¿En qué consistían?

Los clásicos amarranavajas del salón, que ejercen sobre ti un dominio absoluto: ya sea que te molesten con palabras, que casi siempre es lo peor, o de plano te anden dando zapes, empujones o hasta te reten a unos golpes “a la salida”.

¿Cómo los combatíamos?

De varias formas: una era, claro, acusarlos con la maestra. ¿Pero funcionaba? ¡Desde luego que no! Si acaso avivabas su ira. La otra era enfrentarlos, con las consecuencias esperadas (llorar, la más común). Y la tercera, que no sabemos si es la peor o la mejor, era hacerse igual que ellos. Si no puedes contra el enemigo, únetele.

¿Cuál es la versión adulta?

Muchas: siempre hay una persona hostil en tu entorno, que tratará de hacerte la vida de cuadritos motivada por la envidia, el rencor o la mera mala leche y ganas de jorobar. Aquí, aunque no nos guste, lo único que funciona es la llana indiferencia.