El mayor icono de la escena popular mexicana descubrió su pasión por la música en un albergue para menores infractores. Ahí aprendió a tocar la guitarra, a componer canciones y despertó su capacidad inagotable para tocar las fibras más sensibles con temas dedicados al amor, a la melancolía y a la felicidad.

Alberto Aguilera Valadez lavaba carros en la calle cuando conoció a Micaela Alvarado, una de las mujeres que definieron su vida. Él tenía cinco años y ella trabajaba en la escuela de mejoramiento social donde su madre decidió internarlo.

De los años en ese lugar sabemos que Juan Contreras, un talentoso profesor en cuyo recuerdo adoptó el nombre al considerarlo su mentor, estimuló en el niño la inclinación artística.

Había llegado a Ciudad Juárez a los siete meses de edad, después de que Victoria, su madre, optó por dejar Parácuaro, Michoacán, donde nació el 7 de enero de 1950, en busca de una mejor vida en la frontera trabajando como empleada doméstica. Gabriel, su padre estaba internado en un hospital psiquiátrico de la Ciudad de México.

Escapó del albergue cuando tenía 13 años. Permaneció un tiempo con su mentor antes de hacerlo con su madre, dedicándose a la venta de burritos. Un año después se refugio en las calles y en la disipada vida nocturna fronteriza. Vivió en cuartos de hotel de paso y en departamentos baratos, a veces viajando a otras ciudades, como Tijuana, buscando una oportunidad para dar a conocer sus primeras composiciones.

Aquellos años de carencias y la falta de contacto y cariño de sus padres alimentaron una entrañable veta de sensibilidad cuya nostalgia se traduciría en mil 800 letras de canciones que han acompañado a generaciones enteras por cuatro décadas.

En 1966, cuando tenía 16 años, debutó en el cabaret Noa-Noa, que años después inmortalizó al dedicarle una de sus canciones más famosas. Cantó un par de años en ese lugar, antes de ser contratado en el Malibú, otro de los lugares emblemáticos de la frontera en esa década. Después fue a probar suerte en la capital del país, donde catapultó su carrera desde el primer disco, El alma joven, que incluyo 10 canciones suyas con el nombre de Juan Gabriel. El tema “No tengo dinero” dominó en las estaciones de radio del país a lo largo de 1971.

A partir de entonces demostró el agradecimiento que guardaba y se dedicó a reinventar musicalmente a Ciudad Juárez, a quien dedicó algunas de sus composiciones más conocidas (“La frontera”, “Arriba Juárez”, “El Noa-Noa”, “Juárez es el número 1”, “Denme un ride”).

Su inspiración y generosidad permitió revitalizar carreras como la de Rocío Durcal y colocar en el primer plano a los cantantes que ha interpretado sus canciones, desde Estela Núéz, Lupita D’Alessio, Angélica María, Lucía Méndez, Daniela Romo y José José, entre los años setenta y ochenta.

Él mismo es el mejor intérprete de sus creaciones. El timbre de su voz y el sonido de los instrumentos musicales son como una sinfonía poética personal para quien escucha la canción. Era un showman que fue capaz de poner a bailar a cualquiera en sus conciertos. Cantó al amor, al desamor, a la vida y a los detalles que conectan los sentidos con la música.

Un inesperado paro cardiaco terminó con su vida terrenal el domino 28 de agosto de 2016, a los 66 años, en su casa de Santa Mónica, California. Dos días antes ofreció su último concierto en Los Ángeles, como parte de una gira en Estados Unidos denominada “México lo es todo”.

Hasta la muerte defendió a su tierra.

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