Salvador Torres tiene 27 años, unos ojos negros profundos y las cejas pobladas; trabaja en Ecobici y tiene un sentido del humor que se nota en todo lo que hace, desde sus charlas amenas hasta sus posteos de Facebook. Podría decirse que es un chilango como cualquier otro: chambeador, divertido y medio ñoño en las cosas del romance. ¿Qué es lo que lo hace distinto? Desde hace varios años vive con VIH.

En mayo de 2011 se enteró de que vive con el virus, y la noticia lo agarró por sorpresa, pues sólo un par de meses antes se había hecho el análisis y resultó negativo. Como uno de sus cuates se quería hacer la prueba, varios amigos se solidarizaron y decidieron ir en bola a hacerse un test de detección en el “Pruebabús”, un módulo móvil que el Gobierno del DF y la Aids Healtcare Fundation pusieron en marcha para acercar a la población que quisiera saber qué onda con su status.

Salvador se dio cuenta de que todos sus amigos salían rápido y él seguía ahí, lo que le dio un poco de inquietud. Por su prueba negativa que se había hecho recientemente nunca pensó salir positivo, pero así fue. Le hicieron una segunda prueba y después lo canalizaron a la Clínica Condesa donde le hicieron la prueba confirmatoria. Ahí estuvo totalmente seguro: era VIH positivo.

Tejiendo redes

Unas semanas después, cuando apenas lo estaba asimilando, le llamaron del Pruebabús para saber si ya se había hecho la prueba confirmatoria. Al contestar que sí, lo invitaron a formar parte de un grupo de apoyo para personas que viven con VIH y aceptó.

Cuando llegó al lugar, lejos de encontrarse con un ambiente lúgubre y triste, como se había imaginado, encontró flores, frutas, luz. El grupo era pequeño, sólo él y dos personas lo conformaban.

“Recuerdo que me pusieron una canción que de verdad me tocó y fue la primera vez que me permití llorarlo. No le había comentado a nadie y vivía con culpa. Ahí fue cuando todo empezó a volverse mejor”. El grupo fue creciendo y cada vez acudieron más. Lo que más lo sorprendía era lo jóvenes que eran: “casi todos eran chavos entre 18 y 25 años. Durante dos horas platicábamos de información que nos podría ser útil de nuestros miedos y de lo que sentíamos”.

Saliendo del clóset

Tardo 6 meses en que se enterara su familia. “Recuerdo que dejé unos papeles en la mesa de mi casa en los que venía mi diagnóstico. Yo digo que fue por accidente, pero creo que lo hice de forma inconsciente para compartir algo que no había tenido el valor de decir. Al principio mi mamá se sacó de onda porque no entendía mucho del tema, pero como yo ya llevaba un tiempo en las charlas ya tuve las herramientas para explicarle lo que estaba pasando y que vivir con VIH ya no era lo mismo que ella se imaginaba, porque a ella le tocó una realidad muy distinta con el virus en la década de los ochenta”.

Por cuestiones de chamba, el líder del grupo tuvo que dejarlo y fue así como a Salvador le entraron las ganas de aportar y se aventó a conducirlo. A él le había ayudado mucho la experiencia de pertenecer al grupo y sintió que era su turno de ayudar. “Yo lo veo como si es que tú fueras una semilla, que va creciendo y al rato ya hay muchos como tú, poniendo su granito de arena y echándole la mano a los demás”.

Para él, asumir ante la gente que es VIH positivo es como salir del clóset. Cuatro años tardó en abrirse al mundo: no era lo mismo compartirlo en un círculo de personas que guardaban el mismo “secreto” que decir ante los demás que es una persona que vive con VIH.

La vida sí cambia, pero no es el fin

Compartir su “secreto” y hacerlo público fue una experiencia liberadora. Hoy Salvador ya no ve en el VIH algo que le ponga trabas para poder seguir soñando. Tiene planeado reanudar su vida donde la dejó al enterarse del diagnóstico: quiere volver a la escuela, tiene ganas de hacer familia, piensa en tener hijos. Su etapa de activismo ya pasó. Lo tomó como una especie de terapia en la que se ayudó y ayudó a otras personas, pero prefiere seguir con su vida normal.

“Es importante ponerle rostros familiares y cercanos al VIH. También es importante que la gente sepa que si bien si te tomas tu tratamiento puedes llevar una vida relativamente normal y vivir con VIH no significa que te vas a morir, la vida sí cambia. No es lo mismo ir al médico una vez o dos al año porque te enfermaste de algo que estar yendo a checar cada 3 meses para ver cómo vas. Además te tienes que tomar tu chocho todas las noches estrictamente; yo lo hago y a veces sueño chistoso. Pero la cosa es también quitar la victimización, que la gente deje de verlo como un castigo”.

¿Cuándo fue la última vez que tú te hiciste la prueba? Si no estás seguro de tu estatus, las pruebas son gratuitas en la Clínica Condesa (clic aquí para más info). Si no lo tienes, cuídate. Hoy vivir con VIH ya no equivale a la muerte, pero ¿qué mejor que evitar los tediosos chequeos y los chochos?

Y si ya lo tienes, tampoco se acaba el mundo: tú como Salvador, puedes llevar una vida plena y alegre mientras lleves tu tratamiento. Contra el miedo y el prejuicio, información y acción. Tú le puedes poner un “estate quieto” al VIH.

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