Decidir no acosar, no tocar, no reírse de los chistes misóginos y no protagonizar las protestas feministas es el inicio. El papel de los hombres en la lucha contra la violencia de género puede ser más fácil de lo que parece

Los hombres no pueden ser feministas. Y, en realidad, eso no importa, como tampoco es necesario que se asuman “a favor” de todas las reivindicaciones y protestas de las mujeres. La lucha, la postura y las acciones que deben tomar son concretas: frenar sus violencias de género, ser empáticos con las víctimas y generar procesos de autocrítica para no replicar abusos en su vida cotidiana.

Roberto Garda Salas, doctor en Teoría Crítica y especialista en análisis de la identidad masculina y procesos de intervención con hombres que ejercen violencia, asegura que es necesario dejar de hablar de “nuevas masculinidades” y de “hombres feministas”, para sustituir esos conceptos por cuestionamientos y deconstrucciónde todo lo que se asocia con la identidad masculina, de lo contrario, advierte, hay riesgo de tener medidas superficiales que no permitan un análisis profundo sobre por qué están ocurriendo los crímenes de odio hacia las mujeres.

“Los estudios de las masculinidades han quedado a deber muchísimo. Te dicen que si eres mejor papá, ya la hiciste y vas a ser más igualitario; si colaboras en la casa, ya la hiciste; si te permites abrazar a otro hombre o aceptar que lloras, ya no eres tan macho, y eso es ridículo, porque esas posturas no han permitido operar un cambio social hacia la igualdad de género”, explica.

“Las instituciones han preferido retomar un discurso light que no confronte a los hombres y solo les proponga alternativas simples de cambio de roles y aquí siguen las consecuencias”.

El fundador de Hombres por la Equidad, A.C. agrega que la identidad masculina es una construcción social a la que se le atribuyen características sociales y culturales en un contexto determinado, y que se refleja en valoraciones como que los hombres deben ser los más fuertes, exitosos, proveedores, competitivos, viriles y con poco apego emocional; sin embargo, como toda construcción basada en la socialización, puede ser modificada.

“Los hombres te dicen que es muy difícil cambiar y no es así. Todos los hombres tenemos la capacidad de decidir no ser cómplices del patriarcado ni del machismo, podemos decidir ser más empáticos con las mujeres. En mis talleres les digo que por un día decidan no gritar, no acosar, no tocar, no decir ese piropo, no reírse del chiste misógino y ser transparentes con sus parejas según sus acuerdos. Por ahí empecemos y por ahí aprendamos”, explica.

Estudiar las masculinidades

Los estudios sobre las masculinidades empezaron en los años 70, tras una crisis en los roles de género y el malestar de los hombres por ser vistos como proveedores, de tal manera que surgieron los primeros movimientos conocidos como “mito-poético”, que planteaban cambiar la masculinidad y la vida emocional de los hombres; pero, para los 80 y 90 se criticó esa visión, porque se concluyó que el problema no solo era emocional, sino también político.

En 1998, durante la conferencia regional “La Equidad de Género en América Latina y el Caribe: desafíos desde las identidades masculinas”, realizada en Chile, se puso foco en la necesidad teórica de conocer la participación de los hombres en las desigualdades de género, según consta en el artículo Dos décadas de Estudios de Hombres y Masculinidades en América Latina: avances y desafíos.

También se analizó el escaso interés de los varones por cambiar el estado de las cosas, por lo que se abrió la posibilidad de cuestionar cómo estaban construidas socialmente las masculinidades y su relación con temas como el trabajo, la sexualidad, la reproducción, la paternidad y la violencia.

“En ese tiempo se comenzó a trabajar con hombres sobre las crisis de la masculinidad y su malestar emocional, se crearon estudios de ‘hombres que sufren’ y es verdad, pero organismos internacionales e instituciones públicas priorizaron destinar dinero a atender la modificación de masculinidades y no su deconstrucción, y los esfuerzos se alejaron de la erradicación de las violencias”, señala Garda Salas.

