Sobre el Movimiento Estudiantil de 1968 es necesario rescatar algunos hechos que la prensa mexicana tuvo que ocultar debido al enorme control que el gobierno ejercía sobre ella. Uno de los acontecimientos menos mencionados es la Ceremonia de Desagravio, conocida popularmente como la Marcha de los borregos, un evento de solidaridad entre trabajadores y estudiantes.

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Este evento ocurrió al otro día de la marcha estudiantil del 27 de agosto de 1968, en la que una enorme ola de estudiantes tomó las calles de capital y enviaron un pliego petitorio para el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Después de la movilización al Zócalo vino un acto de represión en donde el ejército desalojó a los participantes a punta de golpes y entre tanques de guerra.

El Gobierno Federal quiso legitimar el desalojo con la llamada Ceremonia de Desagravio, un gesto simbólico en el que se supone que los ciudadanos repudiarían las protestas estudiantiles de la tarde anterior, pero el plan no salió como esperaban.

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La Ceremonia de Desagravio que se convirtió en la Marcha de los borregos

La concentración de la Ceremonia de desagravio estuvo conformada por “acarreados”, trabajadores del estado que fueron llamados directamente por el Departamento del Distrito Federal (DDF) para marchar en contra del movimiento estudiantil, como relató la Jornada en 2008.

Ante el desacuerdo con el gobierno, los trabajadores, entraron en la plancha del Zócalo capitalino coreando “¡somos borregos, somos acarreados!”, incluso le hicieron como ovejas y dieron un giro de tuerca a su participación como legitimadores de la indignación contra el movimiento estudiantil, según el registro de The National Security Archive.

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Como era costumbre en esos días, llegó la represión policiaca. A las 14:00 las autoridades informaron que la Ceremonia de Desagravio había concluido y pidieron que los trabajadores desalojaran el Zócalo. Unos minutos después, 14 carros tanques rodearon a la multitud contra y de las puertas del Palacio Nacional salieron varias filas de soldados armados con bayonetas que atacaron a los asistentes.

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El disgusto de la ciudadanía ante tales actos de represión fue tan alto que, desde los balcones de las calles aledañas al Zócalo, las personas lanzaban botellas y macetas a los soldados, que respondieron con ráfagas de metralla, una de las pruebas del enfrentamiento fueron las incrustaciones de balas en el Hotel Majestic.

Sobre ese día, la cobertura de la prensa dejó mucho que desear, incluso algunos diarios proyectaron el mensaje nacionalista que el Gobierno de México quería dar y en el que los “trabajadores leales del gobierno” rescataban el lugar del lábaro patrio que los estudiantes habían ocupado ilegítimamente con una bandera rojinegra.

A 51 años de los hechos de 1968, sabemos que el manejo que la prensa le dio al Movimiento Estudiantil representó un periodo de autocensura del que los periodistas no pudieron escapar.

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