Todos los libros y revistas que llegan a nuestras manos implican un arduo proceso editorial. En ocasiones, a los escritores se les va algún errorcito o, ya de plano, meten las cuatro patas; por ello, existen unos héroes anónimos que pulen los textos hasta dejarlos listos para su publicación. Sí, hablamos de los llamados correctores de estilo.

Estos seres corrigen las faltas ortográficas y de sintaxis, las erratas y las impurezas idiomáticas. Son unos expertos de la gramática y poseen una riquísima cultura, de modo que cual más querría tenerlos como cuates, pero andar con uno de ellos, como veremos a continuación, puede resultar una experiencia escalofriante.

Aquí te presentamos algunas razones para no andar con un corrector de estilo. Si después de esta lista aun así quieres jugártela, pues allá tú; no respondemos chipote con sangre (sea chico o sea grande).

1. Todo el tiempo estará corrigiendo tu manera de hablar: que si no pronunciaste bien, que si empleaste mal una palabra, que si tus barbarismos, que si tus neologismos… No importa qué, siempre te criticará con saña.

2. A toda hora y bajo el menor pretexto, te embarrará en la cara su sabiduría y prolífica cultura. Te presumirá que leyó a los clásicos y, por supuesto, se burlará de tus gustos literarios: ¡ay, de ti!, si se te ocurre leer El Alquimista, de Paulo Coelho, o Juventud en Éxtasis, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

3. Te dirá hasta el cansancio que su labor profesional es un arte elevado y mal comprendido (no cualquiera puede hacer su chamba, eh), aunque su trabajo sólo sea corregir los horóscopos de un pasquín de cuarta.

4. Preferirá estar leyendo, antes que salir contigo. Y si te honra con ese privilegio, el 70 por ciento de su plática tratará sobre lo mal que otros escriben y la importancia de usar bien el idioma.

5. Casi nunca tiene chamba estable (por ende, tampoco lana); la mayoría de sus trabajos son de freelance y sólo Dios sabe cuándo le pagarán sus servicios. Tendrás que financiarle cenas, comidas e idas al cine.

6. Te puede cancelar una cita de último momento (no importa si se trata de un aniversario o fecha especial); el motivo: surgió un bomberazo en la editorial y requieren de su talento el fin de semana entero. ¡Esas planas no se van a corregir solas!

7. Antes de enviarle un whats, un inbox o un correo electrónico (ya no hablemos de una carta de amor), deberás cerciorarte bien de que tu mensaje esté escrito con toda propiedad. Mucho cuidado con tu ortografía, tus concordancias gramaticales, tu sintaxis y tus marcadores discursivos; si no está todo bien y en su lugar, sentirás el rigor de su ojo crítico.

8. El corrector de estilo es el ser más perfeccionista y obsesivo que te puedas encontrar, pero esa loca manera de ser no sólo la aplica en su chamba, sino en todos los aspectos de su vida, por lo que deseará corregir tus imperfecciones, tus despistes, tus metidas de pata, tus rutinas, tus kilos de más, inclusive tu trabajo.

9. Si vives con uno de ellos, has de saber que muchas veces hace sus labores desde casa, así que ni se te ocurra interrumpirlo por alguna nimiedad; nada de ir a platicarle cómo estuvo tu día o, mucho peor la cosa, algún problema, porque entonces sí… ¡desatarás su furia apocalíptica!

10. Te hará pasar vergüenzas en las librerías: mientras toda la gente compra novelas consagradas, libros de poesía, literatura infantil o grandes obras académicas, el corrector siempre llevará un montón de diccionarios y gramáticas del español; asimismo, mirará con desdén a los demás.

La lista podría seguir, sin embargo hasta aquí vamos a pararle, no sin antes decir que los correctores son tan importantes como los escritores, pues se empuercan la vista para que nosotros podamos disfrutar de un buen texto. Puedes amarlos, pero andar con uno de ellos, eso sí está más canijo. ¡No digas que no te lo advertimos!

Finalmente, nos gustaría saber: ¿conoces a algún corrector?, ¿has andado con alguno?, o ya entrados en confianza, ¿te han corregido alguna vez las planas? Danos tu opinión.

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