Por Baxter, que es tan pero tan guapo que de pequeño fue el niño Dios en la pastorela. (Ay, ya)

Desde el más elegante hasta el más naco de todos, los piropos te suben el autoestima. Cuando tu día no puede ir peor, se te olvidó ponerte desodorante y tu cabello definitivamente se puso en huelga, lo mejor que te puede pasar es que alguien te diga que te ves bien.

De la forma que sea, proveniente de cualquier persona, desde el piropín de amor maternal que te dice tu señora progenitora cuando no te ve desde hace mucho, hasta el clásico “fiu fiuuuu, en esa cola sí me formo” del microbusero todos necesitamos que nos digan: Piropos.