Mujeres DJs, productoras y gestoras. Ellas han llevado la vida nocturna a un espacio de seguridad y diversidad, también empujan la vanguardia sonora de la CDMX.

Ellas hacen suya la fiesta. En ocasiones como esta, cuando las luces fosforescentes llenan el aire, la noche es de ellas. Se trata de la sala de Mooi Collective, un loft industrial ubicado en un tercer piso de la colonia Doctores, acondicionado como galería y espacio de fiestas. Esta madrugada, detrás del tornamesa, Irma Ruiseñor tiembla; ansiosa –un fleco oscuro y unos labios rojos, una blusa grunge de mezclilla sobre el negro de su ropa– mantiene a todos hipnotizados mientras mira el disco que gira y gira, tan tímida que no puede levantar la vista. Le bastaría echar un vistazo a la gente, dice, para echarse a correr.

Algo ha pasado en la ciudad durante los últimos años. La electrónica siempre estuvo allí, pero ahora parece que algo hubiera explotado. Así lo percibe ella. Quizás es la violencia, el odio, el miedo a tope. A veces, Irma cree que la fiesta nos sirve como un desfogue, una manera de equilibrar la vida con la muerte: «Estamos en un momento caótico y catártico, creo que con la música estamos sacándolo todo».

Mencionar esas palabras –miedo, odio– en una fiesta debería extrañar a cualquiera. Pero imposible no pensar en ellas. A la violencia provocada por el carimen organizado, presente en prácticamente todas las ciudades del país, hay que agregar las 80 denuncias diarias de delitos sexuales. Tan sólo en el 2016 se denunciaron casi 13 mil violaciones en el país; la cifra sube cada año aunque se estima que ocho de cada diez casos no son reportados. En ese contexto, las fiestas y los antros son también lugares de alarma.

Algo, sin embargo, parece cambiar. Nuevos espacios surgen en cada esquina, nuevos géneros con nombres alienígenas –trap, deltratron, grime, zouk– dominan el aire. Otros, como el mismo reggaetón, considerado hasta hace no mucho un género sexista, son reivindicados por su potencial de libertad sexual e inclusión. Algo pasa en la ciudad, sí. Con la música electrónica como estandarte, fiestas como Traición, Por Detroit, Bonita o Perrealismo pugnan desde hace años por responder a la diversidad sexual, étnica y musical de la ciudad.

«Muchos piensan: ¡ah, esas fiestas de drogadictos! –cuenta Irma Ruiseñor–, esa idea nunca dejará de existir. Pero hemos demostrado que nuestras fiestas son espacios seguros y abiertos a cualquier minoría: no hay lugar para actitudes de odio. Es un espacio de descontrol, sí, pero para descontrolarte en confianza, eso lo cuidamos mucho».

Te recomendamos: Vivan Las Mujeres: 90 voces contra la violencia de género

Mujeres DJs: «No somos una moda»

Antes de empezar a tocar, Cami Muriedas, Phaedra, besa una pequeña bolsa tejida que le enviaron de Perú. Dentro guarda una semilla, un ámbar y un cuarzo; también cinco USB’s llenos de música. Es uno de sus muchos rituales. Porque Phaedra es obsesiva. A sus 22 años, sabe que la perfección depende de ello. Por eso, a cada lugar donde se presenta, llega por lo menos media hora antes. Necesita observar los movimientos de la gente, su ropa, el contenido de sus vasos, la forma en que el sudor corre por sus pieles. Descifrar el beat de la noche para lograr hacerlo explotar.

Phaedra entró al mundo de la música desde la adolescencia. Más que considerarse un de las mujeres DJs se nombra a sí misma «niña DJ». Acapulqueña de origen, vivió en Montreal entre los 9 y los 16 años y solía falsificar identificaciones para colarse a los raves donde conoció lo mejor del techno y los principios del future garage. Fue a su regreso a México cuando conoció también la confusión: aquí la escena electrónica apenas existía y ella pasó varios años intentando entender dónde estaban todos. «En esa búsqueda me encontré con Índigo y su proyecto Ensamble, él me fue guiando y hasta ahora sigo siendo parte de su roster».

Hoy Phaedra ha cerrado presentaciones de artistas de todo el mundo. Todavía, de vez en cuando, la desazón regresa. En una de sus últimas presentaciones, la indiferencia del público la dejó harta: «creo que más bien me invitaron porque soy niña y alguien les habló de mí. Ese es un tema que no me late: hay quienes hacen fiestas donde tocan puras niñas y así las promueven. Me parece que abusan de ese recurso».

