Hay oficinas donde la gente no se llama: se apellida. Miles de oficinas
donde, en los pasillos, se saluda así: “Buenos días, licenciado,
¿recibió el memo?” “Sí, gracias, Godínez. Y debo decir que es usted un
papanatas”. Aquí esas cosas no pasan. No es sólo el hecho de que
nuestras fotos de credencial son “locuaces” (el día de la foto, nos dan
props para salir haciendo cosas chistositas. Eso es padre, hasta que, en
un evento del GDF, ves junto a las credenciales de periodistas serios,
encorbatados, la tuya con peluca afro sacando la lengua). También
nuestros nombres son locuaces. Si tú llamas a esta oficina preguntando
por Rodrigo Díaz o por Javier Aceves, las operadoras te tomarán como un
demente y te colgarán. Aquí la gente nos conoce como Ruy, Xun, Baxter,
Niño, Tomatito, Calzón, Midori.
Obviamente, esos no son nuestros nombres
de pila (si pensabas lo contrario, tienes un severo problema de
apreciación de la realidad), pero así nos conocen todos, con el nombre
que decidimos tener. Así que somos como X-Men: usamos playeras vistosas
(no necesariamente con una X) y creemos que, si todo sale bien, en unos
meses estaremos desarrollando superpoderes. Espéralos.