Jueves 11 de noviembre

Desde que anunciaron hace pocos días que ya estaba listo el Stret View en Google Maps, todo mundo se puso a buscar su casa, la casa de sus exes, la casa donde vivió de niño, la casa de Lindsay Lohan, etcétera.

En mi caso dí luego luego con mi domicilio: vi el helecho que tengo en la ventana y me di cuenta que el día que pasó el carrito de Google a tomar la foto, había dejado abierta la puerta de la alacena.

Por si las dudas, ya hoy la cerré.

En mi caso, la fascinación por las fotos satélitales me ha hecho pasar días enteros pegado a la computadora visitando todas las cordilleras del país. Como además puedes verlas en 3D con muy buena resolución y desde la perspectiva no de un satélite, sino desde una ventanilla de avión o incluso llegar al nivel del suelo y mirar hacia “lo alto” para contemplar las montañas, por ejemplo, o los edificios —que también pueden verse recreados en tercera dimensión—, entonces es casi como si visitaras los sitios en cuestión.

También se pueden hacer incursiones a la Luna y Marte, sitios a los que no creo pueda viajar en los próximos meses.

De acuerdo, se necesita ser muy nerd para pasarse horas ahí, pero, bueno, lo soy, ya ni modo.

Desde aquí van mis sugerencias a los que hacen Google, tal vez alguno entre mis cuatro lectores (¡hola, mamá!) sea uno de los programadores del Street View:

• Acerquen más las fotos de satélite: el día que pueda ver a las chicas en monokini tomando el sol en la playa, ese día los respetaré absolutamente.

• Pongan visión de rayos equis a sus satélites para poder ver por dentro de las casas… entre otros sitios.

• Ubíquenme y sáquenme la foto, prometo voltear para arriba y saludar y sonreír al satélite.

• Provean al ususario de armas virtuales de alto calibre para que destruya a su antojo los monumentos que se le antojen.

• Indiquen dónde anda en ese momento cualquier persona, así uno podrá stalkear a gusto a quién desee.

• Y ya.

Sugerencia como tema de conversación: las reuniones para ver la casa de los asistentes en el street view son completamente patéticas (casi como las reuniones de twitteros o de bloguers) y por eso, en cuanto te inviten a una, acepta y ve, total, patéticos ya somos todos.

Miércoles 11 de noviembre

No se pasen, marchantes

Nuestra civilización ha sido capaz de inventar la música, las matemáticas, los rayos láser, los televisores, los hornos de microondas, la telefonía móvil, los viajes espaciales, los vuelos supersónicos. Cómo es posible que no se nos haya ocurrido un dispositivo de protesta social que no sea marchar en la vía pública y entorpecer el tráfico vehicular.

Sobre todo porque ese invento sirve para cualquier cosa menos para lo que se supone que fue creado. O qué, ¿recuerdan alguna marcha que haya cambiado las cosas?

Las marchas sirven para ligarse a la compañera universitaria que está también en la lucha. Para ejercitar la capacidad de rimar consignas panfletarias. Para sembrar el caos en las vialidades. Para aparecer en la foto con los líderes políticos. Para llenar los noticieros y los periódicos con información sobre cómo tales personas protestaron y exigieron tales cosas. Para darse un baño de pueblo. Para sentir, ingenuamente, que uno es un ciudadano comprometido con las causas de los desposeídos. Para enfurecer a los automovilistas. Para violentar al resto de la gente bajo el pretexto de la no-violencia, que más bien es agresividad pasiva. Para mostrar el poder de acarreo que uno tiene como político. Para que el gobierno juegue a la libertad de expresión. Para que el gobernador muestre su poderío, o su magnanimidad. Para justificar el presupuesto del cuerpo de granaderos. Para fomentar el vandalismo. Para jugar a la guerrilla urbana. Para reflexionar, una vez más, si no será mejor mudarse a una ciudad más tranquila. Para creer que las cosas pasan. Fuera de eso, no pasan de ser actos poco eficientes. Como invento, resultan una monserga.

Sugerencia como tema de conversación: más que tema de conversación en sí mismo, es un buen pretexto para pasar el rato hablando de cualquier otra cosa. Ya no te enfurezcas, apaga tu auto, toma tu celular y mejor ponte a platicar de qué se organiza hoy en la noche cuando estas manifestaciones se terminen.