Entrar en la categoría de mujeres DJs es un arma de dos filos. En la mayoría de los festivales suelen predominar los artistas masculinos, relegando a los peores escenarios a las mujeres y reduciéndoles el pago; las fiestas de sólo mujeres pueden ser un intento por dar visibilidad y empoderarlas en la industria, o bien una herramienta obvia para atraer determinado público. «Eso de que te paguen hasta un 40% menos sí pasa –cuenta Phaedra–. Es difícil tener credibilidad siendo tan joven pero me lo he ganado. No soy sólo una niña que se puso de moda».

También lee: Cosas que NUNCA debes pedirle a un DJ

El nuevo lenguaje que están creando las mujeres DJs

Ilustración: Valeria Álvarez

También Dulce Masse –Oly– acaba de cumplir 22 años. Eso no impidió que el año pasado formara parte del contingente de mexicanos en Mutek, festival canadiense que desde hace tres lustros sirve de plataforma para algunos de los artistas más originales de la electrónica. Aquella noche, 24 de agosto, su set fue una gala de percusiones e intensidad que no pocos han atribuido a su origen. «Proveniente del área altamente peligrosa de Ecatepec de Morelos –rezaba su biografía con la que fue presentada– Masse vio la música y el arte como una manera de huir a la violenta cotidianidad del Estado de México».

Salsa, cumbia y mucha Matancera. Eso era lo que Oly escuchó desde niña. Después llegaron Crystal Castles y Gorrillaz: sus primeras referencias electrónicas en la secundaria. Siguió una inmersión en Soundcloud en busca de nueva música que la condujo de productor en productor, de ritmo en ritmo, hasta tener memorias y memorias llenas de sonidos que después intercambiaba con otros chicos por más música y, así, coleccionar megas se volvió el primer paso para generar tracks propios que pronto comenzaron a sonar en las fiestas.

Escucharla hablar hoy es enfrentarse a ese idioma alien donde el trap, el grime, el zouk, el juke aparecen cada tres segundos. Pronto llegó su primer tocada oficial donde se presentó como Oly –el mismo nickname que usaba cuando grafiteaba– por los rumbos de La Raza, junto a DJ’s y productores de Raccoonin Records, un sello local donde comprendían perfectamente a qué se refería cuando ella hablaba de dembow, deltatron y otros ritmos donde la impronta cumbiera se entrecruzaba con la avanzada electrónica: «Como ya había sacado mi EP y tenía como ondas de bass, trap y algunas texturas, quise meterle algo más elevado y me atasqué más al bass, al beat, al kick, con sonidos más club, más house, así, para brincar».

A partir del compilado Classical Trax, sello en torno al cual se reúne una serie de productores y DJ’s que exploran la música de club, Oly comenzó a sobresalir hasta que fue invitada al NAAFI Ball del 2016: uno de los festivales organizados por N.A.A.F.I., uno de los colectivos de DJ’s que encabezan la vanguardia electrónica en la ciudad. Hoy ha participado varias veces en su sello y suele ser una de las artistas más recurrentes en sus fiestas.

Celos profesionales

Jessica Audiffred es considerada entre los 100 DJ’s más exitosas del mundo según lista DJMAG del 2016 (en el 2017 fue nombrada, además, Bass Boss: un reconocimiento dedicado a los más influyentes dentro de la escena). Chilanga de nacimiento, no hay club en donde no haya tocado, un caso extraño en un ambiente aún considerado masculino. Inició su carrera hace siete años, trabajando para una marca de computadoras: «estaban haciendo un casting de mujeres DJs, yo apenas tenía tres meses tocando pero, por alguna razón, me quedé».

En este tiempo, uno de los principales problemas son los celos profesionales: las mujeres DJs son las que más tienen que lidiar con ello. Por cada mujer en la escena, dice, existen 100 hombres que por su trayectoria o su trabajo sienten que merecen más ese lugar. A finales de febrero, por ejemplo, Jessica será una de las headliners del festival EDC, uno de los eventos de música electrónica con más peso en la ciudad.

«Al principio es fácil: te contratan porque eres niña y bonita, sí. Pero luego, si la cagas, no te contratan más. Es tu responsabilidad como mujer mantenerte y que sepan que estás ahí por tu talento».

