27 EMPLEADOS

De chicos, Jaime Camil y su amigo Oliver Rodríguez comían pescado crudo, nadaban desnudos en el mar, iban a surfear o a pasear en la Laguna de Coyuca. Jaime, ex jugador de básquet en un equipo del municipio y capitán del Baby’O, parecía arreglárselas con poco para ser feliz. Acapulco, en todo caso, le permitía crecer con fantásticas dosis de libertad. Pero los años han pasado. Hoy, en su residencia de Las Brisas, donde suele recibir a Bono, un ejército de sirvientes le prodiga atención.

—¿Cómo es eso de vivir rodeado de servidumbre?

—Mi papá tiene 27 empleados. Depende del cristal con que lo veas: es como ir a Jamaica y ver que los pinches negros venden en puestos para los cruceros. De eso viven. Pero yo soy un güey que si quiero una pinche naranjada voy y me la sirvo. Estoy acostumbrado a do it yourself, y que la casa tenga tanta servidumbre me da igual, no soy Liliana Sada.

— ¿Y ahora dónde te diviertes en Acapulco?

— Acapulco dejó de ser chic. No hay lugares padres como en Playa (del Carmen), Miami o Cabo (San Lucas), aunque abran lugares dizque vanguardistas. El otro día me dijeron que el Zuntra estaba padrísimo. Llegué y dije «este es el mismo pinche bar de siempre en Acapulco.» El día que haya lugares súper low profile, buena onda, la gente cool volverá.

Una noche, antes de volver al DF, voy al Hotel Presidente para relajarme un poco con un show de Luis de Alba, “El Pirrurris”, ídolo de mi infancia. Cuando todo concluye y las 30 o 40 personas que asistieron vacían el auditorio, me acerco a camerinos para saludarlo.

—¿Y tú que estás haciendo?­—, me pregunta.

—Un reportaje sobre Acapulco

—¿Ah sí? Te cuento algo: ayer, unas personas de Acapulco que me querían complacer en los mejores lugares, me llevaron a La Guardería, en la colonia La Mira. Está lleno de niñas, chiquititas, que hacen lo que los gringos quieren. Me tuve que salir a vomitar.