«Ahorita quiero que entrevistes a mi esposa», me dice Juan Manuel. El comandante señala sonriente a su maquillada secretaria, que me aclara, con una risita apenada: «no le creas, está jugando contigo.»

Cordial, me hace pasar a su oficina. Su espacio de trabajo es tan pequeño que apenas entran tres sillas y su escritorio, base de un complejo entramado de aparatos: hay un celular, un Nextel, dos radios, un dispositivo de banda ancha, un walkie talkie y un móvil Android.

Antes de iniciar, coloca su placa, la 4487, sobre la mesa.

—¿Por qué, si estaba cargada, del arma del agresor no salió ninguna de las balas que iban dirigidas a usted?

El señor no conoce de armas: la abasteció en el sentido de las manecillas. Puso tres tiros y dejó tres espacios libres. Accionó tres veces donde no había balas y por eso estoy aquí platicando contigo.

—¿Tuvo miedo? —pregunto.

—No. Yo tenía la adrenalina arriba y tengo que estar en mis cinco sentidos. Cualquier error me cuesta la vida. Mi objetivo era: «No importa si me lesionas, voy sobre de ti.» Si me dispara y muero, mis compañeros de atrás lo sometían. Es poner en riesgo una vida para salvar no sé cuántas más. Cuando me realiza los tres disparos, ni me agacho ni me retiro.