“Y aunque se están generando conocimientos muy interesantes sobre cómo las masculinidades provocan vulnerabilidad, se sacó de la agenda el análisis de por qué hay crímenes de odio por cuestiones de género, por eso los estudios de las masculinidades se están quedando cortos”.

Asegura que los cursos de sensibilización resultan poco útiles si después no haymodelos de aprendizaje. “Se ha creado una falsa alternativa –que además es carísima–, llamada ‘nueva masculinidad’ o ‘masculinidad múltiple’, pero está atorada en cambiar los roles, en que hagas más trabajo doméstico, que seas un buen papá, que no le grites a tu pareja y que te portes bien. Se ha vuelto un discurso moral y androcéntrico, el hombre sigue siendo el eje del poder, solo les dicen ‘pórtate mejor’”.

Los hombres no pueden ser feministas… ¿y entonces?

Para las colectivas como el Frente Nacional para la Sororidad, el feminismo no necesita apoyo, aprobación ni validación de los hombres, sino que dejen de normalizar las violencias en espacios íntimos, privados y públicos, porque todos los días las reproducen con actitudes que minimizan el valor y las aportaciones de las mujeres, con chistes, albures y publicaciones en sus chats privados.

Las del Aquelarre consideran que el feminismo refleja que las mujeres “estamos haciendo nuestra chamba” al poner sobre la mesa cuestionamientos desde cómo construimos el amor, las relaciones, la familia y cómo derribar un sistema que históricamente ha ignorado a más de la mitad de la población; en contraparte, creen que los hombres fallan al no organizarse ni debatir sobre sus masculinidades por temor a perder sus privilegios, “sin darse cuenta que dicha renuncia generaría una sociedad más democrática y equitativa, que estaría combatiendo las desigualdades sociales”.

Para esta agrupación, que visibiliza a víctimas de feminicidio y acompaña a sus familias, la aportación de los hombres debe ser desde una trinchera distinta de la que las mujeres se han ganado con marchas y protestas, con menos protagonismo y más autocrítica.

Además de las acciones cotidianas, Roberto Garda cree necesario cambiar el marco teórico con el que se investigan y analizan las masculinidades, para dejar de reproducir las desigualdades y comenzar a erradicarlas.

Señala que es urgente que los gobiernos e instituciones inviertan en nuevos modelos de trabajo con hombres, “que mientras unos tratan la violencia sexual, otros revisen la emocional, el machismo en la sociedad, la violencia económica, los padres golpeadores, cómo relacionarse con las mujeres y hasta asumirse víctimas del patriarcado”.

Se necesitan muchos programas distintos para que los agresores sean conducidos a la entidad adecuada para tratar su problema, añade, y que, una vez concluida su rehabilitación, se le envíe a otra, para que obtenga más habilidades.

“En México sigue habiendo una postura positivista y de salud que ve la violencia a las mujeres como un problema psiquiátrico, legaloide, individual, de trauma emocional o de perfil asesino. Reducir a estas visiones nos acorta el análisis de la realidad, porque no se habla de problemas culturales, de relaciones de género ni de programas de reeducación, y entonces solo se muestra un desinterés por realmente comprender las razones por las quelos hombres ejercen violencia contra las mujeres”, lamenta.

A la par de trabajar en la deconstrucción de las masculinidades, Garda ve necesario que los hombres cuestionen su racismo, clasismo, adultocentrismo y toda esa serie de “valores jerárquicos” con que justifican el abuso del poder que les ha dado el sistema.

“No es una solución fácil, pues implica una refundación de la conciencia y hasta de nuestra identidad nacional que ha justificado las violencias, pero por algún lado hay que empezar”, concluye.

NO TE PIERDAS NUESTRO ESPECIAL “NO SOMOS INVISIBLES”

Más del especial:

Cómo el feminismo salvó a la autora de la Ley Olimpia

Conoce la labor del Terremoto Feminista

Aquelarre Violeta: la lucha feminista desde las aulas