Prevalece la inseguridad en Iztapalapa, Iztacalco, GAM y municipios como Nezahualcóyotl y Ecatepec.

En las fronteras de la CDMX y el Estado de México, los ciudadanos no solo padecen la inseguridad sino también desesperación debido a que no saben dónde pedir apoyo ante un delito e, incluso, se enfrentan al dilema de hacer justicia por propia mano.

Pero ellos tampoco son los únicos que sufren, también los uniformados al tener que vivir en medio de una burocracia entre distintas Policías. Los elementos de seguridad tienen que hacer su trabajo con muchas limitantes, ya que en las persecuciones deben pedir autorización al centro de control de la otra entidad para poder ingresar y, una vez que pasan la frontera, los mismos policías no los apoyan por no meterse en asuntos del otro estado.

Te presentamos la tercera parte de la serie Fronteras Chilangas, con las historias de chilangos y mexiquenses que quedan desamparados entre los trámites y la delincuencia.

El triángulo de la incertidumbre

Son las 8 de la mañana del 22 de febrero. Una turba rodea a un hombre de mediana edad, cabello corto, pantalón de mezclilla y playera azul. Jadea, está golpeado en el suelo, y un par de policías capitalinos lo rodean como queriendo cubrirlo.

El hombre apenas se mueve y le cae encima una lluvia de patadas y mentadas de madre, no se queja, está casi inconsciente. Atrás de él hay medio centenar de personas con batas y delantales ensangrentados. Todos se calman al oír el disparo que hace un civil: les pide que paren, ya viene la ambulancia.

Hasta ahí se queda un video de los hechos difundido en internet. Son los carniceros del mercado de San Juan que tundieron a dos asaltantes de transporte público de la zona, su zona, la colonia Juárez Pantitlán, tierra de nadie donde se juntan las alcaldías Iztacalco, Iztapalapa y el municipio de Nezahualcóyotl.

Uno de los presuntos asaltantes murió por un disparo en la cabeza; el otro, el de playera azul, falleció horas después en el hospital de La Perla, en el Estado de México.

Un barrio complejo

Las callejuelas fronterizas del Mercado de carnes de San Juan Pantitlán –que conecta la Ciudad de México con el Estado de México– confunden a cualquier visitante porque todas se parecen: son estrechas, llenas de puestos metálicos con lonas, que ofertan carnes, verduras, productos de plomería o chácharas.

La zona está viva 20 horas al día, ya sea por la afluencia del mercado o por la descarga de centenares de cadáveres de puercos y reses que son lavados, cortados y distribuidos cada madrugada para la venta al mayoreo o por kilo. El ambiente tiene el olor metálico de la sangre mezclado con agua estancada.

Entrar y salir es un reto: las banquetas son utilizadas por los puestos y el arroyo vehicular lo comparten el transporte público, peatones y los autos que se detienen para comprar desde su ventana. Un trayecto de cinco minutos para atravesar el puente vehicular de la Calle 7, se convierte en media hora de espera.

La inseguridad en Iztapalapa y demás demarcaciones y la aglomeración es el ambiente perfecto –dicen vecinos– para los asaltos, los carteristas y el narcomenudeo.

Alrededor de mil 500 comerciantes trabajan en las colonias Juaréz Pantitlán, Agrícola Pantitlán y Juan Escutia. Hace 60 años solo había unos 20 puestos sobre la Calle 7 –la punta oriente del Anillo Periférico– hoy hay un mercado, tianguis, bodegas, carnicerías y rastros, que ocupan hasta 15 kilómetros cuadrados.

Inseguridad en Iztapalapa / Fotos: Diana Delgado

El mercado tiene 800 locales internos y alrededor de 500 tianguistas. En los pasillos hay lonas que anuncian “Vecinos y comerciantes vigilantes contra la delincuencia” y no, no están para asustar, hay 130 cámaras de circuito cerrado y cada local cuenta con un botón de pánico.

Basta que alguien lo active para que suenen las alarmas y a los pocos minutos salgan carniceros y diableros armados de palos, picahielos, cuchillos y machetes, dispuestos a defender sus negocios.

En defensa propia

La defensa del mercado comenzó en 2011, según cuentan vendedores que solicitaron el anonimato, cuando recibieron una carta de extorsión firmada por “La Familia Michoacana” y, aunque descubrieron que se trataba de un grupo falso, decidieron protegerse.

“En esta zona siempre hemos estado a la mano de Dios, desde hace muchos años hay robos, venta de drogas, extorsiones y amenazas, y por desgracia, no hay autoridad a la que le interese entrar, ellos no se coordinan y los que pagamos las consecuencias somos nosotros”, dice uno de los comerciantes al que le toca dar un rondín de vigilancia.

De acuerdo con el Semáforo Delictivo, de enero a abril de 2018, Nezahualcóyotl registró 27 casos de extorsión, 29% más que el mismo periodo del año pasado. Además de 148 robos a negocio, siendo enero el mes de mayor incidencia.

