Esta es mi primera vez. Antes que nada, debo llenar el formulario. Además de mis datos personales, debo escribir el motivo de mi cita. Dudo antes de tomar la pluma: blanqueamiento de piel.

Estoy en Dermcenter, una clínica dermatológica sin ninguna particularidad aparente, en Coyoacán. En los alrededores existen cerca de 20 tiendas especializadas y clínicas dermatológicas muy similares a esta. La clínica cuenta también con una farmacia que ofrece diferentes tipos de cremas, lociones, bloqueadores y numerosas sustancias para el cuidado de la piel. Una de las asistentes recibe mi formulario antes de atenderme; fue con una de ellas con quien solicité una cita hace tres días. Los minutos se acumulan, uno tras otro, mientras espero que me llamen.

Pienso en lo que significa el color de piel en este país, en esta ciudad. En cómo, pese a todo, los morenos no somos aceptados en ciertos antros y bares, pues los cadeneros nos negarán siempre la entrada —o lo harán tan difícil que no valdrá la pena intentarlo—. Recuerdo también una encuesta, realizada en 2017 por el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes: 56 % de los niños y jóvenes de este país considera normal ser discriminado. Y quienes más lo padecen, alrededor de 40 %, son los niños morenos –los prietos–; después, los de origen indígena y los que padecen alguna discapacidad.

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La voz de una de las asistentes me regresa al presente: la doctora Lilia Mandrade me está esperando. Apenas entro al consultorio, Lilia, una mujer de menos de 35 años, delgada y de pelo largo, me bombardea con un cuestionario. Pregunta si padezco alguna enfermedad, si tomo medicamentos, si me he practicado alguna cirugía. Niego tres veces y sólo entonces ella va al grano.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Quiero blanqueamiento de piel, mi rostro y si es posible todo mi cuerpo. Hacer mi tono más claro—. Ella me mira como esperando alguna explicación. Decido no dar demasiados detalles. —En el mundo en el que me desenvuelvo es muy importante tener un tono claro, casi blanco.

Ella asiente sin sorpresa alguna. Me invita a sentarme en la camilla, después se queda en silencio, como si midiera, una a una, las palabras que acabo de decirle.

—Quisiera regresar a mi color original, por lo menos— le insisto.

—Podemos hacer cosas para perfeccionar tu piel, aunque nada te garantiza que puedas regresar al 100 % a tu color original de piel.

Finjo una cara de preocupación, pero la doctora me tranquiliza: hay una opción. Para tener un buen resultado, indica, se puede hacer uso de diferentes tipos de láser, que eliminan el enrojecimiento y las manchas en la dermis. La luz del sol ha hecho estragos en mi rostro, explica. Con este tipo de intervención, se «mejorará» mi aspecto.

—Otro doctor me dijo que sí puedo regresar a mi color original…

—Quienes dicen eso son los cosmetólogos, no los dermatólogos. Ellos siempre te van a ofrecer una perspectiva fuera de la realidad, tratamientos que no lograrán lo que prometen.

La doctora asegura que en su clínica cuentan con todos los láser que existen en el mercado. Sin embargo, ninguno garantiza el blanqueamiento de piel que busco. Nunca seré blanco pero, me consuela la doctora, sí puedo ser menos oscuro.

De esta forma, los dermatólogos lidian con las expectativas de sus pacientes; sólo así evitan la decepción que se llevarán al despertar y encontrarse demasiado parecidos a lo que siempre han sido: morenos. Lo que puede hacer la doctora en este momento es «retrasar el envejecimiento»; evitar que mi piel siga oscureciéndose por la exposición al sol. Entonces dice algo que yo no me esperaba: la clínica ofrece un «blanqueamiento perianal». Es decir: aclarar las zonas genitales.

Lilia me pide que me baje el pantalón para mostrarle mi entrepierna y evaluar hasta qué punto se puede «mejorar». Eso parece hacerla entrar en confianza: «Se puede blanquear, sí. En realidad se puede hacer en cualquier parte. Pero hay que tener muchos cuidados y, además del láser, utilizar cremas. Aquí las tenemos todas».

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Una rápida búsqueda de blanqueamiento de piel

Todo comenzó hace unas semanas con una búsqueda en internet. Si uno escribe en Google las palabras «blanqueamiento de piel», lo primero que aparecerá será una liga con distintos remedios caseros: desde frotar tu rostro con una rodaja de limón hasta licuar una cebolla morada para untarla en tu cutis. Todo esto «te ayudará a tener una piel más bonita», «de porcelana».

