La noche del domingo 11 de diciembre miles de peregrinos tomaron camino rumbo al Tepeyac del rock nacional. Dispersos en las inmediaciones del metro Velódromo, Añil y Churubusco, estos miles no se dirigían a la Basílica a venerar a la Guadalupana, sino a otro templo, el Palacio de los Deportes, y a festejar a otros dioses: Caifanes los esperaban ahí.

Saúl Hernández se dirige a los fieles que asisten a sus conciertos como ‘la raza’, como un todo. Así, la raza abarrotó la única fecha que Caifanes ofreció en la Ciudad de México, unas 18 mil personas que durante dos horas y media comulgaron con una banda que muy seriamente podría ser considerada como la más emblemática de México, con permiso del Tri y Café Tacvba.

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Lleno total (Lulú Urdapilleta)

A las 20:30 en punto, Diego Herrera apareció solo en el escenario, pulsando las primeras notas de ‘Los dioses ocultos’. Y el Palacio se puso de pie y ya no se sentó. Uno por uno fueron subiendo a la tarima: Sabo Romo de trenza y con sus pantaloncillos cortos de rigor, Alfonso André inmutable y poderoso; Saúl, de cabello corto y con un saco de brillantes, que recordó sin remedio a Juan Gabriel; y Rodrigo Baills, quien con su magistral ejecución de la guitarra logró que nadie echara de menos a Alejandro Marcovich.

Desde su regreso en el Vive Latino de 2011, Caifanes no ha dejado de tocar. En su último concierto de 2016 pudimos apreciar una banda precisa en cada canción, que se siente cómoda y se permite pasarla bien. Incluso un feo gesto de Saúl hacía Alfonso (el primero se molestó visiblemente, tras ser interrumpido en su mensaje contra el uso de drogas por un redoble del baterista) fue superado de inmediato, una situación que en otros tiempos hubiera generado una pequeña guerra fría.

Si recordamos que El nervio del volcán, su último disco, fue publicado hace casi 23 años, no es sorpresa para nadie que el setlist esté lleno de canciones que todos conocemos. En un recorrido emocional, los Caifas van saltando entre sus cuatro álbumes de estudio. De ‘Nubes’ viajan a ‘Detrás de ti’ y regresan a los ochenta con ‘Perdí mi ojo de venado’ para continuar con ‘Aquí no es así’. Cada canción es un coro de 18 mil voces que las canta de memoria, desgañitándose, apretando los ojos, con el puño en alto, señalando o agitando la cabeza. Cada quien tiene su propia interpretación de las obras de Caifanes y cada quien se conecta a su manera, dando significado a una larga lista de canciones que, para bien, son parte del cancionero popular mexicano.

Si mis plegarías no fueran a la Virgen…

Cuando apenas ha transcurrido hora y media de concierto, la banda comienza a amagar despedidas. Sin embargo, sólo se trata del primer encore, una oportunidad para respirar y cosechar aplausos, un reconocimiento unánime a una banda que roza peligrosamente los 30 años de vida.

En la segunda parte del concierto, Caifanes no se guarda nada. En este año ‘un poco raro’, como lo define Saúl, no ha faltado el rock nuestro de cada día pero también ha habido bajas. Muchas bajas. En un momento particular, la banda dedica un homenaje a los caídos David Bowie y Juan Gabriel, poniéndolos a la misma estatura con sendas versiones de ‘Heroes’ y ‘Te lo pido por favor’, y también ofrece un tributo, en vida (en vida, hermano, en vida), al Caifán Mayor, Óscar Chávez, el octogenario cantante, compositor y actor mexicano cuya genial interpretación como ‘El Estilos’ en ‘Los Caifanes’ (la memorable cinta de 1967, de Juan Ibáñez) siempre ha sido una gran influencia, al grado de haber dado nombre al grupo.

El concierto de este 11 de diciembre es una celebración de la identidad. La raza, de la misma manera que se congrega a unos cuántos kilómetros al norte de la ciudad para alabar a la virgen morena, se reúne en el Palacio para entonar himnos que hablan de magueyes, de perros que ladran y no muerden, de dioses y sagrados ritos, de un carácter que se niega a ser reprimido. La consigna es: “Nunca nadie nos podrá parar / Sólo muertos nos podrán callar”. Ese es el espíritu caifanesco, irredimible, con la libertad como bandera, cueste lo que cueste.

En un momento del concierto, Saúl menciona que sólo la raza puede lograr que el Palacio se sienta como Rockotitlán o el LUCC, con la misma energía que fluía en esos míticos lugares. Y aunque ha pasado mucho tiempo de esos días, las canciones logran el mismo efecto catártico. Antes de ‘La negra Tomasa’, su cierre habitual, la verdadera despedida llega un poco antes. Con ‘Nos vamos juntos’, Caifanes se abraza a su raza, en un hasta luego lento y salvaje que no durará mucho, pues el próximo año se cumplirán 30 años de que comenzó este ritual. Desde ya esperamos con ansías la celebración de los XXX.

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