Una calle de Aragón se vuelve disco gracias a Sonido Pancho

Uno de mis antros preferidos se encontró a unos pasos de la Plaza Garibaldi. A las dos o tres de la mañana, llegaban las travestis que ejercían la prostitución callejera, para descansar una vez que habían cumplido con sus horas laborales. Entre su llegada y el amanecer, solían beber, bailar, reír, llorar y buscar galanes, pero lo de a deveras y no los temporales a cambio de unos quintos. Era un antro de colección que abruptamente cerró sus puertas hace cuatro o cinco años. Se llamaba el 33. Su pérdida le restó brillo a la ciudad nocturna.

Hace poco, una versión reducida del lugar abrió sus puertas en el mismo sitio. Literalmente reducido: ya no cuenta con el pasillito que llegaba al salón enorme de atrás. De hecho, en su encarnación presente, debe ser la cantina más chiquita de la zona. Si sólo es una sombra del viejo 33 vale la pena dar una vuelta.

Llegamos un viernes reciente a las 2:30 de la mañana para ver el último espectáculo. Entre los asistentes había un par de jovencitas redondas compartiendo una caguama, un señor dormido en su mesa y un par de clientes que estaban casi catatónicos.

Llegaron unos vendedores de rosas y chicles que se quedaron a ver el show, que incluía un imitador de Alejandro Fernández, otro tamaño XXL que cantaba con discos de Lucha Villa (con un atuendo de color Plátano con marguitas bordadas) y la genial cantante Alicia Villareal, que se sentó sobre mis piernas y me cantó al oído —para beneplácito de Federico, que no dejó de tomar fotos—. Luego ella agradeció a «los más selectos borrachos de Garibaldi» por asistir. Entre ellos, destacó que había una dama que, según la cantante, «era mi pareja cuando fue hombre».