En sólo .69 segundos Google es capaz de arrojarnos 363,000 resultados: desde ofertas de lociones, cremas y tónicos para blanqueamiento de piel, hasta noticias que condenan este tipo de negocio, muchas veces clandestino, no solo porque perpetúa la estigmatización de la piel oscura, sino porque algunos de los productos de contienen ingredientes tóxicos para el uso humano, como mercurio o cloro. Estas sustancias eliminan la capa más superficial de la epidermis, por lo cual el cuerpo pierde la resistencia hacia las infecciones y los rayos ultravioleta.

En la industria del entretenimiento, las críticas hacia este tipo de tratamientos son frecuentes: «La actriz Halle Berry ha denunciado a su expareja por tratar de someter a su hija a un blanqueamiento, alaciarle el pelo y teñírselo», «Beyoncé y Rihanna, acusadas de blanquearse la piel», «El impresionante cambio de la rapera Lil’ Kim: la critican por su blanqueamiento». Es difícil saber si las celebridades del mundo han recurrido a operaciones estéticas, cremas o filtros de Photoshop para aclarar el tono de sus pieles ante las cámaras. Pero si a lo largo de tu vida el impacto de los rayos del sol es capaz de volverte más moreno, en Hollywood ocurre a la inversa: el éxito crece conforme tu piel se aclara.

«Blanqueamiento de piel CDMX» escribí en el buscador de Google. Los resultados se redujeron a 23,000. Leo de nuevo todos los peligros que acompañan este tipo de tratamientos. También leo que existe el blanqueamiento «de tipo anal» y no quiero preguntarme quién estará preocupado por el color de sus genitales. Aparecen algunas propuestas de clínicas dermatológicas: PielClinic, Su Piel, Dermcenter, Dermédica, Dermaarte, Alternative Clínica & Spa Groupon.

«¿Qué estoy haciendo?», me dije, mientras anotaba el teléfono de una de las clínicas de blanqueamiento de piel que pensaba visitar.

No exponerse jamás al sol

Nadie pudo darme mucha información por teléfono. Era necesario, me indicó una de las asistentes de Dermcenter, que el doctor me revisara personalmente y evaluara las zonas que quería blanquear. Sólo entonces podría diagnosticar el método más conveniente, de acuerdo con mis características. Podría ser tratamiento mediante láser, sí, pero también mediante luz pulsada, que eliminaría las huellas que los años, el estrés y el sol han dejado en la piel. Mi rostro, mi cuello y hasta mis manos se verían «beneficiadas». También podía usar cremas, químicos o un gel en la cara. Todo dependía de mi cutis y eso no podía ser evaluado a distancia.

La primera consulta, me advirtieron, tendría un costo de $700. Las subsecuentes, de $600. Una sesión de 15 minutos de luz pulsada, $1,600. Las cremas despigmentantes podrían costarme desde los $450 hasta los $1,000. Lo mejor de todo: podía iniciar mi blanqueamiento de piel desde la primera consulta.

Un día después hablé con Javier Ruiz, el especialista de Dermédica. Quisiera saber, le dije, si existe algún método quirúrgico para poder aclarar mi piel. «No —respondió de inmediato, como si hubiera leído mi mente… o como si hubiera escuchado esa pregunta miles de veces—, pero puede lograrse con láser». El blanqueamiento de piel, explicó, consiste en un tratamiento para regresarla a su tono original. Más no puede hacerse.

La mayoría de las personas que llegan a las clínicas buscando aclarar su piel cargan a cuestas un complejo enorme. Por lo mismo, explica el doctor, sus expectativas están demasiado elevadas: desean un tono que no están genéticamente predeterminadas a tener. Si son morenas, aspiran a ser blancas, y eso no es posible. No, al menos, de manera segura.

En la consulta, el dermatólogo se encarga de diagnosticar el tipo de pigmento que ha desarrollado la piel y definir las herramientas terapéuticas para eliminarlo y regresarlo a su color original. Si el tono se oscureció a lo largo de los años, existe el fotorrejuvenecimiento: un láser que ayuda a regresar al aspecto del pasado. La luz láser recorre la superficie, quema las células dañadas y produce una costra ligera que, al desprenderse, provoca una apariencia «limpia», sin ese daño que provoca el tiempo.

El resultado es un tono homogéneo y su permanencia depende de los cuidados del interesado: el filtro solar debe aplicarse a diario y no debe volver a exponerse al sol. «Como si fuera un vampiro», pensé cuando me lo explicaron.

El blanqueamiento de piel o regresarla a su tono original es un procedimiento cada vez más frecuente. En el caso de Dermédica, realizan por lo menos 30 % más de operaciones, en comparación con el último lustro. No existen más estadísticas: cada centro tiene la propia. Aclarar la piel es un mero tratamiento cosmético y ninguna institución contabiliza este fenómeno. No tiene que ver con la salud, sino con la estima y la percepción de nuestra propia imagen.

