A las 4 de la tarde, la fila de gente en el Teatro Metropólitan abarca toda la calle. Mixup puso a la venta 1,500 ejemplares de su nueva producción, El objeto antes llamado disco, y quienes lograron comprarlo se llevaron un brazalete que les abriría las puertas para convivir un instante con los tacvbos.

Dentro del teatro los fans se desbordan sobre el vestíbulo y las escaleras de mármol. En las bocinas se escucha «El baile y el salón», que acompañan con coros improvisados. A las puertas del teatro, una mujer reparte vasos con agua de jamaica a los fans que se retiran cansados y sonrientes.

En el primer piso, sentados en unas sillas de director de cine, Rubén, Meme, Quique y Joselo firman discos y libretas y permiten un tiempo efímero para conversar y tomarse fotografías. Entre ellos y una marea de medio centenar de periodistas está Juan de Dios Balbi, el afamado mánager de la banda.

Balbi –cabeza pulida rematada por unas gafas de sol, barba alba en una trenza larga– pide a los miembros de la prensa replegarse. Se acerca a una mesa y acomoda con pulcritud dos retratos, varias cartas y otras cosas que la gente trajo para obsequiarles. Después se para en una esquina y observa la fila más larga, en el extremo derecho.

  • A Rubén lo entiendo como una marca –dice Balbi desde la frialdad matemática de un mánager, y observa el remolino de fans alrededor del líder de Café Tacvba–. Hace sentido: con él todo fluye.

«¡Chino! –el mánager llama la atención de un asistente–, vamos a parar un momento para que Rubén vaya a mear. Y luego hay que pasarlo a la última fila, para que la cosa vaya más rápido».

Rubén, que en ese momento iba por la vida con el sobrenombre de Zopilote, es bajito, carismático y muy amable. Viste jeans color crema, jersey azul y unas botas Panam color amarillas. Cuando un fan llega hasta él, sonríe, abre los brazos y lo abraza con la emoción de quien encuentra a un amigo perdido una década.

Antes de que la gente llegara, Zopilote puso sobre la mesa una botellita de agua mezclada con jengibre, un pedazo de palo santo y otro de salvia. Una mujer le regaló una calavera de colores y otros fans le regalaron brazaletes wirrarikas y escapularios.

  • –¿Qué es lo más extraordinario que te han regalado los fans? –le pregunto y él pone cara de travesura. Ríe.
  • –A mis hijos. Jajajaja.
  • –¡¿Te casaste con una fan?!
  • –¡No!, para nada. Mi esposa –Psikini, quien, con Rubén, fundó un proyecto alterno de música electrónica– no era fan. Todo lo contrario.

Joselo y Meme, que visten como dos vecinos de la Condesa –jeans, botines, camisas ajustadas– se asoman por el balcón. Los fanáticos en el piso de abajo los descubren.

«¡Pa- pa-pa-pa-eo-e-oooooo

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Meme (Diego Luz)

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