Era domingo y el clima no nos iba a sorprender por segunda vez. Ahora la moda y lo cool podían dejarse de lado un poquito, lo que importaba era ir preparados para sobrevivir. Aunque para algunos, el estilo es lo último que se pierde porque sí, traían botas para la lluvia pero eran Burberry, lo normal.

La verdad quedé sorprendido por la cantidad de gente que fue. Casi uniformados con ropajes de plástico en colores amarillo, azul, plata o negro, sólo algunos —los más despistados o los más osados— no traían protección. Pero ya estando ahí, daba igual.

Se tiene la mala preconcepción que el Corona Capital tan sólo sirve para irse a pavonear con los mejores trapitos y agarrar la peda con los cuates, pero quizá el ritual va más allá.

Pocas veces se sufre semejante tormenta durante un evento. Y las condiciones del piso eran las menos propicias. El lodo abundaba por doquier. Trasladarse entre escenarios era un buen ejercicio para las piernas, la coordinación y la paciencia. Nunca el no caerte había sido el objetivo principal de los caminantes del festival.

En las filas para entrar con boleto y sin pulsera, desde las 2 ó 3 ya se concentraba esa masa que viaja como a 1 km/hr.y que me gusta denominar como “la marcha zombi”.

Cuerpos apretujados envueltos en plástico, bajo la lluvia que había llegado temprano y no presagiaba un día tranquilo. Tiradas por ahí, las botellas de cremas de tequila que consigues a 50 pesos en la tiendita más cercana, o los tradicionales Bacachos a los que ya les habían dado baje. Al parecer, no hay poder humano o natural que haga que los coronacapitalinos no quieran barbitúricos.

La marcha zombi

Ya dentro, a pesar de los incesantes arreos de los organizadores, la marcha zombi se detenía para esperar a sus compinches atrasados. ¿Cuándo un megáfono ha incentivado a los chilangos? Ni modo, aquí la cosa es no perderse y el tiempo de espera es indispensable.

Entre que conseguíamos mapita (por que el de la app decía que todos los mapas estarían oportunamente “Muy pronto…”) y decidíamos qué ver, decidimos seguir a la congregación más grande de gente. Estaban listos para ver a Sam Smith.

La lluvia había parado y ya nunca iba a regresar, pero el daño ya estaba hecho. Lo que alguna vez fue pasto, ahora era como el fondo de una olla de una fábrica de chocolate. La verdad se veía bonito, no sé qué propiedades físicas tiene cada lodo, pero había uno en el que te daban ganas de revolcarte y salir con mejor cutis que modelo de Victoria’s Secret. Sin embargo, no creo que nadie haya querido salir así, aunque algunos, los más desafortunados, caían uno a uno en las propiedades de la tierra mojada.

Smith es un cantante cumplidor. Sabe que su voz es su principal atributo y como tal, la explota a fondo. Todavía no es un todopoderoso Bruno Mars, pero con apenas 22 años, pinta para buenas cosas. “Stay With Me” fue la primer gran coreada del día, con las muchachitas bien aferradas de los brazos de sus acompañantes, y hasta un perro colmado de alegría, corría de un lado a otro al compás de Sam.

Cada año, la oferta gastronómica del festival se diversifica. En éste, los Tostilokos y los Dorilokos causaron buena impresión. Además de los helados de yogur o los tradicionales jochos, hamburguesas y taquitos de canasta. Pero para otros más exigentes, habían milanesas, kebabs, chapatas y huarachitos. En pocas palabras, si llevabas presupuesto y hambre, conocerías la verdadera felicidad.

CHVRCHES

Después de los sagradísimos y necesarios alimentos, tocaba ver a otra de las nuevas propuestas desde Glasgow: CHVRCHES. Una banda para pasarla bien. En la ondita electroindiepopera, los escoceses hicieron una de mis canciones favoritas de los últimos tiempos: “The Mother We Share” fue el final y estuvo buenísima. El soundtrack perfecto para sobrevivir al mal del puerco.