Te podría interesar: Ash, el nuevo disco de Ibeyi con temas de racismo

De la fiesta a la organización, ¿cómo es el espacio que han creado las mujeres DJs?

Lucía Anaya –Uchi o DJ Derre Tidá– recuerda haber visto el documental The Punk Singer cuando era adolescente. En una escena, durante un concierto, la cantante Kathleen Hanna, líder de la banda punk Bikini Kill, le pide a todos los asistentes hombres replegarse hacia la parte trasera del lugar para dejar a las mujeres disfrutar el concierto cerca del escenario: un espacio que, en la escena punk, suele ser acaparado por el slam masculino.

«Me inspiró mucho esa película –dice Uchi–. Creo que cuando eres joven necesitas esos referentes: mujeres que hagan música y que lo hagan de manera increíble, sin pedir permiso, porque no hay que pedir permiso. Cuando comienzas a hacer electrónica lo haces al principio con miedo, porque te han enseñado a tener miedo a la tecnología. Y es importante eliminar eso».

Desde hace años, Uchi, además de presentarse como Derre Tidá en diferentes fiestas, es de las productoras de eventos más activas de la capital y está presente en gran parte de las decisiones que se toman respecto a las alineaciones de los festivales. Así, lo mismo puede organizar las sesiones en vivo de Boiler Room México, que sugerir artistas para Bahidorá, organizar aerobics con DJ’s invitados o trabajar con música tradicional en Oaxaca.

«A veces hago carteles con puras chicas, sí, pero ese no debería ser un tema. Debería ser tan normal hacer una fiesta con puras mujeres DJs como es normal ver un cartel con puros güeyes».

Desde hace un año, además, Uchi trabaja en Dislocada, una plataforma que busca reunir toda la información existente de artistas, productoras, músicas, ingenieras de audio y cualquier mujer relacionada con la industria del sonido en Latinoamérica.

Se trata de un intento por visibilizar el talento femenino en todo el continente, de quitar el miedo a las chicas por crear un proyecto, tejer redes entre ellas.

Te recomendamos: Los cinco mejores antros para perrear en la CDMX

Descontrol y cuidado

Ilustración: Valeria Álvarez

Pelucas de colores, tacones altos, cuerpos que se contonean al ritmo de Quinceañera de Thalía, en su versión reggaetón, madrugada de domingo, 4 de febrero, 15 años de MAMI SLUT: una de las muchas fiestas que celebran la diversidad sexual en la ciudad. La de los audífonos, cabello cano y peinado a la mohicana, aquella que acaba de tomar el control de la música y darle play a esa canción cliché –«todo mundo se la sabe, todos la van a bailar»–, es Ali Gua Gua, la mismísima DJ Guagüis, una de las figuras más eclécticas de la escena musical de la ciudad.

Aunque bien puede entrarle a la cumbia latina con su grupo las Kumbia Queers o emborracharse con los Tigres del Norte de fondo, la carrera de Ali Gua Gua comenzó hace más de 20 años con bandas de punk grasoso y violento como Intestino Grueso, Las Monas o las Ultrasónicas, una banda de mujeres con letras sexualmente explícitas: «nos decían que éramos unas groseras, que éramos las pervertidas del rock», recuerda.

No es un comentario inofensivo. Que una mujer exprese su sexualidad o placer en la pista de baile, suele ser visto como una invitación al acoso. Bailar reggaetón, mostrar mucha piel, es peligroso. Cualquier mujer que acostumbre salir de noche lo ha sentido: en ciertos antros de la ciudad –en La Roma, Polanco o Santa Fe–, cuando el reggaetón suena más alto y el alcohol comienza a aturdir a los presentes, nunca faltan los forcejeos por negarse a bailar con un desconocido o el miedo a la droga en tu bebida. Es común ver a mujeres solas acechadas por desconocidos y nada peor que terminar  en una mesa compuesta únicamente por hombres; ahí sólo queda enviar mensajes, planear una ruta de escape, refugiarse en el baño o, de plano, rendirse: abandonar la fiesta.

Por eso, es que, más allá de la música electrónica, fiestas como MAMI SLUT dominadas por mujeres Djs han comenzado a multiplicarse. «La pista de baile es peligrosa –define Ali Gua Gua–, en ella la gente es libre: nadie les dice lo que debe hacer. La fiesta puede ser un arma de resistencia política».