Montealbán casi esquina Caleta es un escenario histórico del rock mexicano. Por años, la casa de Mondragón fue cada 15 de agosto (su cumpleaños) sede de las fiestas más desquiciadas. Jorge movía los muebles de la sala para colocar ahí las tablas de los palomazos. Llegaban modelos, darks, músicos, gays, de lo más glamoroso a lo más lúgubre del underground capitalino. «A cierta hora sacaban del horno unos pasteles bien sabrosos, ricos en proteínas y minerales», cuenta Jorge “La Chiquis” Amaro, de Fobia. La noche avanzaba hasta la hora del “palomazo VIP”. Cuentan que en una velada llegaron a tocar Soda Stereo (Jorge es amigo de Gustavo Cerati), Caifanes y Enanitos Verdes.

En la primera puerta, al subir las escaleras, se encuentra uno de los máximos centros de negocios de la música (y, ahora, del cine) en México: un cuarto con un televisor, un modular y un “escritorio” para cerrar negocios: su cama.

Botas y zapatos de Dr. Martens AirWair están tirados por decenas en el clóset, bajo la tele, en cualquier lado; la marca británica lo ha provisto de unos 100 pares impresos en flores, piel de leopardo o cebra. Nada sugiere que Mondragón reúne aquí a su gente para concretar acuerdos; él sobre su cama, los demás rodeándolo. En este mismo lugar dio refugio a músicos que comenzaban una carrera pero sin ingresos para una renta, como Beto Cuevas de La Ley, Agustín “Cala” Villa de Rostros Ocultos o Jorge “La Chiquis” Amaro, ex de Fobia.

«Se peleaba con su jefa: que por qué llegaba tarde, que “ahí viene tu amigo el greñudo, el pacheco, el pedote” —recuerda Amaro—. Su mamá era cabrona en el buen sentido, pero era Mondra quien “managereaba” esa casa. Desde su cuarto gritaba a las mucamas: ¡Mireya, unos huevos! Bajabas y todo estaba listo.»

Del otro lado del baño compartido, su madre, alta y morena, ha atestiguado la creación de estrellas urdida en el cuarto contiguo.

«Mondra se levanta a las 12 —dice su ex ayudante Graciela Contreras—. Si soñó algo, en la cama, rascándose los huevos y comiéndose un yogurt hace un negociazo.»

—¿Cómo se trabaja junto a él?

—Un día llegué a su casa a las 11 AM. “Pázade Chedita, deja tedmino mi pedícuda”, me dijo —Graciela imita el ceceo de Mondragón—. A los 10 minutos me dice: “espérame, voy a bañarme”. Y fue media hora más. Sonó el teléfono, habló una hora, se dio su churro y a las 3 me dijo: “Chela, ¿es muy importante? Mejor resuélvelo tú.”

—¿Y cómo se ponían de acuerdo?

—Había cinco minutos en que sí me iba a pelar: cuando se bañaba. Le hablaba desde la puerta del baño y me oía, porque no había tele, ni teléfono, ni un churro.

De palabra

Pido a Mondragón que me explique cómo reparte el pastel entre sus artistas. El dueño de la productora Mondra Media Corporation normalmente aleja a sus representados de las negociaciones. «Nunca he firmado un papel con un artista. Mis tratos son de palabra. A quienes me odian les digo, ¿soy un hijo de puta si dejo que mañana se vaya un artista que no quería estar conmigo? Quien quiere estar conmigo, está. Quien no, se va.»

—¿La falta de papeles no te genera conflictos?

—No entendí tu pregunta.

—…

—Cuando el que me entrevista no es inteligente corto las entrevistas.

—Es una pregunta…

—Hay cosas que no se preguntan. Estás tocando un tema para generar un pedo.

—No es la idea.

Mondragón se levanta unos segundos. En silencio, clava su mirada en la grabadora. Calculo que aquí todo se acabó. Aprieta la mandíbula, me observa enfurecido y vuelve a sentarse, agitado.

—¿Quieres llevar la entrevista hacia ese lado?… Alguien va a tener problemas.

«Desconfiábamos de él —dice Ignacio Acosta, de Neón—, pero era mejor ganar con Jorge 10 pesos que dos pesos sin él, aunque se quedara con 30. Ignorábamos cómo negociaba. Él decía: no hubo dinero o sí hubo; y si había, repartía.»

El surgimiento de Caifanes —al que Mondragón adoptó—, modificó la relación del manager con Neón. Los palenques de provincia deliraban con “La Negra Tomasa” y las ciudades con “Mátenme porque me muero”. Neón, en cambio, seguía dependiendo del “Pa-pá-reo”.

«Empezó a inclinarse por Caifanes, pero el pedo era que Jorge se vendía a él mismo y no a la banda —explica el guitarrista Santacruz—. Si había un evento con gente importante hablaba de él. Él importaba más que nosotros. Al correrlo nos respondió: ustedes se lo pierden.»

Con Caifanes Mondragón consolidó su papel en el rock mexicano. Su amistad con Saúl Hernández derivó en un negocio que conjugaba arte y empresa. Pero su historia aún carecía de un antagónico. Hasta que llegó 1991. Ese año, la manager Marusa Reyes convenció a Caifanes de huir de Mondragón. Marusa, una muy influyente representante de artistas, ha enfrentado a su rival con rabia: si detecta que busca entrar al camerino de alguno de sus grupos, sus guardias lo impiden. Marusa se vende ante los músicos ofreciendo lo que Mondragón no puede: agradables oficinas, juntas para revisar contratos, estrategias comerciales y un cuerpo de “personal managers” que asisten a las bandas.

A través del email, le pedí hablar de su colega: «No creo tener nada interesante que contribuir a tu artículo. Seguro tendrás muchos testimonios importantes. A Jorge lo aprecia mucha gente y tiene mucha historia en el medio. Marusa Reyes.»

Héctor Quijada, voz de La Lupita —una de las bandas que vivió el pase Mondragón-Marusa—, explica: «Ella es “la aplicada”. Se ve que en la escuela tenía muy bien sus apuntes y ordenadita su mochila. Jorge trabaja en su cama y ahí, con una mano en la panza y otra en el teléfono, cierra deals de un millón de dólares.» Marusa, con su estilo, ha logrado arrebatarle no sólo a La Lupita, sino a Caifanes y a Víctimas del Dr. Cerebro.