Conozco dos tipos de cinéfilos: aquellos que recuerdan un mundo (más feliz) sin Tarantino y los que creen que el famoso Quentin inventó la violencia y la chicas asesinas/cool aumentadas de copa por el celuloide.

Por fortuna, me cuento en el primer grupo, que aunque empequeñecido, aún tiene el poder de la memoria. Por eso molesta un poco que ahora Mr. Quentin domine nada menos que la silla del gran jurado en el Festival de Venecia.

Ahora resulta que Tarantino domina el canon: él decide qué director, qué película se respalda con un premio. Y por supuesto, así de ético como nos tiene acostumbrados en sus guiones, Tarantino premia a sus amiguitos y/o a sus fans convertidos en cineastas.

Quizás no sea favoritismo que premie a su ex novia Sofía Coppola, quizás la chica hizo otra hermosa película como suele, pero habrá que ver los resultados de sus cuates Álex de la Iglesia (quien se llevó dos premios) y Robert Rodríguez que abrió la selección oficial.

Álex de la Iglesia tiene un buen tiempo sin lograr una buena película y qué decir de Robert Rodríguez: ni en sus más salvajes sueños se imaginó llegar hasta a competir por un León de Oro. Aunque ¿para qué son los amigos?

A otro que le fue bien con un premio a su trayectoria fue a John Woo, un maestro de la hiperviolencia de donde Tarantino mamó todo lo que pudo hasta dejarlo seco y demodé. Quizás John Woo lo merecía, pero es evidente que nadie más hubiera pensado en él: sólo el Rey Tarantino decide qué estética se pone de moda y cuál merece olvidarse.

No es gratuito que las personalidades italianas hayan puesto el grito en el cielo: la actriz Sofia Loren se quejó igual que el director Marco Bellocchio; y el blog Cinema Lovers lo bautizó "El primer festival de cine de Tarantino".

Y no se quejan por italianos, se quejan porque tienen memoria: el cineasta originario de Knoxville, Tennessee cuenta con una colección de escenas absolutamente geniales en casi todas sus cintas -me refiero por ejemplo a la primera escena de Inglorious Basterds–, pero su carrera deja mucho que desear y según algunos (en los que también me incluyo) sólo tiene una película indiscutiblemente buena (Reservoir Dogs).

Ya sé, ya sé que es cuestión de gustos. Habrá quien llore y aplauda y sueñe con dirigir al menos un cortito que se le parezca.

En todo caso, no vamos a hacernos los ingenuotes: es inevitable que un jurado tenga preferencias, amiguitos e incluso intereses políticos. Pero también es evidente que cuando la mano de un presidente pesa tanto como la de Tarantino, todas las concesiones pierden su balance.

Lo hizo el insufrible de Tim Burton cuando le toco presidir Cannes y lo hacen todas las estrellitas/capillitas a quienes les llega su fiestecita.

En fin. Sólo hay que dejar pasar un poco de tiempo, ya lo juzgará ese juez tan perro que no tiene amigos ni preferencias: el tiempo.