Martes 10 de noviembre

¿A qué famoso conoces?

Para algunas personas —quizá tristemente me incluya— el hecho de que alguien sea conocido de una celebridad es una especie de virtud.

—Te presento a Fulano. Es amigo de (inserta aquí el nombre de tu celebridad favorita)

—Yo una vez salí con (celebridad). Hasta le di unos besos.

—Yo conocí a (celebridad) cuando no era nadie, y ni quien se fijara en su presencia —aquí además, hay que hacer hincapié en que el hablante, por deducción, se considera a sí mismo como “nadie” y por lo tanto a ti también.

Lo más indicativo de nuestra ingenua condición humana es que, ante tales afirmaciones, la pregunta que casi siempre surge es:

—¿Ah, sí? ¿Y qué tal es, buena onda? —pregunta que presupone muchas cosas: envidia ante la posibil¡idad de que encima de tener fama además sea agradable; ganas de que por lo menos te digan que es insoportable, así que eso de alguna manera te dará cierta superioridad moral, que siempre compensa nuestra falta de atributos; y por último, la ilógica pero inevitable creencia de que el famoso de alguna manera tiene algo que no es humano. Ante esto, que sea buena onda, resulta un hallazgo, casi tanto como si te dijeran que ya se desarrolló un robot que tiene sentimientos.

La vida da vueltas y eventualmente uno cubre su cuota de 15 minutos de fama, o le toca conocer, en persona, a alguien famoso. Pero rara vez uno se vacuna contra ambos eventos.

Yo, en lo personal, tengo la fantasía de un día toparme con Lindsay Lohan y decirle, perversamente, que no tengo la más remota idea de quién sea ella. Y que ella, entonces, intente explicarme el origen de su fama.

Sugerencias como tema de conversación: si de plano insistes en hablar de eso, considera que la forma como te expreses de la celebridad que conoces, proyectará muy claramente la clase de persona que eres. Así, por ejemplo, si presumes de conocer a Facundo o a Omar Chaparro no te extrañe que te digan loser.

Lunes 9 de noviembre

Pesadillas recurrentes de la vida real

Iba a ponerle a este texto “El cierre de edición”; pero luego consideré que al 99% de la población le viene valiendo sorbete esto de que una revista tenga que cerrar edición cada mes (para no ir más lejos, al webmaster de este sitio web le importa sorbete ese detalle, por ejemplo). Sobre todo porque cada quien, tú también, tiene sus propias pesadillas recurrentes: cortes de caja, informes trimestrales, cierres de campaña, cena con los suegros, síndromes premenstruales, etcétera.

Entonces mejor me enfoco en esto: todo mundo —inclúyete— tiene una pesadilla recurrente de la vida real. La mía se llama cierre de edición. Se parece a esos sueños que se tienen después de haber ingerido triple ración de un mole picosísimo en la cena. Al irte a la cama sabes que te la vas a pasar mal, soñando con tu abuela en tanga y luchando contra tu otra tía abuela en una gran alberca de mole.

Sí, a eso se parecen los cierres de edición.

El que ahora me ocupa está igual de retrasado que siempre, si bien creo que la revista quedará bastante aceptable, lo cual atenúa lo pesadillesco del asunto. También, el cierre de edición se parece a un monstruo que te persigue: tenías que mandar a imprenta en tal fecha y ya se pasó. Es como cuando soñabas que tenías que entregar la tarea y llegabas a la escuela y no sólo se te había olvidado la tarea, también se te había olvidado ponerte algo de ropa.

Otras pesadillas recurrentes de la vida real: los últimos días de la quincena, el día del que tengo que ver al contador para lo de mis impuestos, cuando voy al dentista, cuando la novia se retrasa.

Sugerencia como tema de conversación: sólo pesadillas recurrentes light, por favor. Los interlocutores se acalambran cuando alguien empieza con sus pesadillas diarias en forma de achaques médicos o, peor, existenciales, del tipo: «La vida entera es una pesadilla, minuto a minuto…» Ayúdenle a suicidarse, por favor.