Sí, sí, la gira de U2 en 2011 con la araña y los 360 grados en el Azteca fue sensacional. Sí, sí, Vertigo Tour también cimbró el mismo estadio, que ya se atiborraba con las nuevas generaciones de fans en 2006. Claro, Pop Mart y su megapantalla en 1997 (incluido el escándalo del junior de Zedillo) impactaron los ojos, los oídos y la vida de los que estuvimos ahí…

Pero ninguno, de verdad, ninguno de estos tours en México se compara con la primera megagira mundial y espectacular de U2 en 1992: Zoo TV, cuando Bono dejó atrás su look de vocalista comprometido con el mundo (ojo, hablamos sólo del look) y se transformó en la mosca que ha mutado en varios seres más a partir de entonces. Fue la primera gira multimedia de una de las bandas más grandes del mundo (sí, aunque es cliché es la verdad, para bien y para mal).

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WFM, en voz de González Iñárritu, Martín Hernández o Charo Fernández (sí, la de la Hora nacional), confirmó la noticia de los dos conciertos en México (luego, el día de la venta de boletos, abrieron dos más y también se agotaron en horas, un récord que rompió Metallica unas semanas después). La Rock 101 de Luis Gerardo Salas no se quedó atrás en la difusión y muchos fuimos a alcanzar, a las seis de la mañana, a los cientos que se quedaron a dormir afuera del Palacio una noche de octubre para comprar los boletos, que como siempre se venderían en diferentes precios según la sección… ajá…

Ya había Ticketmaster, pero nada como esperar, cantar, hermanarse y luego pelearse, aventarse, y gritar cuando se rompió la fila por la apertura de las taquillas y, claro, no pagar el cargo extra por la venta. Pero llegó la decepción (o el fraude, según como quiera verse): los boletos costaban lo mismo de la primera a la última fila, nada de que por secciones como dijeron al inicio. Bueno, en una parte del ya entonces conocido como Palacio de los Rebotes sí se respetaría lo anunciado: atrás del escenario… Sí querías, si no, pues nomás te quedabas sin verlos.

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Y claro, todos ahí queríamos verlos y les completamos a los amigos para su boleto, nos quedamos sin posibilidad de regresar a casa, o hubo quien fue al trabajo de sus papás a pedirles más lana (que, por supuesto, de inmediato te podían decir que NO), porque si no se acababan los boletos. Muchos nos resignamos a verlos desde atrás del escenario y, peor, desde el palomar, porque no alcanzó para más. “Tuve que pedir prestada una tarjeta de crédito a un tío, yo dudaba en comprar el bole porque era una lana que no tenía… estuve endeudado con mi tío un laaaargo rato”, recuerda Miguel Ángel Canseco, mi amigo desde hace añísimos y fan de cepa que se debatió por semanas entre ir o no ir.

Pero lo que nos parecía una desgracia, el domingo 22 de noviembre fue un privilegio, pues los del palomar detrás del escenario vimos a nuestros cuatro héroes más de cerca que los que pagaron un dineral por verlos de frente. Sí, ninguna pantalla, ningún auto del Zoo TV Tour obstaculizó nuestra vista. Las pantallas giraban y, lo mejor, Bono giraba para saludar a los de atrás, pero también para que su sudor de chaqueta y pantalón de plasti-piel negra (¡wow!) bañara a los de adelante, como recuerda otro de mis friends, Alejandro Medina, que también tuvo la fortuna de estar ahí.

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Algunos resultaron más bañados y aun más privilegiados que otros: los que llegaron bien temprano a su sitio detrás del escenario y tuvieron la suerte de ser tocados por la vara de U2: “Vimos que los del staff estaban cambiando boletos. Recordando la experiencia de mis amigas Gaby y Elizabeth nos dirigimos a ellos, y con nuestro mal inglés los convencimos… La neta nunca esperamos que los boletos serían ¡para primera fila!”, recuerda Ariadna Ambriz, amiga mía que se bañó con sus lágrimas, con el sudor de Bono y con el de los cuates que se le fueron encima para atrapar una baqueta de Big Audio Dynamite (B.A.D.), la banda del ex The Clash Mick Jones, que abrió los conciertos.

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Entonces, en medio de la expectativa, de los años de espera, sucedió lo de siempre pero con el privilegio de la primera vez: se apagaron las luces, se prendieron las grandes pantallas para proyectar cientos (quizá miles) de imágenes, se iluminaron los autos, todos gritamos como nunca, se comenzó a oír la música y la mosca zumbó.

El resto se convirtió en una historia que contaron los periódicos al día siguiente; ésta fue la historia de algunos que estuvimos ahí en algún momento de esos cuatro días, viendo volar a la mosca y sus secuaces, que se arrancaron con el Achtung Baby, y la primera estación fue ésta:

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