Mientras las hordas se despejaban y dejaban ver que el suelo en el escenario Corona era una masa café movible y resbalosa, decidimos dar un rol por ahí para ver qué veíamos.

La escena, a veces, era espantosa y otras hilarante. Varios abatidos por las sustancias, reposaban con la cabeza entre las piernas y los restos gástricos que no habían podido digerir a un ladito. El inconfundible vestigio de la derrota absoluta. ¿En dónde están sus amigos? ¿Los dejan un ratito y luego regresan por ellos? ¿O son guerreros sanguinarios de la soledad?

En fin, después de la caminata nada reparadora y sumamente agotadora, regresamos al escenario principal para ver a la banda que más quería ver de todo el Corona Capital y casi de la vida.

Belle & Sebastian

Belle & Sebastian salieron casi puntuales. Lo sublime de su música se veía exponenciado por un conjunto de cuerdas que trajeron para hacer todo más orgánico. Cumplieron con lo que todos sabían que iban a cumplir, un show bonito en el que niños se subieron a bailar (y casi le roban el protagonismo a Stuart), en el que se pronunciaban mal las palabras en español (pero se agradece el esfuerzo), y en el que “The Boy With the Arab Strap” sonó inmensa. Mis ánimos iban en ascenso.

Correr. Tarea imposible que se realizó lo más prudentemente que se pudo porque, enfrentito, tocaba Damon Albarn. Ídolo mexicano, el ex-vocalista de Blur salió acompañado de una piñata de él mismo y su excelente banda. Sin duda, “Clint Eastwood” fue uno de los momentos mágicos del Corona Capital.

La gente seguía llegando y yo no lo podía creer. Tal vez la música, después de todo, sí es una gran parte del incentivo coronacapitalino. Y cómo no, si güero Beck estaba por comenzar. Hay artistas que son grandes y no sólo por sus rolas, sino por su espectáculo completo. Beck es un gigantesco frontman con buenas canciones. Mi parte favorita del festival, por mucho.

Todos teníamos la mitad de las piernas de color café. Algunos nos ayudábamos para ir por el camino con el charco menos profundo, otros, ya despreocupados, procuraban salpicar lo más posible al paso de sus cuerpecitos. Ya a esas horas, en otras ocasiones, las piernas empiezan a fallar y los sentados abundan, pero en esta ocasión había que aguantar vara… o conseguir alguna revista o plástico medio limpio para no revolcarse como en ‘El juego de la oca’.

Como no iba a ver a Beck completo, me lancé a Metronomy y el Bizco era el escenario más amable. La carpa hace que todo sea más fácil y ahí, las emociones estaban intactas. Los ingleses son una de las mejores bandas que he visto en vivo, con mi bajista favorito. Y se sintió muy bien re-visitar la riviera inglesa.

Mis hombros me estaban matando. Pero quería ver mucho un ratito de los KoL y a Lykke Li. No obstante, mi transportación ya estaba por llegar y si no huía de ahí pronto, llegaría a mi casa como a las 4 de la mañana. Los Kings of Leon tocaron “Knocked Up”, mi canción favorita de ellos y estuvo cabrón, pero Lykke Li también se echó varias buenas rolas para mover los oxidados huesos. Ya las caras eran más de cansancio que de goce, pero varios aferrados sobrevivieron a todo el Corona.

El camino de vuelta. Los lentos pasos. La marcha zombi. Los camiones en filita, algunos repletos, otros vacíos. Los gritos, los taxis a la caza, las pizzas a 60 varos, las aguas a 20, los tamales, los elotes y las tortas, toda la fauna tan conocida después de un festival. Se había ido un Corona Capital más. El más adverso de todos, pero también, el que mejor se quedará grabado en nuestras cabecitas.

Porque neta que ese lodo, no era cosa de todos los días.

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