Hace tres años, el ex piloto Jimmy Morales, director de la Escudería Telmex, le propuso a Carlos y al piloto Guillermo Rojas probarse en la Grand-Am Rolex Sports Car Series, con sede en Daytona. La idea era enriquecer el equipo de Scott Pruett —una leyenda del automovilismo—, al integrar sangre nueva a la escudería que los Slim tienen en sociedad con el empresario Chip Ganassi. «Si entro, a todo dar», fue la escueta frase que Carlos soltó a su hermano ante la cercanía de uno de sus grandes sueños: establecerse como piloto en Estados Unidos.
Finalmente, en octubre de 2006 Carlos viajó a Florida y se puso al volante de un Daytona Prototype. Al concluir la prueba, no sólo había mejorado los tiempos de Memo Rojas, sino del propio Pruett.

Confiado en que el triunfo le aseguraba ser el elegido, Carlos empezó a buscar casa en Indianápolis, sede del equipo de Ganassi. No contaba con que el 14 de diciembre de ese año recibiría uno de los golpes más duros de su trayectoria: Jimmy Morales le dijo que el fallo oficial favorecía a Rojas.

«Le habían ofrecido subir a otra categoría y pusieron pretextos, como que no dominaba el inglés —me dice su padre, aún molesto—. Cuando damos la palabra, los Pardo no necesitamos firmar nada: la injusticia es el único deporte que mi hijo no practicaba.»

Jimmy Morales, famoso por su franqueza, atribuye a la fortuna el desempeño de Carlos en aquella prueba: «Le tocó la buena suerte de mejorarle el tiempo a Pruett.»
—¿Por qué no fue el elegido? —cuestiono a Morales.
—Le fallaba el inglés y no tenía conocimiento de pistas.

En México, Carlos debía completar el Desafío Corona con su escudería. Disputaba con Rogelio López, cabeza a cabeza, el título de 2006. En Guadalajara, el 29 de octubre, lucharon por la punta toda la carrera. En la última vuelta, cuando Carlos era líder y faltaba poco para la meta, su jefe de equipo le ordenó dejarse rebasar por Rogelio, miembro de Telmex, la escudería hermana.
Su padre, quien ayudaba a Carlos como spotter —quien desde lo alto del autódromo informa por radio al piloto qué ocurre en la pista— al escuchar semejante orden pidió indignado a su hijo: «Párate antes de cruzar la meta e indícale con la mano que pase.»

Carlos obedeció. Frenó bruscamente, de un modo notorio, como para dejar en claro su protesta ante la decisión de su equipo.

Era la cuarta vez en el campeonato que le pedían dejar pasar a otro competidor. En diciembre, López se alzó campeón del serial.

COMO ANILLO AL DEDO

Dolido con Telmex por lo ocurrido en el campeonato y la negativa de llevarlo con Ganassi, recibió una contrapropuesta: prepararse en los circuitos de la Skip Barber Racing School —una suerte de universidad de pilotos— para al año siguiente probar suerte otra vez en Grand-Am. Pardo se negó. «Acababa de casarse y necesitaba dinero —dice Jimmy Morales—. En la Barber no le pagaban lo necesario y por eso nos dejó.»
Pero el padre de Carlos lo niega: «Dejó (Telcel) por las promesas incumplidas.»
Abandonó los colores de Slim en 2007 y en la recién creada serie NASCAR México defendió a la escudería Fitz-Contreras. Las cosas no funcionaron: acabó en octavo sitio, un lugar extraño para él, y afectado por una mala administración puso de su bolsillo para concluir la temporada.
El panorama fue oscuro hasta que Motorcraft, marca de refacciones Ford, compró el equipo y le inyectó recursos. Aunque únicamente pudo ascender al quinto lugar en 2008, con sólo una carrera ganada, estaba otra vez en un equipo fuerte. Quizá por esa necesidad de estabilidad, no toleraba que nada estuviera fuera de planificación, o en desorden. El spotter Miguel Gaytán, su compañero de cuarto antes de las carreras, sabe con qué cosas Carlos no negociaba: «Si yo dejaba unos tenis tirados, los sacaba a patadas.»

Hace unos meses, Eduardo Saldaña, ex ingeniero del Pardo Racing Team, lo contrató para trabajar en Ford Lomas Automotriz, en la salida a Toluca. Ahí, Carlos podría desarrollarse en una nueva área profesional sin abandonar el automovilismo deportivo. Su misión era desarrollar procesos para mejorar la calidad del servicio en las concesionarias Ford. Meticuloso, ordenado, Carlos tenía un muy buen puesto cerca de casa que le daba tranquilidad económica, una preocupación desde que se casó. Cada mañana, se levantaba y «desayunaba lo mismo de todos los días de su vida: cereal Corn Pops», dice su esposa. Y de ahí a la Ford: «Estaba extraordinariamente feliz —añade—. El trabajo le iba como anillo al dedo.»
En sus tiempos libres, Carlos se divertía: carritos a control remoto, gotcha, paddle, bicicleta, videojuegos. Lo importante era vivir con acción y adrenalina.
Y con frecuencia salía de la ciudad para recorrer caminos con sus motos Enduro KTM. Su compañero era Patrick Goeters, el chico con quien de niños jugaba cuando sus padres competían en moto. Aunque se conocieron cuando Carlos tenía tres años, hace cuatro se volvieron grandes amigos. Tiempo atrás, Patrick vendió a su amigo uno de sus objetos más preciados: una BMW doble propósito, con la que Carlos aún se transportaba. Y un par de años atrás viajaron con diez motociclistas más desde el DF a Monterrey por regiones serranas.
«Lo veía diario, casi más que a mi esposa. Éramos el uno para el otro, era como un hermano”, me dijo Patrick. Entre ellos había una frase (o un “acuerdo”): «nos compartimos todo, menos las motos y las esposas».
—¿Y cómo se llevaban Carlos y tu hermano Jorge? —le pregunto.
—Eran más distantes…