Estimado Lic. Maussan. No: demasiada formalidad para dirigirme al hombre al que le debo la curiosidad del cielo nocturno. Así que te escribiré mejor así: estimado Jaime. Qué digo estimado: querido. Queridísimo Jaime Maussan: te escribo esta carta no con el cinismo que debería tener el cuarentón que soy, sino con la emoción y la curiosidad del niño de nueve años que pasaba las semanas deseando verte en la tele.

Te escribo con el mismo pasmo con el que te veía desmenuzar tantísimos detalles en videos de OVNIs, con la misma atención con la que escuchaba tu voz decir que este mundo nuestro es solo una fracción de lo posible (confieso: siempre pensé que cuando el SETI nos diera por fin la esperadísima noticia, los visitantes de otros planetas sonarían igual a ti).

Te escribo, admirado Jaime, para decirte que yo sí te creo. Y que no soy de esos hipócritas que tuvieron que esperar a la CIA para darte crédito. No me importa que los de la NASA digan que eres puro espectáculo (bah: como si la verdad no fuera capaz del asombro) o que la UNAM salga a intentar desdecirte. Te creo y te he creído siempre.

No necesité que presentaras ese maravilloso ser petrificado de Nazca frente al Congreso (tus detractores dicen que aquello fue todo una charlatanería, pero yo no me he cansado de decir lo contrario: quizá no probaste que se trata de visitantes de otro planeta, pero sí que hay cosas allá afuera que aún se nos escapan); no necesité que tuvieras el coraje que muchos no tienen para exigirle a todo un país (a todo un planeta) que dirigiera su atención a aquello que no comprendemos.

Las preguntas que llevas décadas haciendo, recortando el fondo chafa de Tercer Milenio, me dirigieron la vida. Verás, estelar Jaime: fue gracias a ti que pasé todas las noches de mi infancia esperando que una nave viniera por mí. Siempre fui un niño solitario, y en tu convicción de que existen otros seres que no son nosotros, imaginaba la posibilidad de que alguien pudiera acogerme.

Durante el difícil paso por el divorcio de mis padres (historia con la que no te aburriré), Jaime mío, fueron tus hallazgos los que me dieron alguna compañía. Más grande, ya con la edad para creerme escritor, empecé casi cada cuento haciéndome las mismas preguntas que tú plantaste en mi inconsciente: ¿qué es lo que no se ve normalmente?, ¿cómo puedo indagar en los recovecos de lo desconocido?, ¿cómo puedo minarle algo más al asombro, en este mundo tan aparentemente lleno de certezas?

Te creeré siempre, tenaz Jaime, porque tenemos a muchos que se saben de memoria sus oficios (la escritura, el periodismo, el acto de estar vivos), pero pocos se atreven a llevarlos más allá de lo políticamente correcto. Porque en este mundo de fronteras, de desigualdades, de estructuras dizque incuestionables, necesitamos más voces que nos digan que la realidad puede ser de otra forma. Te creo y te quiero, Jaime, porque necesitamos mucho menos el mundo que creemos tener, y mucho, mucho más, el mundo que tú llevas tantos años explorando.

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