Erika Romo Romo es colaboradora de la Dirección de Educación para la Igualdad Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM (CIGU)

Estamos en febrero, mes que alberga el Día del amor y la amistad, pareciera significar una temporada complicada y angustiante para las personas solteras. Y es que muchos de los festejos en torno a esta fecha, en realidad giran alrededor de la primera parte del festejo, es decir, se concentran en la parte “del amor”, que además suele entenderse como un amor específicamente de pareja.

Con ello, de alguna manera se deja fuera de las celebraciones a las personas solteras porque, aunque claro, existe la posibilidad de dedicarle ese día a las amistades, esa opción suele presentarse un poco en tono de resignación frente a la imposibilidad del “verdadero” San Valentín. Ahora, la pregunta en realidad es ¿esto tiene que ser así?, ¿en verdad la soltería representa una experiencia de incompletud, tristeza y frustración frente al escenario feliz y de realización personal que supone involucrarse en una relación sexoafectiva con otra persona?

Foto: Shutterstock
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El asunto es que estas sensaciones de quedarse fuera de ciertos eventos o dinámicas no ocurren sólo el 14 de febrero. De entrada, la soltería suele ser vista socialmente como una especie de etapa transitoria en medio de otros momentos de vida en donde sí se forma parte de una relación de pareja; momentos que, dicho sea de paso, son además, supuestamente, de mayor felicidad.

En otras palabras, tener pareja se muestra como el camino del éxito que lleva a la felicidad, mientras que la soltería es una situación que eventualmente ocurre, pero de la que hay que buscar escapar a toda costa y lo más pronto posible, o bien, hay que aprovechar para vivir sin las restricciones que conlleva tener pareja (bajo las normas que la heterosexualidad y la monogamia suelen traer consigo).

Pero incluso éste último escenario trae de fondo la idea de que, eventualmente -ojalá en un día no muy lejano- la soltería debe terminar. La soltería se nos pinta entonces como una condición idealmente transitoria y nunca elegida. 

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Así, las maneras en las que se viven y piensan las relaciones sexoafectivas tienen repercusiones no sólo en quienes forman partes de ellas, sino también en personas que somos solteras ya sea por amores o atracciones no correspondidos, por alguna suerte de incompatibilidad, por las implicaciones que puede tener el incumplimiento de los mandatos patriarcales de la belleza o de ciertos roles y estereotipos de género en el deseo que una persona siente por otra, o por elección propia.

¿Pero cómo afecta?

La realidad es que en un mundo que construye las relaciones de pareja como el vínculo más importante y el centro de buena parte de la organización social, no tenerla a veces significa no poder acceder a ciertas atenciones o cuidados. Esto no significa que las personas solteras no tengamos otras formas de amor y cariño en nuestras vidas por parte de nuestras amistades, familias, o algún otro tipo de vínculo; o que no experimentemos satisfacción por medio de otros proyectos vitales como nuestro tiempo de ocio, nuestra formación académica, nuestra vida profesional, etc., pero sí es verdad que se viven diferentes dinámicas.

Por ejemplo, pareciera que una persona que está en una relación de noviazgo tiene de alguna manera una persona acompañante por default para casi cualquier plan que se le ocurra hacer: ir al cine, tomar clases de baile, viajar, adoptar un perrito, etc.; mientras que una persona soltera tendrá que hacer varias gestiones entre sus distintos lazos afectivos para conseguir a una persona que le acompañe a sus distintos planes, o bien, asumir que quizá pueda hacerlos sola.

De igual manera, sabemos que habitamos tiempos de locura en los que la mayoría de las personas viven corriendo y haciendo malabares entre compromisos y que en medio de esa vorágine es muy común decirle a una amistad que no tuvimos tiempo de escribirle por días o no tenemos tiempo de verle pronto; eso es completamente válido y comprensible, sin embargo, vale la pena pensar que cuando se tiene una pareja suele ocurrir que por más que una persona se encuentre ocupada, tendrá al menos un breve momento al día para hablar con esa persona y no se plantean con tanta facilidad como con una amistad la posibilidad de no verse por semanas o incluso meses.

Foto: Shutterstock
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Estas y otras situaciones pueden llevarnos a quienes no tenemos pareja - de nuevo, aun cuando no la pensemos con una connotación negativa sino como una elección dentro del proyecto de vida - a vivir la soltería como una experiencia atravesada por cierto abandono y por un anhelo recurrente a “encontrar” una pareja.

Me parece entonces que esto nos puede llevar a preguntarnos qué es lo que se busca realmente cuando nos atraviesa el deseo de tener una pareja, cuando nos sentimos en soledad por no tenerla ¿la promesa de atención incondicional?, ¿una jerarquía que nos ponga como prioridad frente a otras relaciones?, ¿alguien con quien cucharear los domingos en la tarde? Y luego quizá podríamos preguntarnos también ¿Todo eso tendría que venir específicamente de una pareja o incluso de un ligue?, ¿podemos encontrarlo en otras relaciones?, ¿es justo esperar que una sola persona satisfaga nuestras necesidades afectivas, eróticas, intelectuales, etc.?

No se trata tampoco de glorificar la soltería como el -ahora sí de verdad- camino para realizarse, para triunfar profesionalmente sin distracciones ni obstáculos, o para llegar a la cumbre del amor propio; sino de cuestionar y replantearnos el lugar que le damos a diferentes tipos de relaciones eróticas y afectivas, así como a los proyectos de vida que construimos en torno a ellas. Quizá así, podamos caminar hacia sociedades con lazos comunitarios más sólidos donde todas las personas vayamos acompañadas y sostenidas.

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