Cada Navidad trae consigo la magia, los buenos deseos, la paz, el amor, las tradiciones, pero también, una que otra sorpresita. Ya sea que celebres la cena del 24 en tu casa o en la de algún pariente, pueden suceder muchas cosas inesperadas que tal vez hagan de esa velada única en familia, no precisamente una nochebuena.

Una tía muy peregrina, un cuñado que traga como niño dios (diospicio), un menú del asco, unos regalos del infierno… Todo cabe en la viña del Señor aquí en la Tierra, para que, en su día, se combinen las fuerzas del mal y todo salga peor. Por ello, nos dimos a la tarea de realizar un breve recuento de esas situaciones incómodas, o francamente espeluznantes, que suelen ocurrir en la cena navideña.

1. Es la primera Navidad que pasas con la familia de tu pareja y todo pinta bien: la música es bella, hay un regalo con tu nombre al pie del árbol, te sirven un buen aperitivo para entrar en calorcito y hacer hambre, pero cuando traen la cena… ¡el horror! Sirven un guacalao con tufo a baño público o enfermedad venérea que… ¡no maaa! ¿Cenar o no cenar? Ésa es la cuestión.

2. Organizas un menú muy selecto para tu núcleo familiar más íntimo: pierna al hombro con aderezo de elote, tallarines al pesto, canapés de revoltijo… Cuando de repente, tocan el timbre y… ¡sopas! Le caen todos los parientes pobres con el hambre por delante, y tú, con los platos contados.

3. Siempre está el familiar incómodo y gorrón que nunca pone nada, no coopera más que con su singular presencia y ferocísimo apetito (mejor dicho, ¡apetote!). Llega la cena, se sienta a devorar y justo cuando cree librarla, a otro miembro de la parentela se le ocurre echarle en cara su imperdonable modus gorrendi: “nos toca de a tanto, mano, no te hagas, no te hagas”. (dale, dale, dale, rómpele la…).

4. Llega la noche y a ti ya hasta te está haciendo cruda el brindis que por la tarde te echaste en el trabajo, pero estás en casa de tus suegros y nadie saca ni un vinito pa’ decir salud. Entonces, ¡por fin!, tu suegro saca una botella de las más corrientes que tiene para invitarte, cuyo contenido es un tanguarniz que podría dejar ciego para siempre a quien lo beba. ¡Tsss! ¿Se lo aceptas o te aguantas la sed de perro alcohólico?

5. Nunca falta el tío demasiado cariñoso que, aprovechando la Natividad de Santo Cristo y el onomástico de Santa Claus, no pierde la oportunidad de mamasear a las sobrinas a la hora del abrazo: “abacho, becho y apapacho” (traducido al lenguaje del tío fogoso: “apachurro, pinto y rayo”).

6. Sabiendo quiénes son tus invitados, decides comprarles un regalo a todos y cada uno de ellos. Sin embargo, a la mera hora cae un colado (el familiar lejano que nunca te visita) y no hay presente para él…. ¡Chiá! Entonces, para que no se sienta mal, le envuelves de improviso la baratija que te dieron en el intercambio del trabajo. Lo gacho: es muy notoria la diferencia entre su bota de dulces navideña y los abrigos de chinchilla de los demás.

7. Las 12 y hora de arrullar al niñito Jesús: las doñas más rucas del hogar, por lo general, la abuelita y la tía más grande, mecen y pasean al pequeño para que le des un beso y te den la respectiva colación. Como que se lo das, como que no, y ya que te decides a besar al niño, calculas mal tu distancia y… ¡Jesús, María y José! Tiras al piso a la deidad con todo y ornamentos. ¡Trágame, tierra!

8. En el brindis, frente a toda la familia y amigos presentes, te piden decir unas palabras. Como siempre has sido malo para los discursos, te pones nervioso: te sudan las manos, la frente, el occipucio; empiezas a balbucear y se te enrosca la lengua; tu mente se pone en blanco. Sacas, sin embargo, fuerzas de gordeza y armas dos tres frases que nadie, ni siquiera tú mismo, entiende (ahí está el detalle, chato). Todo sea por salir del paso (¡qué oso!).

9. En la hora del abrazo, tienes que hacer lo propio con el infeliz que se acuesta con tu hermana, sí, tu cuñado que te cae tan gordo. ¿Qué hacer para no abrazarlo? ¿Qué estrategia utilizar para que nadie note (ni siquiera él) que te lo saltas? Como tú también le caes en la punta (y no precisamente de la lengua), tu única esperanza es que también él finja demencia y ambos evadan el incómodo momento.

10. Ya entrada la celebración, a la hora en que los familiares ya andan medio persas y se agarran a la plática, llega el momento en que todos empiezan a sacar sus traumas y pleitos de antaño; tan vivo es el recuerdo, que comienza la batalla campal y tú ahí nomás te quedas como espectador y sin saber qué bando tomar (¿ponche o rompopito?).

En fin, también está la partida de la piñata, la tronadera de cuetes (los parientes cuetes), los horribles villancicos a ritmo de charanga, cumbia y rucanrol. Pero ésa… es otra historia. Por vía de mientras, te exhortamos a que desembuches: ¿qué situación incómoda has vivido en Navidad? No te hagas y suéltanos la sopa.

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