After Neza: mientras el amanecer se acerca, los instintos se desatan

Federico insistió que teníamos que ver un sonidero. Yo ni sabía que era.

Les puedo asegurar que hay pocos ambientes en los que el caos, la opresión de los sentidos y la violencia incipiente, que caracterizan con tanta agudeza la ciudad, están tan bien representados como en una fiesta de sonidero. Es una especie de bailongo callejero que suele ocurrir en los barrios de Tepito, Peñón de los baños y Aragón.

La noche que fuimos a uno en el último barrio de la lista, en la calle de Zaragoza esquina con Zapata, había llegado un tal Pancho de Tepito para tocar los discos. Pero Pancho no es un vil DJ. Decir “tocar discos” ni siquiera se aproxima al indescriptible holocausto auricular del que fue responsable. Los discos eran principalmente de salsa de los años 70, pero también de cumbia y de rumba. Salieron como embestida a todo volumen desde altavoces de tres metros de altura que tapaban toda la calle, llevados por camiones con remolques.

Con el reverb a todo lo que daba, tenían un volumen que me dejó sordo el resto de la noche, aunque sólo me quedé durante media hora.

«Saludos a César, de la Colonia Guerrero…¡Va para los González!… Los hijos de la Chapa, Lupita y el Buitre… la familia Pineda de la colonia Buenos Aires…» Así fueron los comentarios imparables de Pancho durante todo el tiempo.

A pesar de la música, había más mirones que bailarines. Los más listos tenían algodones en los oídos. Los bailarines eran principalmente travestis, unas con dos metros de altura con shorts de cuero negro y blusa de piel de tigre, que bailaban con galanes locales. El desafío de los hombres parecía consistir en mover a las travestis — y lo hacían con sumo esfuerzo.

Media hora después, pese a que temí decepcionarlo, dije a Federico que quería salir huyendo. Pero siempre caballeroso, no dijo nada. Sólo tomó unas fotos más y nos fuimos.