La venganza de fuego

Desde el aire, la Sierra de Ajusco-Chichinauhtzin que marca el límite del DF y Morelos era un manto verde plagado de viruela: un centenar de conos volcánicos sobre una superficie boscosa que por su tranquilizador reposo sólo atraía a un puñado de vulcanólogos.

Pero la tierra ya había avisado: en los dos primeros milenios de nuestra era, sólo en el tramo de CU a Cuernavaca surgieron cinco cráteres. Ni quién meditara sobre los volcanes Tláloc, Chichinauhtzin, Cerro Pelado, Cuauhtzin y, sobre todo, Xitle, un monstruo dormido de 3 mil 100 metros de altura.

En el Pedregal de San Ángel, empresarios, políticos y artistas gozaban de la dulce parsimonia de las casas creadas por Max Cetto, Luis Barragán u otros arquitectos célebres. Pero bajo sus jardines, adornados con restos de rocas volcánicas, habían sido sepultadas, hacia el año 400, la flora y fauna de la zona y, al lado, una ciudad ceremonial entera: Cuicuilco.

«A todos les preocupa el Popo y hay 140 volcanes en la zona metropolitana que pueden hacer erupción».

«A todos les preocupa el Popo —que hizo erupción hace 14 mil años— y hay 140 volcanes en la zona metropolitana que pueden hacer erupción en los próximos 100 o 400 años. Nunca se sabe», había declarado el sismólogo volcánico Carlos Valdés, jefe del Servicio Sismológico Nacional.

Su voz fue profecía. Una noche, una serie de pequeños temblores en el inicio de la Autopista del Sol antecede a la apertura de una grieta con lava. Desde el pueblo de Parres hacia el sur, nadie escapa de la vibración de la mezcla de cristales, roca y gases que a 1,500°C empieza a emerger, primero con sigilo, luego con estruendo. Las rocas alcanzan hasta dos kilómetros de altura, y en sus parábolas macabras terminan con algunas casas de pueblos de Tlalpan. Ya hay muertos. «Hemos encontrado montículos de 200 mts de diámetro a 60 kms de distancia del Popo», explica el sismólogo Valdés, para ilustrar el alcance que tuvieron hace 14 mil años las rocas escupidas por ese volcán.

El Centro Nacional de Prevención de Desastres lanza la alerta roja: el magma avanza a cinco metros por hora. Los pobladores sacan sus calculadoras, se enfrascan en debates caseros y abren Google Earth para calcular cuándo el manto podría atraparlos: a ese ritmo, en 10 días estará en Santo Tomás Ajusco, y en tres semanas habrá empezado a cubrir Padierna, donde existen más de 100 colonias.

En dos meses, acaso unos días más, la lava se abatirá en Villa Olímpica y el propio Pedregal. «Hace más de mil 500 años —advierten los medios de comunicación—, la lava llegó a lo que es hoy el cruce de Miguel Ángel de Quevedo e Insurgentes.»

No hay consuelo: por más que salvarán sus vidas, más de 1 millón de habitantes de las zonas afectadas de Tlalpan, Contreras y Coyoacán —la región más florida y arbolada del DF— se resignan a que a sus casas las cubra la roca ígnea.

«No creo que la gente de Lindavista se quede muy tranquila si un volcán como el Xitle hace erupción», dijo alguna vez el ingeniero estructural Eduardo Reinoso. Era cierto.

Como hace más de 16 siglos, cuando los cuicuilcas emigraron a Teotihuacan y Texcoco huyendo del Xitle, el pulmón del DF desfallece.

Los habitantes de las otras delegaciones son evacuadas por miles al Estado de México y más al norte. Desde cualquier azotea con más de 10 pisos, se observa la majestuosa lengua naranja y negro que devora a la ciudad.

FUENTES: Centro Nacional de Prevención de Desastres, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Evaluación de Riesgos Naturales, Instituto de Geofísica de la UNAM, Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, Servicio Sismológico Nacional y U.S. Geological Survey.