Hernán – consultor – Casado 36 años – Anzures

Hernán abandonó el sueño con una gripa y un dolor de músculos que mató su erotismo. Cada mañana despierta con una erección que, más que un hecho anatómico, es un mensaje: yo, tu miembro, nunca duermo.

Moreno bronceado en playas vírgenes, brazos y hombros de gym, desde hace un año porta el anillo de su matrimonio con una caribeña que lo tiene poseído. Ese miércoles, al abrir los ojos y ver la luz apareció el deseo de su hábito: hacerle el amor. «La gripa no me dejó. Al menos una vez al día la deseo tremendamente», escribió en su bitácora.

Esa mañana, este asesor en el Senado de la República faltó a su trabajo y se instaló ante la TV en su departamento. Surgió en la pantalla una rubia argentina de 27 años.

«Me he deleitado con Julieta Prandi en el sketch La Nena. Es hermosa. La he llevado al rincón oscuro de mi imaginación para manosearla y despojarla de su vestido de colegiala, mientras bajo una cobija disimulo una erección (mi esposa podría ofenderse).»

Intrigada, abro Google Images y busco “Julieta Prandi”. Aparece una Barbie de ojos perdidos, boca lista para un beso largo y nalgas redondas como un durazno.

—¿Cuánto piensas en sexo? —pregunto a Hernán.

—Unas tres veces en la mañana. Tres a mediodía. Cuatro en la tarde y otras cuatro en la noche. Siempre. ¿20 suena bien?

Al hablar no oculta esa fuerza que oscila entre el bajo vientre y los ojos y que casi no se detiene en el cerebro. Si una mujer le gusta, admite, al instante le ve el trasero.

En su edificio suele toparse con una vecinita de jeans, una Lolita de la Anzures.

—¿Cómo es? —le pregunto.

—Una chica en su plena flor. Nalgona, cabello rizado negro, piel blanca y sensualidad. Le haría todo —murmura.

Está sometido sexualmente por su esposa, aunque da una cifra reveladora: en un año de casados “sólo” le ha sido infiel dos veces.

Le pido relatar la mejor escena sexual de su vida. No elige ninguna protagonizada por su cónyuge. Al contrario, su memoria selecciona a Fernanda, una chica de 19 años que conoció en una fiesta. Una escorpión, como él, que después de unos minutos de coqueteo le aceptó la propuesta de subir a su auto, estacionado en Santa María la Ribera.

«Metió su mano bajo mi pantalón y me besó fuerte. Me hizo uno de los orales más ricos de mi vida», describe Hernán, que le sugirió ir a un hotel. Fernanda le cambió el juego: «Mejor tu depto.» Avanzaron en la tibieza del coche hacia el sur, abrieron la puerta y fueron a la cama. Non-stop flight. «Desnuda era mucho más hermosa.»

Pronto, Fernanda decidió colocarse en cuatro puntos. «Tenía el culo más hermoso del mundo, y las tetas pequeñas y hermosas.» Después, ella se sentó arriba suyo y practicó, incontenible, lo que él llama “sentadillas”. Ella alcanzó un orgasmo furioso.

«Qué manera de venirse —dice Hernán y guardia un silencio—: se mojó como nunca nadie lo ha hecho.» El acto se había extendido por más de una hora.

Hernán se vuelca en su bitácora sexual por la noche. En el departamento contiguo gente va y viene haciendo reparaciones.

De pronto, un apagón lo silencia todo. Varios vecinos salen a hablar del tema. Su mujer lo advierte y se acerca a Hernán.

«Ella me abraza. Nada funciona mejor que los ritmos del erotismo. Lo hemos hecho en la mesa del comedor y en el sillón de la sala, sin prisas y en silencio. Desde este lado de la puerta mi esposa y yo hemos callado nuestros orgasmos, no por vergüenza, sino por intimidad. Luego he reanudado este texto, mientras mi mujer se ducha; ella que es ella, pero a la vez es todas las mujeres.»

—¿Cómo se callan los orgasmos?

—Simplemente se callan. Cada quien contiene los gemidos, suspiramos, trabajamos en un silencio.

Mientras su esposa se ducha, Hernán observa conectadas al messenger a varias con las que sostiene algún lazo sexual. Una es Mayra, chica sensual a la que conoció de soltero. «A la tercera vez de vernos cogimos desenfrenadamente. No sé por qué ya no lo no hicimos. Siempre coqueteamos en MSN, nos decimos las ganas de vernos y hacer mucho más que un saludo.»

También está Guadalupe, jarocha de 30 años.

—¿Cómo son las pláticas con ella?

—«Compré un chocolate para untártelo», «te llevaré un anillo vibrador para que me montes feliz.»

Él, pese a que ha tocado la piel y hablado de sexo con otras mujeres, se asume como marido fiel: «Al fin y al cabo —justifica—, mis fantasías culminan en el cuerpo de mi mujer.»