En tanto, las coordinaciones territoriales más cercanas de la capital son la Iztacalco IZC-2, que cerró el 2017 con 361 delitos de alto impacto –homicidio culposo, extorsión, robo con violencia, de vehículo, a casa habitación, a negocio y transeúnte– e Iztapalapa IZT-6 con 1,043 delitos del mismo tipo. Estas cifras obtenidas de la PGJ incluyen hechos delictivos en colonias aledañas.

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Al estar en la frontera, los habitantes y locatarios viven todos los días el que las autoridades “se echen la bolita” para ver quién resuelve sus necesidades. Ni una Policía se quiere meter al territorio de la otra –dicen– para evitar problemas.

En enero de 2018, tres hombres hicieron detonaciones en el mercado. La policía capitalina se deslindó porque era territorio mexiquense y los oficiales de Neza condicionaron su entrada a ir acompañados de locatarios.

“Ellos son los que están preparados, los que cuentan con armas y prefieren no actuar. Sabemos que estamos en un punto rojo, pero la delincuencia nos ha ido ganando porque las autoridades no se coordinan, los acuerdos que firman se quedan en palabras. Tenemos más de 50 años aquí y todavía no sabemos a quién pedir el apoyo cuando algo pasa al interior”, dice un vendedor.

Hay acuerdos pero falla la aplicación

Para el director General de Seguridad Ciudadana del Municipio de Nezahualcóyotl, Jorge Amador, los problemas de coordinación con la Policía capitalina tienen que ver con cambios de mando o estrategias. No es falta de interés sino de seguimiento, afirma.

“Sí nos coordinamos pero tenemos altibajos. No depende del ánimo nuestro, sino del otro lado, por ejemplo, nos hemos dado cuenta que las subidas de incidencia (delictiva) en Iztapalapa o en Gustavo A Madero casi siempre propician cambios de mando y se vuelve difícil empezar desde cero todo el tiempo”.

Inseguridad en Iztapalapa / Foto: Edgar Durán

Por más documentos firmados, de acuerdo con policías municipales consultados, no hay forma directa de comunicación entre los uniformados pues sus frecuencias de radio son distintas.

“Si hay una persecución se supone que podemos entrar a la ciudad o al revés, el problema es pedir el apoyo. Tenemos que avisar a nuestro centro de control y ellos hacen el contacto a la Ciudad de México. Ahí entre que se ponen de acuerdo se pierde tiempo vital para hacer una detención y luego, ya en el campo, los mismos policías no quieren prestar el apoyo por no meterse en asuntos del otro estado”, explica un oficial mexiquense.

Para cubrir “su lado”, la coordinación de seguridad de Neza creó en 2003 la Policía Metropolitana, una unidad que forma parte de su modelo de proximidad, pero que se encarga de recorrer los límites a bordo de 35 patrullas. La principal razón fue que más de la mitad de los detenidos por delitos de alto impacto provienen de Iztapalapa, Chimalhuacán o Ecatepec.

“Sabemos que hay fallas y que muchas veces también tienen que ver con comportamientos personales y no de las corporaciones, pero estamos trabajando en que al menos de nuestro lado eso ya no pase”, menciona el director.

Durante tres meses Chilango buscó a la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México para conocer su postura y estrategia de vigilancia en los límites de la CDMX. No hubo respuesta.

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La costumbre de ser asaltado

Desde hace 10 años, Ernesto Bernal toma la misma ruta para trasladarse de Tecámac, Estado de México, al paradero de Martín Carrera, en Gustavo A Madero, a bordo de un “chimeco” o “guajolotero”, como se le conoce a los camiones viejos. No le gusta esa vía, pero no tiene otra opción.

Cada que sube al camión, el nerviosismo se le clava en el estómago. Para llegar a su empleo en una fábrica de galletas debe subirse a los autobuses maltrechos de la línea México-Tizayuca y Anexas S.A., que va de los límites de Hidalgo a la ciudad.

Ha sido asaltado unas 15 veces en esos camiones que circulan sobre amplias avenidas como la México-Pachuca, Vía Morelos y Centenario, donde la vigilancia policiaca es escasa, los tramos son largos en medio de puentes, bardas y fábricas, y el tránsito lento a horas pico que otorgan tiempo y espacio suficiente para que cualquier delincuente se suba, amenace y robe.

“Los policías nos dijeron: ‘tomen sus cosas y desquítense porque llegando al Ministerio Público los van a soltar’”, recuerda Ernesto, quien una tarde de noviembre de 2016 viajaba en un autobús que fue atracado y cuyos pasajeros decidieron vengarse.

Tirada en el piso, una joven suplicaba que le dejaran de pegar mientras un par de policías municipales miraban la escena. En una de sus piernas la mujer tenía una herida de bala, eso no impidió que alrededor de 40 personas descargaran su furia con patadas y golpes. Estaban cansados de ser asaltados en el transporte público.

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De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), de enero a abril de 2018, en la CDMX se registraron 1,002 robos a transporte público colectivo, de los cuales, 520 fueron con violencia y 482 sin ella.

