ha interesado el erotismo, milagro aún más seductor en una sociedad tan diversa y dividida como la chilanga.

Durante el primer año, viví en un penthouse de Polanco que arrendaban mis padres, con la querida señora de limpieza, el perro de la familia y el resto del séquito. Las dosis de ansiolíticos disminuían, al igual que las visitas con los doctores que aseguraban que los enredos en mi cabeza no serían para siempre. Encontré un trabajo decente y me empeñé en rehacer mi vida en esta ciudad que, a primera vista, puede parecer un poco caótica y asfixiante. Conocí gente, empecé a salir, a crear círculos de amigos, a compartir y a tratar de entender la sociedad chilanga.

Todo esto se los explico porque, durante este proceso de readaptación, pasé más de un año sin coger, y prácticamente sin masturbarme –fenómeno nunca antes visto desde que perdí mi virginidad en una isla colombiana a los 17 años (fiu… parece ser la edad promedio según la más reciente Encuesta de Sexo de Chilango).

Sí, soy muy activa sexualmente.

Sí, siempre me ha interesado el erotismo, milagro aún más seductor en una sociedad tan diversa y dividida como la chilanga.

Y por eso, final –e irónicamente– decidí adentrarme en él.

EL PRÓXIMO JUEVES les hablaré un poco de ellos; de los hombres que me ha tocado conocer: ¿Qué es lo que más les preocupa? ¿Qué es lo que quieren saber? Acá l@s espero.

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