Según datos brindados por la Procuraduría General de la República, en México no existen averiguaciones previas sobre decomisos en laboratorios o bodegas clandestinas con frascos del nitrito de amilo, la principal variante del popper aunque no la única, pues también son inhalantes sexuales los nitritos de butilo, isopropilo e isobutilo.

Se vende no sólo clandestinamente en Tepito, sino en sex shops más o menos formales, como las del Centro Histórico.

Aunque sobran empaques multicolores, tipografías llamativas, aromas frutales, la reina del popper en 2009 es Lady D. «Se llama así por las experiencias apasionadas de la princesa (Lady Diana)», asegura Armando, de 33 años, contador público egresado de la UNAM. Hoy es vendedor en Tepito: «Con esto gano el triple», confiesa en su sex shop de Avenida Tenochtitlán. Me pide no dar su nombre real.

El Lady D ya es conocido como “el popper de los ricos”: cuesta 300 pesos, cuatro veces más que uno común. Su secreto es química pura. Contiene no sólo nitrito de amilo, sino el poderoso anestésico deportivo cloruro de etilo. El frasco carece de una etiqueta con la fórmula, advertencias o país de origen. En la base hay una sigla indescifrable: “GG”.

Armando (boina negra, tatuaje de estrella roja en la muñeca derecha y playera del Místico) me precisa las dos maneras para usar a Lady D: una, durante el sexo. «Sólo que el efecto es muy heavy; te palpita fuerte el corazón y la sangre llega de golpe a la cabeza. Si no lo moderas puedes desmayarte.» La otra, más discreta, es colocar gotas del líquido en el cuello o la solapa, para que gradualmente entre a la nariz.

Suele causar salpullido alrededor de la boca e irritación de ojos.

—¿Desde cuándo vendes Lady D?

—Hace dos años empezaron a traerlo, no es muy conocido en México. Diría que casi nada.

—¿Quién se los vende?

—Un chino.

Armando y su padre, Alfredo, recibieron en su bodega la visita de dos personas: un comerciante chino y “El Mosco” Carlos, narcomenudista capitalino asesinado hace un año. «Te traigo un “bisne”, a ver si te interesa», dijo “El Mosco” aquel sábado de enero de 2007.

En un español casi incomprensible, el asiático dijo llamarse “Yang”. Prácticamente no hablaba y portaba una maleta negra. La colocó en una mesa de fierro y del interior sacó una bolsa plástica amarilla. La abrió. Contenía algo que parecían poppers, pero de una variedad que jamás habían visto padre e hijo. «Se llaman Lady D”, precisó “El Mosco”.

Alfredo accedió a comprar 35 de esos frascos dorados sin etiqueta. Pagó 7 mil pesos por todos. «Mi papá siempre se ha arriesgado, es parte del negocio», justifica Armando, y suelta un grito a quienes husmean su local: «¡Aquí tenemos lo que buscas, amigo!»