Disciplinada, simpática, desenvuelta, Lolita era un buen partido para el cine. Para la cinta La Pachanga, el director José Estrada le asignó el rol de Celestina, una niña despreciada de la Viaducto Piedad que se entera de un secreto: su hermana, de 14 años, fue violada. En su primera experiencia ante las cámaras de cine, alternó con doña Carmelita González, Pedro Weber “Chatanuga” y Julissa.
En el día final de filmación, un viernes de 1980, Lolita se acercó al director.
—Señor Estrada, mañana vaya a mi Primera Comunión.
—Lola, no puedes hacer tu Primera Comunión, mañana la grabación sigue.
—¿No acababa hoy?
—No, Lola. Lo siento.
—Señor, además viene Parchís…
Cuando esa noche su madre la buscó en el set, Lolita le contó abatida. Dolores reclamó al director: «N’ombre, ¿cómo crees? —le dijo Estrada—. ¡Era una broma!»
A la otra mañana, Lola hizo con su hermana la Primera Comunión. De regreso de la fiesta, hacia las 3 pm, todo se complicó. «Me sentía grave, con fiebre. Todos fueron a ver a Parchis, y yo en la casa, llorando». En el hospital, la doctora dio su diagnóstico: «Señora, su hija tiene una crisis nerviosa. Necesita descansar». El estrés de la vida laboral, a sus 10 años, le había hecho daño.
«Mi hermana regresó diciendo: “fue el mejor show de mi vida” —recuerda Lolita—. Yo nunca más vi a Parchís, y ella conoció a Tino, por supuesto…»

VOZ DE ADULTO

Un instante después de que Raúl Velasco la presentó —junto a una botarga de marciano con un cartel que decía “Lolita Cortés” —, los augurios no eran buenos: apareció en vivo, frente a la cámara del Primer Festival Juguemos a Cantar 1982, como una mansa campesina holandesa de colitas. Su canción, “Don Quijote y Sancho Panza”, era de una ridiculez sublime. Pero tres minutos después, tras la última estrofa, el grito del foro de Televisa se desbarrancó: «¡Lo-li-ta, Lo-li-ta!». La niña mostraba una técnica de canto depuradísima, como una soprano consumada, y un vibrato genial, anormal a su edad.
Aunque elegida como una de las 15 mejores del concurso, los susurros del jurado no le ayudaron: «Tiene una voz de adulto».
«Llegué a pensar que cantaba mal —dice— y que debía hacerlo como las demás: sin vibrato». Lola hace una pausa y mira a la calle: «Los adultos piensan que los niños somos (sic) muy estúpidos».
La madre de dos hijos que se define como “niña” termina la frase alzando el cuello, en un gesto orgulloso: imagino un cisne.
EN SHOCK
Que Lolita tuviera una voz adulta no era del todo falso, y tampoco que actuara con más madurez que otros niños. Julissa la integró al musical Vaselina del que era parte Timbiriche. Le dio el papel de una niña sarcástica que con pasitos pispiretos decía: «¿Por qué no me llevas de pareja al baile?, yo también puedo hacerle al cuento de la niña buena», para enseguida cantar: Soy Angélica María / dulce y buena todo el día / estoy siempre encerrada en casa con mamá.
Desde entonces, su umbral de tolerancia era limitado. A sus 14 años no concebía la indisciplina. «Venía dándole duro y llego a Vaselina —me cuenta—, donde nadie llega a tiempo, no saben los textos, nadie baila, no cantan. Les valía: yo estaba entre chavitos que jugaban al teatro. En shock».
Su situación tirante con varios actores, sobre todo con Álix (una de las integrantes de Timbiriche), despertó la suspicacia de un reportero que la encaró en una entrevista que puede verse en Youtube.
—¿Algo de Vaselina te desagrada?
—Todo me gusta de esta obra. Me encanta, quiero seguir en ella, me encantan todos mis amigos, son muy lindos todos conmigo. ¿Algo de Vaselina que me desagrade? Nada, no le encuentro nada.
«Mi rebeldía se limitaba a no hablar —admite ahora—, no decía absolutamente nada, no les iba a mentar la madre».
En el fondo, Vaselina sí le dio motivos parta estar “encantada”: conoció ahí a Alex Ibarra —dos años menor que ella—, su primer gran amor.