Nosotros, la generación que ahora tiene hijos, crecimos pensando que parte de la vida es aprender a defenderse. Nos tocó ver golpizas fuera de las escuelas, a los clásicos chavitos a los que todos traían de bajada, y aprendimos erróneamente que la violencia es algo natural en los niños. Hoy este problema rebasa las acciones que el sistema escolar y los padres puedan tomar. El nombre también se adapta a los tiempos: hoy se llama “bullying” (proviene de “bully”, molestón en inglés), y se ha intensificado en todo el mundo.

El principio

Comienza en la primaria con niños problemáticos, pero termina con golpizas en salones de preparatoria, alumnos con crisis nerviosas y un sistema escolar que aún trata de entender dónde comienza el problema: el bullying, moda entre niños y adolescentes que equivale a una infantil ley de la selva. El alumno vive agredido por sus compañeros, y aunque podría verse como cosa de niños, es en realidad un problema que involucra tres vértices: agresor, víctima y testigos. El agresor suele ser un niño que necesita sentirse importante, y que en muchos casos sufre de violencia en su propia familia. Las víctimas, según Martha Páramo, coordinadora de un proyecto de la UNAM para prevenir riesgos psicosociales en adolescentes, «suelen ser débiles, inseguras, ansiosas, sensibles o que presentan rasgos diferentes, comousar lentes, tener sobrepeso, acné: cualquier diferencia susceptible de ser objeto de ridículo». Los testigos también participan. Según Páramo, «el silencio de autoridades educativas es una manera de legitimar el acoso».
El bullying toma varias formas: físico, verbal (insultar, ridiculizar, imitar, difamar), ciberbullying (a través del celular o de Internet). Una de las formas más graves consiste en grabar un video vejatorio y subirlo a la red. «En esos casos no hay mucho por hacer», dice Claudia Cianca, coordinadora de Orientación Educativa del Centro Universitario México, «nuestro rango de acción termina a diez metros de la escuela. Este problema inicia en casa, con jóvenes y niños demasiado expuestos a información que promueve la violencia, y sin límites por parte de sus padres».
Los síntomas del bullying son claros. El niño inventará enfermedades para no ir a la escuela, somatizará (dolor de cuerpo o cabeza, náuseas, mareos, vómito), presentará síntomas como la enuresis (hacerse pipí en la cama). Quizá su desempeño escolar baje, padezca pesadillas o insomnio, se vuelva apático, se fatigue y presente conducta autodestructiva, que puede llegar a pensamientos suicidas.

¿Qué hacer?

El bullying es un problema que debe atacarse desde por lo menos dos ángulos: la escuela y la casa, pero en realidad no se atiende del todo bien en la mayor parte de los casos: «Cuando se presenta un caso, requerimos que el alumno agredido presente testigos o muestras de la vejación: moretones, raspaduras, golpes, que comprueben ante la DGIRE de la UNAM que la agresión no es inventada —nos dice Claudia Cianca—. Una vez que se comprueba el ataque, el agresor es expulsado de la escuela, y se le recomienda al agredido que acuda a terapia una o dos veces por semana. El 80% de las veces, estos alumnos no van a su terapia.» ¿Entonces qué hacer?: «Tendríamos que promover programas de prevención, capacitación de profesores, refuerzo de la cultura de la denuncia entre los alumnos, representantes de grupo que vigilen a sus compañeros, y más rigor en el reglamento, pero todavía estamos lejos de ello», confiesa Claudia. ¿Qué tan lejos? Muchas instituciones no tienen regulación al respecto, como nos refiere Claudia: «El bullying se volvió causal de expulsión en esta escuela apenas el año pasado.»

Cifras

En la primera Encuesta Nacional sobre Exclusión, Tolerancia y Violencia en Escuelas Públicas, publicada en 2008 por la SEP, se concluye que los adolescentes de hoy no toleran muy bien la diversidad. Aquí varias cifras de terror:
– 54% de los alumnos encuestados dice que no quisiera compartir clase con enfermos de SIDA.
– 58% no quisiera mezclarse con homosexuales.
– 47.7% reporta no querer juntarse con indígenas (en un país como éste…)
44.6% de los hombres encuestados admite haber abusado de sus compañeros, 22.6% de las chicas también.
– O sea: la mitad de los alumnos (salvo las niñas) tiende al bullying.