Villa Romana-Alebrije
Pubertos en euforia

A finales de esta década el sur del DF acaparaba toda la noche de antro. Y los máximos representantes eran estos dos. “ Villa” era lo más cercano a Las Vegas que ha tenido el DF. Una especie de Partenón con el estilo kitsch-fresa tan de moda a finales de los 90. Ahí la banda adolescente clasemediera vivió sus mejores momentos de euforia, entre mucho vodka con jugo de uva y música pop toda la noche. El Alebrije iba por la misma línea, aunque con una decoración mucho más minimalista y un poco más fresa. Para los norteños —y algunos renegados del sur—, la onda era ir a La Boom, que era como estar en Acapulco. Un lugar enorme donde, dicen, se conseguía la mejor cocaína del DF.

Bulldog
Sigue rockeando

Algo tiene este lugar que lo ha hecho permanecer casi 18 años abierto y lleno. Con el concepto barra libre-rock en vivo-buena música-ligue casi garantizado, sigue rockeando fuerte. Cuando inició, dice Bruno —antiguo cliente— como si se tratara de un secreto de Estado: “El Bulldog fue la ventana para introducir los ácidos europeos al DF. Había una red de chavas bien guapas que te hacían la plática, bailaban unas rolas contigo y luego te ofrecían los ácidos”.

Más allá de las drogas, las generaciones pasan y el perrito sigue rockeando. Cada fin de semana las filas dan la vuelta a la cuadra y la cadena sigue llena de chavos que no irán a la barra libre, sino pedirán botella.

Donde las drogas sí eran constantes era en el L.U.C.C, “La Última Carcajada de la Cumbancha”, el principal escenario de la escena punketa-rockera. Baste decir que ahí tocó Jane’s Addiction, en un espacio pequeñísimo alumbrado con spots y con las paredes adornadas con graffitis realizados por las mismas bandas.

Living
Casona multicolor

Una vieja casona en la Roma, ambientada con antigüedades y con unas luces muy bajas eran el escenario propicio para que la banda gay y a la que le late el reven electrónico acudiera a escuchar a los mejores DJ’s del momento. Era el espacio “alternativo”. Estaba dividido en varios “ambientes”: el mejor y más concurrido era el electrónico, pero también había uno con música pop y otro tipo lounge. En la parte de arriba había algunos cuartitos que eran conocidos como “los privados”, que aunque no llegaban a dark rooms, en ellos sí se podía ver fajes intensos. En el Living no importaba mucho si eras buga, pues de todas maneras la podías pasar bomba. Uno de sus mayores atractivos, y de los más recordados, es el de un percusionista que tocaba la canción de Safri Duo, con el torso desnudo y con láser apuntándole directamente.

El Bar Milán
Milagros y actores

Si uno iba ahí durante los noventa no era raro encontrar, justo atrás de la barra del fondo, al actor Daniel Giménez Cacho revisando que los Milagros (pancholares que hasta la fecha sirven como moneda interna del antro) no se esfumaran en ágiles actos de prestidigitación barmánica.

Al bar se le asociaba con el movimiento teatral del DF: actores, actrices, directores, escenógrafos, se daban cita para colaborar con el financiamiento de obras teatrales, al igual que banda alternativa que acudía bajo la promesa de precios accesibles y un ambiente desenfadado, con música ecléctica.
Muchos asocian al lugar como un terreno propicio para el ligue por sus barras atiborradas, sus luces bajas o sus áreas pequeñas que hasta hoy asemejan un metrobús en hora pico.

El hijo del cuervo
Cultura y cervezas

Surgió por iniciativa del ex matrimonio conformado por los artistas Carmen Boullosa y Alejandro Aura. Toda la semana parecía viernes en el antro-cantina-peña más famoso de la plaza de Coyoacán, donde se podía encontrar a toda la fauna chilanga.

El divorcio entre artistas llegó y El hijo del cuervo fue vendido. Después de una remodelación, continuó, aunque más yuppie, con el mismo concepto.

La música inclinada hacia el pop comercial (donde incluso hasta Britney Spears era bienvenida) siguió amenizando cada velada, al igual que algunas presentaciones de libros y eventos culturales organizados en su sección central, misma que podía ser convertida en salón con sólo mover unas sillas, cerrar unas puertas y correr unas cortinas.

Medusas
Ácido y electrónica
Los vampiros de la noche expertos en abrir “las puertas de la percepción” coinciden en que el ácido y la tacha en la cultura chilanga antreril surgió en el Medusas, que mimetizó lo mejor del movimiento electrónico-tecno-rave.

Su decoración era lo kitsch-oficinista, como de restaurante Freeday, apoyada en fotos e ilustraciones: un Chaplin-Hitler o las “valquirias tecno”.

Medusas


A las dos de la mañana, el mural New Age que exhibía una gran medusa fosforescente se convertía en el símbolo de la noche ácida. Los meseros dealers catalogaban a las drogas como Águilas, Soles y Cielos. Bellas chicas bailaban en jaulas que se perdían entre los efectos de láser y neón, alguna vez mencionados por la revista Billboard como “la mejor iluminación de antros en Latinoamérica”.

Junto con él, El Colmillo afianzó la onda raver-fresa en el submundo antreril en una época en donde esta música comenzó a hacerse popular y lo cool era escuchar sólo lo que no era comercial.