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Del blanqueamiento de piel no hay regreso

Si alguien requiere de un blanqueamiento de piel como tal, la única alternativa es un tratamiento que elimina la actividad del melanocito: la célula encargada de producir el pigmento en el cutis. Pero eso generaría un tono blancuzco que, asegura el dermatólogo Javier Ruiz, cosméticamente no es agradable, pues la piel se vería blanca en vez de presentar un tono más claro.

El asunto es que no se puede tener un tono de piel diferente al genético. «Un tratamiento médico no puede cambiar la raza —determina—. A nosotros nos toca explicar lo que se puede y lo que no se puede». Ningún procedimiento que perjudique la piel, que pueda producir alteraciones o cicatrices, es recomendable.

Pero es verdad: cualquier zona puede «blanquearse», asegura Ruiz. «No podemos hablar de blanqueamiento como tal, por ejemplo, en la zona genital. No puede venir una persona de piel oscura con la intención de que esa parte de su cuerpo sea “rosita”, pero sí alguien trigueño a quien se la ha oscurecido en el transcurso de la vida y pretenda regresar a su tono».

Para ello, explica el doctor Ruiz, se requieren consultas con diferentes especialistas, incluyendo un psicólogo. Si el paciente no está conforme con su fenotipo, que incluye otros aspectos además del color de piel, como los rasgos o la estatura, un dermatólogo será de poca ayuda. Además, el paciente debe tener certeza del paso que va a dar porque, en este caso, no hay regreso.

«Mejorar» la piel

Han pasado unos 15 minutos desde mi encuentro con la doctora Lilia Mandrade y ella comienza a definir los costos: la aplicación de un primer láser es de $7,000 por sesión. «Serían cuatro o hasta seis sesiones —detalla— para eliminar el rojo de la piel». Cuando pregunto si es posible una rebaja, ella sale del consultorio para evaluarlo con el equipo de la clínica.

—Ok —dice al regresar, sin mirarme—. Serían $4,500, pero solo para quitarte lo rojito.

Porque mi tono de piel es rojo, me explica muy seria. Aunque no se alcance a percibir, poseo pequeños vasos sanguíneos que provocan que mi piel tienda a los tonos cálidos y eso hay que exterminarlo: quemar, uno por uno, los vasos de mi rostro. Además, sufro de daño solar, concluye con una observación, como si fuera algo inadmisible. En la frente, en las mejillas, en todos lados.

Para borrar manchas y «mejorar» el pigmento de mi cutis será indispensable usar otro tipo de láser. «Esto ya lo hemos hecho —dice con paciencia—. Blanquear pieles, mejorar la textura. No todo el mundo lo pide, pero todos quieren eliminar las manchas provocadas por el daño solar». Una vez que me apliquen ese segundo láser, quizá yo no pueda presumir un tono caucásico, pero mi piel será más clara. Eso me costará $2,500 por una sesión que no durará más de 20 minutos. En cuanto a mi región perianal, dice la doctora, costará unos $3,500 blanquearla.

Durante cuatro meses tendré que someterme a una sesión por mes; cada una me costará cerca $8,000. En total, unos $32,000. Además, necesito cremas para desmanchar, bloqueadores y otras sustancias que forman parte del blanqueamiento de piel. «Más de $50,000», digo con sorpresa. Ella asiente con la cabeza: la belleza cuesta.

—Yo, yo solo quiero dos sesiones…— alcanzo a tartamudear.

—No te puedo asegurar que vayas a quedar perfecto. Quizá mejores… pero no mucho. Tiene que ser el tratamiento completo.

—La gente que viene aquí —digo para ganar tiempo—, lo hace por un asunto estético, ¿cierto?

—Claro. No te va a pasar nada si no lo haces. Es solo para que mejores tú, para que te veas mucho mejor.

Al final, la doctora me receta un protector solar, no grasoso, transparente, «que te hará sentir súper». El menjurje evitará que mi piel continúe oscureciéndose, enrojeciéndose, con el tiempo. Porque, aun si me someto a una intervención con láser combinado, mi piel volverá a oscurecerse con el tiempo. Para evitarlo, deberé usar protector solar de por vida. Aplicarlo por la mañana y por la tarde, todos los días. Me receta, además, otras dos cremas para el rostro que debo aplicar por la mañana. Esto con un costo total de $2,000. La doctora insiste: si quiero ser bello debo evitar, a toda costa, exponerme al sol.

Como un vampiro, sí.

—¿Es común blanquearme por asunto estético o estoy loco?— le pregunto antes de irme.

—En la cara, sí —dice—. Pero mejorar la entrepierna es supercomún.

Trago saliva y me retiro. Antes de cruzar la puerta hacia la calle, miro mis manos, mi piel. Decido quedarme con mi color moreno, «rojizo», pese a todas sus desventajas, pese a que muchos lo consideren un defecto, un aspecto de mí que, con unos cuantos miles de pesos, podría mejorar.

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