Dan Ismaj Morgenstern llega puntual al café donde acordamos hacer la entrevista. Se presenta como chef y vendedor de arte. Tiene 41 años de edad, es judío y nació en la ciudad de México. Debe medir alrededor de 1.80m.
Fuma Marlboro rojos y usa brazaletes de hilo en las muñecas.

Tras insistirle, acepta posar para la cámara. «Nada más no se las vayan a dar a la policía», advierte en tono irónico y sigue con la sesión de fotos.

Le pregunto de dónde nació su gusto por el arte y por la cocina. «Tuve la ventaja de tener unos papás que les gustaba esto. De mi mamá, también nace el gusto por cocinar. Es padrísimo estar involucrado en un ambiente de cocina y en uno de artistas», me cuenta.

También dice que se dedica a la venta de arte desde hace 17 años, que lo ha hecho siempre por su cuenta y que no necesita casi ninguna inversión. «Es salir a vender de puerta en puerta». Está concentrado en las preguntas, un poco tenso y me mira fijamente cuando habla.

—A diferencia de otros objetos, ¿cómo es vender arte?
—Realmente difícil. No le puedes vender a todo el mundo… empiezas a conocer sus gustos. Sabes a quién le gusta lo moderno; a quién lo abstracto, a quién lo realista; el arte sacro, las antigüedades, la escultura… dependiendo
de eso, más o menos tienes una idea de a quién se lo vas a ofrecer.
—¿Como a cuántos artistas manejas?
—Por lo general vas con pocos; los que te llaman la atención. No es descubrir el hilo negropero sí buscar a los que tienen una creatividad, a mi manera de ver, superior a otros del mercado —evita decirme un número.
—Mira, investigando sobre ti en internet, encontré una información de una pintora que dice que te llevaste unos cuadros y no se los pagaste, ¿es cierto?
—No sé quién sea la pintora pero siempre en el mundo del arte corren muchos rumores, ellos llegan a una negociación contigo y tal vez luego no la quieren respetar. Tratan de quemarte vía internet o cualquier otro medio.

Lo miro con atención. La piel de su rostro ha enrojecido súbitamente y noto una ligera transpiración. No ha dejado de juguetear con su celular, dándole vueltas en la mano.
—Sé que es un poco incómodo, pero no puedo ignorar esa información…
—No, no, no es incómodo. Hay mucha gente que… es la necesidad de un pintor. Hoy vende un cuadro en 100 mil pesos, pero si mañana no tiene pa’ comer, lo remata en 300 pesos y luego la culpa es tuya.
—Es un poco difícil comprobar quién tiene la razón cuando la negociación no fue por escrito, ¿no?
—Hay mucho bajo contrato. La mayoría de los pintores con los que trabajo saben dónde vivo. Tú no le das cuadros a desconocidos en la calle y le dices: llévatelos. Yo no tengo galería pero siempre hay un punto donde eres «localizable», entonces no te pueden tachar de que hiciste algo mal.
—Entonces tú estás…
—…Sí, yo estoy tranquilo, libre de culpas.

Habla en un tono más bajo.
—Ha pasado con mucha gente, pasa muy seguido. Tienes cuadros de alguien y de pronto se volvió famoso, y ahora los quieren de regreso. Hay muchos pintores que pretenden volver a venderlos o te dicen que en vez de pagarte con una comisión, te dan un cuadro… y tú tienes esos y ahora te corretean como si fueras el que tiene la culpa.
—Pero en general no es así, ¿o sí? ¿no tienes muchas broncas?
—No, no, ni vas a lidiar… ni con broncas que sean de ley, legales, ni nada. El hecho de que te balconeen en internet se me hace una cobardía, ¿no? Es el «I google you» y va a salir una tontería. Es como en cualquier negocio, tiene
sus pros y sus contras, pero si no te fijas bien, va a ser el «me transó, me robó». Con ella me pasó, espero que no me pase con nadie más. No me da espacio de intervenir, continúa su monólogo:
—Yo aquí estoy. Si fuera tan terrible, ya me hubieran localizado, ¿no? Cuando alguien te debe dinero, se la haces de tos, es normal, por todos los medios que tengas posibles. No digo ella, cualquier pintor, le robas un cuadro… ¿no harías lo imposible por meterlo al bote?
—Me imagino que sí
—Ya sabe dónde vivo. No por estarme justificando, o sea, a mí me da igual, es como mi divorcio, alguien te habla, te amenaza y te dice:«Me las vas a pagar». Pues aquí estoy en mi casa. Manda la ley, me tienen que detener. Durante unos instantes, bromea acerca de lo que se puede descubrir en internet, «de cualquiera salen cosas malas», asegura.
—Por cierto, en internet dice que soy adulto con déficit de atención… eso lo puse yo. En la página web de la Asociación Mexicana por el Déficit de Atención, Hiperactividad y Trastornos Asociados, A.C. hay un «Testimonio
de un adulto con TDAH» firmado por él, donde habla de su vida con este trastorno: «perdía mi trabajo me daba pena tener que enfrentarme a mi familia para explicar lo sucedido entonces mentía, luego ya no tenia un solo problema era sin trabajo mas la mentira que me llevaba a otras cosas. la primera ves te lo creen pero después se vuelve rutina (sic)».

Adriana Pérez de Legaspi, directora de esta asociación, explica que «ocho de cada diez niños o adolescentes que padecen TDAH presentan comorbilidad: coexiste con, aunque no es causa de, otros trastornos asociados, como el Disocial (TD), el cual incluye mentir, engañar, cometer un fraude o hurtar entre sus manifestaciones». Éste puede derivar en la adultez en un Trastorno de Personalidad Antisocial (TPA). Además, los síntomas de la hiperactividad
a veces obstaculizan el desempeño en el trabajo y agravan el comportamiento. «Le debe ocurrir muy seguido que se le olvidó dónde dejó el cuadro, no le pagó a tal, no pasó a cobrar, ya le dio pena, entonces mejor se desaparece el TDAH no lo debe disculpar».

-Tener déficit de atención era muy divertido-suelta Dan.
-¿Muy divertido?
-Ya está controlado con medicinas, entonces… se acabó el chiste.

Me platica que ahora le gusta pintar. Me enseña lo que ha hecho. Entre los bosquejos, unos mosaicos en acrílico con dibujos de rostros me parecen conocidos. Después me doy cuenta: la «obra de Dan Ismaj» es idéntica a la serie «Muecas» de Alejandro Candelas, otro de los artistas de Arte Joven.