Cuando voy a ver a mi tía Clea (por supuesto no es su nombre real), siempre acabo contándole la historia de algún freak: uno de esos inadaptados que siempre viven al margen, sin amor ni comprensión, que todos tienen por raros y locos y un día se vuelven locos de veras y hacen algo espantoso. Como ustedes saben, historias así salen todos los días en la tele, los periódicos e internet, pero a mi tía le gusta oírlas: tenerme de su narrador en casa.

Así me puede decir:
-¡No me cuentes! ¡No me cuentes! -lo que significa en realidad «cuéntamelo todo y con los detalles más horripilantes».
Y yo le cuento. Es divertido: mi tía es de las que siempre ve venir el episodio escabroso y se emocionan apretando y agitando los puños, como si los hiciera vibrar. Además, siempre que termino la historia remata:
-Qué bueno que uno es normal, ¿verdad? -y lo dice en serio. Que no anda uno haciendo esas cosas y siendo así.

* * *

Yo no le puedo decir a mi tía que todo el mundo está en peligro, siempre, de convertirse en el freak. O por lo menos de ser culpable por asociación.

Ejemplo: hace unos años, en el tianguis del Chopo, se me acercó un tipo que vendía su libro de poemas. Iba, claro, todo de negro. Tontamente le pregunté por qué no se hacía un blog o algo así para publicar sus escritos: él puso cara (pero no entendí de qué era la cara: en realidad no entendí nada) y me explicó que no iba a regalar su trabajo así nomás. También me señaló la portada de su libro, hecho por supuesto de fotocopias tamaño carta dobladas por la mitad y mal engrapadas. En una esquina de la portada había un óvalo blanco, en cuyo interior podía leerse «¡¡¡10,000 EJEMPLARES VENDIDOS!!!».
-Sí gusta -dijo.
-¿Si yo gusto qué?
-No, no, que mi poesía sí gusta. Soy exitoso.

Por supuesto no le creí. Pero le compré un ejemplar del libro por diez pesos. Me encantaría decir que me dio miedo su aire de amenaza pero, como dije en el paréntesis de arriba, no estaba entendiendo nada. Le pagué, se fue, y yo seguí mi camino entre los representantes del darketismo mexicano…
Más tarde, cuando bajé al metro, me puse a leer los poemas. Y al regresar a la superficie tiré el libro en el primer bote de basura.
-Y así fue como no pude -le contaría a mi tía- venderlo a alto precio, ni presumirlo siquiera, cuando años después supe que aquel «poeta» ¡era el famoso Caníbal de la Guerrero!
-¡No!
-¡Sí! Claro, le faltaban años para cometer su crimen famoso…
Pero no se lo puedo contar a mi tía porque a ella no le puedo mentir, y tendría que decirle que, entre abrir el libro y tirarlo, uno de sus poemas me gustó: todos los otros eran pésimos pero en aquél se hablaba de muerte, de destrucción, de sangre de modo no tan malo.
-¿No se supone -me diría- que las cosas de un loco nomás le gustan a los otros locos?

* * *

Ser escritor, por otro lado, también da la oportunidad de ser freak de modo más amable. Hace tiempo, en una convención de literatura underground a la que asistí, me tocó platicar con otros tres autores y con el único lector que había ido a cierta mesa redonda. Como de chiste, uno de ellos decía escribir ciencia ficción, el otro fantasía y el otro horror. Y:
LECTOR (a mí): ¿Tú que escribes, Alberto? ¿Ciencia ficción?
E. DE C.F. (al lector): No… Es como de fantasía, más bien.
E. DE F. (al lector): Más bien como de horror. Fantasía no.
E. DE H. (al lector): Bueno…, más bien yo diría que sí es como ciencia ficción… Pero oye, ¿ya viste nuestra colección de ficción oscura? Está en este stand…

Y sin voltearme a ver, los tres (que se veían igualitos, por cierto) se llevaron al lector.