¿Alicia Villareal? Sólo por una noche en el 33

Perla, de Pinotepa Nacional, tiene cara y piel de bebé. Me asegura de a textura de su carne cuando se acomoda sobre mis piernas y pone mis manos encima de su torso desnudo. Hace apenas unos minutos que llegué al Dow Jones, un bar de table tranquilo y agradable en Tlalnepantla.

A pesar de la piel suavecita, después de conversar con ella sobre sus hijos, calculo que debe tener unos 30 años. La mayoría de sus compañeras parecen treintonas, deliciosas y estructurales, de México y de otros países del continente americano. La música y la luz del Dow Jones están bajas, y las mesas y sillas, tipo lounge, son muy cómodas.

Sin duda cariñosa, Perla me dice “mi amor” y “cosita”. Pero juega para ganar. Sus copas cuestan 150 pesos y los bailes privados están en 300, o cuatro por 1,000. Y por 3,000 pesos afirma que se puede pasar quality time con ella en los cuartos con ventanales alrededor del club. Si uno es pudoroso, se puede hacer lo que quiera con las luces apagadas, o si tiene tendencias exhibicionistas, con las luces encendidas: expuestos a los demás clientes y empleados.

Estuvimos en Tlalnepantla respondiendo a un rumor. Desde hace algunos años cuando la ex delegada Dolores Padierna clausuró muchos antros en la colonia Cuauhtémoc, se corrió la voz de que los mejores bares de table se ubicaron en el Estado de México. Pero si el Dow Jones fue un lugar sumamente agradable y cachondo, me pregunté por qué había tan poca clientela un sábado en la noche. Aparte de Federico y yo, sólo había hombres en dos o tres mesas mientras 20 ó 30 mujeres tentadoras dieron vueltas en el piso.

Quise llevar a la “Pato” también. Imaginé que una mujer podría convencer a una teibolera a posar por un rato más fácilmente que un hombre. Desafortunadamente a la hora de los cocolazos (bastante tarde por cierto) se quedó dormida. Federico, siempre profesional, aguantó conmigo tanta mujer desnuda. Pero ni él ni yo pudimos convencerlas de posar.

Al cruzar la avenida y entrar a otro table que se llama Exxess, me di cuenta. Estaba hasta el tope con un público verbalmente belicoso encima de dos plataformas que suben como islas entre un mar masculino, bailaban dos mujeres. Eran amazonas, bikingas, tan musculosas que parecían las primas de Schwarzenegger. Seguramente eran más hombres que la mayoría de los tipos que les gritaban mientras se desnudan. Se trata de la mujer que provoca la pregunta, ¿Quién hizo este cuerpazo, Dios o la ciencia? Hasta que se quitan los sostenes y resulta evidente que han tenido asistencia quirúrgica.

Había una multitud de mujeronas fornidas y operadas, en un ambiente bravucón, con reggeatón a todo volumen. El momento más simpático llegó cuando una tal Gia, bombón con corte de pelo tipo Bettie Page, agarró la cubeta de hielo de una de las mesas y se depositó encima el contenido. Ella corría los cubitos por las partes más íntimas de su cuerpo, para después depositarlos en la boca de los clientes que se volvían locos.

El sistema de precios es algo confuso para los no iniciados. La boletera me explicó que un baile privado de dos canciones costaba 600 pesos, mientras uno de tres tenía un precio no de 900 sino de mil. Cuando le pregunté por qué me vio como si fuera un retrasado mental y me explicó que con el tercer numerito la bailarina se quita la tanga. Dejó a mi imaginación lo que pasaría durante media hora a cambio de 3,000 pesos.

Dada la escasez de público en el Dow Jones obviamente estuve en la minoría, pero ahí en el Exxess extrañaba a las de enfrente, más afectuosas, que no parecían armas mortales o resultados de la mesa de un Dr Frankenstein.