Mientras que en el Edomex, el organismo reportó 2,737 atracos a transporte, en 2,719 hubo violencia y en solo 18 casos no se usó la fuerza.

Pero Ernesto jamás olvidará aquel día de 2016 en el que tres personas se subieron a la altura de Cerro Gordo, Ecatepec, para asaltar el camión: eran dos hombres y una mujer. Amedrentaron a sus víctimas con una pistola, gritos e insultos, a niños y adultos por igual.

El chofer envió un mensaje de texto a la base. A los pocos minutos, una patrulla municipal los emparejó y comenzó a seguirlos. Los asaltantes hicieron tres detonaciones –recuerda Ernesto–; los policías repelieron la agresión e hirieron a la mujer que después de amenazar y golpear a sus víctimas, pedía alto a las balas.

Falta de confianza

A pesar del rescate, los uniformados se enfrentaron a determinar en qué perímetro fue el asalto y en dónde se haría la denuncia, pues el atraco empezó en Ecatepec pero la detención se hizo en Gustavo A Madero. Además temían ser sancionados por usar sus armas.

“Los policías nos pidieron ayuda, necesitaban que fuéramos a denunciar y testificar en favor del oficial que hirió a la chica porque estaba en riesgo de ser suspendido”, cuenta Ernesto.

Para el director del Observatorio Nacional Ciudadano, Francisco Rivas, las fronteras entre el Estado de México y la Ciudad de México siempre han sido zonas complicadas. “Las autoridades nos dicen que hay colaboración, pero no podemos asegurar a qué nivel, pues si no hay coordinación plena entre oficinas de una misma institución o gobierno local, es difícil saber si la hay entre entidades”, dice.

El especialista en temas de seguridad señaló que las autoridades son “celosas” en su acumulación de información y estrategias, y al no tener confianza, por más acuerdos institucionales que existan en la práctica prefieren no trabajar juntas.

En materia de seguridad –explica– el país está lejos de transformar la información en inteligencia porque incluso a veces la inteligencia de seguridad pública y la de procuración de justicia no coinciden. “¿Cómo puedes utilizar la fuerza del Estado si no sabes cómo está la incidencia delictiva a causa de la ausencia de labores en equipo?”, cuestiona.

Inseguridad en Iztapalapa / FOTO: EDGAR DURÁN

Los 40 pasajeros llegaron al Ministerio Público en Xalostoc, Ecatepec. Algunos declararon y otros no, pues pasaban las horas y no eran atendidos.

“Nos interrogaron de un área de Derechos Humanos, querían saber por qué la mujer había salido herida. Al final del día parecía como si nosotros hubiésemos sido los delincuentes”, dijo Ernesto.

Después de haber denunciado, Ernesto no ratificó. Nunca supo qué pasó con el caso.

Blindaje fronterizo

La delegación Gustavo A. Madero colinda con 20 colonias de los municipios de Nezahualcóyotl, Ecatepec, Tultitlán, Coacalco y Tlalnepantla, del Estado de México, y cada día cruzan 400 mil personas.

En esa demarcación existe el programa Blindaje de la Zona Fronteriza debido a que, de acuerdo con un boletín informativo, la GAM enfrenta una situación “sumamente compleja por su colindancia con los cinco municipios más violentos del Estado de México, lo cual nos obliga a blindar nuestras fronteras de los grupos delictivos”.

La policía delegacional –la más grande del resto de las demarcaciones– participa en rondines y filtros de seguridad en el transporte público. Sin embargo, la GAM continúa entre los tres primeros lugares de la ciudad con el mayor número de carpetas de investigación iniciadas por delitos de alto impacto, de acuerdo al boletín estadístico de 2017 de la Procuraduría General de Justicia.

Choferes en riesgo

Los operadores suelen ser acusados por los pasajeros de estar en complicidad. En los límites de Ecatepec y Gustavo A Madero, las dudas y agresiones a choferes se han vuelto comunes.

“Hay asaltantes que se despiden de nosotros, nos inventan un nombre y hasta nos dan las gracias. Desatan el enojo del pasaje que no nos baja de cómplices y hasta han golpeado a compañeros”, dice un operador del paradero de Martín Carrera.

Los choferes saben que los ladrones se suben en la GAM y bajan en el Estado de México, así ninguna autoridad actúa, ya intuyen que no van a recuperar nada, que nadie va a ser detenido ni identificado.

Ernesto Bernal no cambiará de ruta pero tomó precauciones, ahora carga el dinero justo para regresar y no lleva nada ostentoso “para evitar tentaciones”. Con más de una decena de asaltos experimentados, asegura haber desarrollado un sentido para identificar el riesgo. Observa las conductas, la ropa y el tono en el que hablan al pagar su pasaje.

Se acostumbró a ser robado, de la misma forma que le parece natural la incomodidad de los sillones color azul, el rechinido de los tubos, el olor a mugre del camión que se combina con el aromatizante de pino que en cada base un checador vacía en el piso con un atomizador.