Hacía tiempo que no escuchaba tantos gritones en un concierto. Son una bendición; un quiebre del protocolo que todo aplaude, que todo compra. La irreverencia del público hip hopero en la antesala del concierto: su “huevos pinches putos”. La punzada vital de la pandilla que reclama territorio, que se hace visible a fuerza de provocaciones estéticas, a fuerza de amenazas teatralizadas.

“¿Ya se pusieron locos? Entonces tratemos de ser cool ahora. Retórica precisa. Los brincos y el ahí va el agua de un público eufórico, pero implosivo. La tregua aliviana a todos. Los discursos de B-Real y Sen Dog son una la celebración de la hermandad, de la familia, de los homies, de lo latino. No es la violencia subrayada del Hip Hop, sino el simulacro liberador del juego. El malora y no el malo, la caricatura y no el wanabi; los lentes para atrás de un respaldo bravucón y los lentes adelante como símbolo temerario de defensa. El concierto de ayer fue mucho más que música. Fue rito, y como tal: reafirmación. Un tema de identidad, de pertenencia y diferenciación.

Después de re-interpretar una secuela explosiva de éxitos como “Insane in the Brain”, “Roll it Up, Light it Up, Smoke it Up”, “Boom Biddy Bye Bye”, “Illusions” y “Yo quiero fumar mota”, Cypress Hill demostró su capacidad deconstructiva, su lado B en la ejecución musical que sepulta con respeto las versiones para radio. No en vano DJ Muggs (relevado en el concierto por el reconocido Julio G) se caracterizapor el poder de transformación en sus mezclas, por sus producciones revamped (renovadas) y sus ediciones inéditas.

Pero la potencia musical de Cypress Hill no sólo se nutre de graves saturados, sampleos y loops, sino también de una percusión electroacústica que improvisa y explota. Eric Bobo, quien ha colaborado con los Beastie Boys y tiene proyectos alternos como Sol Invicto y Ritmo Machine, se ha ganado a pulso un lugar como miembro formal de la banda. Y es quizá en la vivacidad de sus arreglos donde radica ese plus de perennidad en sus temas clásicos.

Sombrío, colocado, grifo, psicodélico o como prefiera apreciarse, el “stoned funk” de los californianos es único y efectivo. Sin grandilocuencia ni sofisticación, el show de ayer fue contundente de principio a fin, a pesar de que la ingeniería de sonido dejará muy por debajo los niveles en las voces. Con solos en las tornamesas y en las percusiones, y con una energía festiva e interactiva por parte de sus frontman, el público ganó su derecho de piso. Y no es por restarle atención al escenario, sino porque hay que reconocer que los cinco años de espera para el regreso de los Cypress Hill hicieron que el público se entregara con ahínco –ante la más mínima invitación a corear o vociferar más alto que en el otro lado de la sala.

Es el público que disfruta a la banda y se disfruta a sí mismo, que se vuelve al unísono y performatiza una manera de ser, una cultura cuyo estigma se asocia de manera ambivalente con la violencia, el pandillerismo y el consumo de mariguana, al mismo tiempo que con la fraternidad, la raza y la insumisión. El look del Hip Hop representa resistencia, divergencia, y como tal, amenaza ante las formas.

No sólo se trata de los cholos, los hip hoperos o los malandros. Se trata de un rompimiento simbólico que paradójicamente lleva al extremo la pulcritud, la hace inservible, “impráctica” como decía Octavio Paz de los pachucos. Noche de gala: ropas impecables, delineadas con la perfección de una plancha seria y comprometida; tenis y calcetas blancas sin lugar a dudas; gorras sin huellas de uso prolongado; poder que se exhibe en la descontextualización del arreglo, en el descontrol y despilfarre de lo marginado.

El concierto de ayer fungió también como espacio tolerado para los pro-marihuana. Y es que más allá del cliché, la fumarola fue desafiante. Esta vez no hubo lamparitas de seguridad invitando a apagar cigarros de lo que fuese. Y hasta podría decir que la onda de la tronada fue el tema central de la velada. A B-Real, por ejemplo, le complacía preguntar a los fanáticos qué tan puestos estaban, y ante la ovación afirmativa, su socio reforzó hacia el cierre del concierto: “este hombre produce la mejor marihuana del mundo”.

Del activismo a la empresa, Cypress Hill lo es todo menos un grupo de pachecos olvidadizos. Está claro que la legalización es parte central de su filosofía musical y que su público tiende a comulgar con ello. Pero, más allá de ser un mero discurso o caer en lo facilón del carnalismo, la efectividad del mensaje habita en su musicalidad, en su fórmula para desencajar el cuerpo y relajar la mente a través de beats hipnóticos, letras desequilibradas y diálogos juguetones con el público.

¿Ustedes se lanzaron a ver a Cypress Hill?