El coche de Goeters (quien no respondió a una solicitud de entrevista) golpeó el de Carlos, que se desintegró tras una desaceleración de 220 km/h a cero en centésimas de segundo. En medio del caos, la bandera roja ondeó: la carrera había concluido. Veinte segundos más tarde llegaron los oficiales de pista y paramédicos para sacarlo de la estructura tubular. Al advertir el accidente, su hermano detuvo su auto, descendió y se quitó el casco. La esposa de Carlos bajó a la pista. Desesperados, pretendían acercarse.

El helicóptero de Carlos Slim Domit aterrizó en la pista. Atendido por un paramédico, llegó entubado al Hospital Ángeles de Puebla. Francisco Ramírez, médico encargado de Urgencias, lo recibió con paro respiratorio y sin pulso: «Le dimos 25 minutos de rehabilitación. Ya no respondió.»

Tres días más tarde, NASCAR México preparó una misa a Carlos en la Iglesia de la Covadonga, en Lomas. Su padre, al pie del pasillo central del templo, se mantuvo en silencio al lado de Jorge Goeters. Miguel Ángel Sánchez, jefe de prensa del serial, se acercó a Jorge.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—El señor (José Manuel) me pidió que lo esperara aquí y eso voy a hacer.
Ana Cecilia arribó a la iglesia con las cenizas de Carlos. Junto a Goeters, recorrió el pasillo de un templo lleno de gente. Al final de la ceremonia, la gente aplaudió a Carlos por cerca de dos minutos.

DE PAQUETE

El jefe de la familia creó en 96 Pardo Racing Team, escudería que él autofinanciaba, y compró a cada hijo su moto. Para competir, Carlos pegó en su vehículo la estampa de un Pelegrín, la imagen de un peregrino de Galicia, donde nacieron su madre y abuelos.
Para entrenarse, Carlos llevaba a su amigo Emmanuel “de paquete” en su espalda en la Libre a Cuernavaca y otros caminos por Valle de Bravo. «A 270 km/h, casi acostados en las curvas —cuenta su amigo—, yo confiaba ciegamente en su manejo.»
En principio, Carlos y Rubén fueron capaces de correr con su escudería en la misma moto, en una suerte de relevos. Pero la competencia entre ellos era intensa: había demasiados deseos de ganar de forma independiente y la tensión subió de tono. Su padre, preocupado por la pugna familiar, decidió que al siguiente año cada uno corriera en su propio vehículo.
La solución de separar a los hermanos no pudo ser más efectiva. Lograron en sus Honda una doble victoria en el serial Super Bike: Rubén fue campeón de la categoría 600 c.c. y Carlos de la categoría Libre 900 c.c.
No hubo nadie mejor en un serial que, en varias carreras, ganaron de punta a punta.

EL BUENO Y EL MALO

«Carlos era el bueno y yo el malo —dice Rubén—. Él veía a futuro y yo el día a día. En una etapa me valía absolutamente madres todo y a él no.» En la familia, Carlos era el formal y ordenado. Rubén, el desmadroso y explosivo.» Si le tomaba una de sus gafas y las ponía en el mismo lugar, él se daba cuenta que las había tomado», añade.
Por ejemplo, como Carlos no tomaba ni fumaba, en las fiestas era el “conductor designado”. Y si sus amigos le pedían ir a los arrancones de Satélite, se negaba. Aunque no le parecía digno exponer en carreras clandestinas a su Shadow negro GTS, achaparrado y con spoilers, sí gozaba probando su moto en las calles de la ciudad.
Un fin de semana, volviendo de Taxco, retó a su padre en las curvas de Insurgentes Sur, frente al Instituto de Neurología.
Su papá, sobre una Fireblade Honda, arrancó más rápido. Carlos intentó acortar forzando su máquina, cuando un peatón alterado les hizo señales para que pararan: metros adelante, un accidente había dejado un gran charco de diesel. Carlos soltó la moto, saltó y dejó que el vehículo se estrellara contra una ambulancia estacionada. Con la inercia de su cuerpo a más de 100 km/h, debió correr a saltos varios metros sobre el pavimento. Había salvado su vida con una acrobacia propia de Evel Knievel, el daredevil de Montana.
Pero, debido a su seguridad al manejar, ningún accidente le quitaba el sueño. «Carlos sólo iba a dejar las carreras anciano o muerto», dice su amigo Emmanuel.