Arracadas, jeans apretados, tacones altos de acrílico, uñas del mismo material. Las edades de “las muchachas” son muy variadas. Unas lucen rostros adolescentes, otras que podrían ser sus madres o sus tías recurren al maquillaje para disimular el paso de los años. Cuerpos delgados contrastan con los vientres abultados que no alcanzan a ser contenidos por las blusas elásticas. Así de variopintas son las chavas que se dedican “al talón” en La Meche.

Se recargan sobre las cortinas metálicas de los establecimientos, en las esquinas y en los muros de la calle de San Pablo, una de las zonas de tolerancia más conocidas para el ejercicio del sexoservicio en la Ciudad de México. Este tramo que dura apenas seis calles, desde el Mercado de la Merced hasta que se convierte en Izazaga, es también un espacio de comercio importante donde se expenden equipos y accesorios para ciclismo. Las chicas están a las puertas de negocios como “Bikla”, “El de los movidos” o “Novedades El Tigre”. Este domingo 7 de junio es día de elecciones pero ellas decidieron no ir a votar.

“Camínale y déjame trabajar”

Me acerco a “Rubí” y su rostro se muestra receptivo, casi dulce. Cuando le digo que soy prensa su actitud cambia por completo. “No te voy a contestar”, me responde cuando le pregunto si ya acudió a votar o si piensa hacerlo. Le pregunto por qué, en una última tentativa por obtener algo de información. “Me vas a meter en problemas. ¿Quieres que te diga? No, no voy a votar. Ya te contesté, camínale y déjame trabajar”.

Saca un celular de la bolsa y hace como que le marca a alguien. ¿A una amiga? ¿Su padrote? Decido no quedarme a averiguar. Le agradezco que me haya contestado y me muevo de ahí. A lo mejor más adelante me encuentro con alguna chava que esté menos a la defensiva. Con varias es lo mismo. Decidido replantear mi estrategia. Empiezo a hacerles la plática y ya en confianza les pregunto sobre su intención de voto. Y así la cosa cambia. La palabra “prensa” es la que les da comezón.

“Todos los años es la misma chingadera”

Entrevisto a casi 30 chavas. Sus respuestas son casi copias al carbón: “¿Para qué? Nada más prometen pendejadas y no cumplen”, “Todos los años es la misma chingadera, vienen y nos prometen cosas y seguimos igual”, “vamos a seguir en la misma mierda, prefiero agarrar un cliente que perder el tiempo yendo a votar”. “Aunque quisiera, yo no soy de aquí”, me responde una chica. Su rostro con acentos mayas y su voz me confirman que no miente.

Una a una, las chavas muestran un interés nulo en las elecciones. Se carcajean abiertamente, no son risas divertidas sino amargas, de mujeres a las que se les han prometido mejores situaciones de vida y han sufrido la decepción de ver ciclos interminables de prácticas clientelares que las usan para llenar urnas y luego las olvidan.

La casilla desierta

88759

(Pável M. Gaona)

En la casilla de la sección 4755 ubicada en Jesús María 139, la que corresponde a la calle de San Pablo, sólo hay funcionarios de casilla y representantes de los diferentes partidos. Estos centinelas de la democracia no tienen a quién vigilar, los crayones están casi sin usar y ellos más bien aprovechan el tiempo para hacerse bromas. Cuando les pregunto si puedo tomar una foto para mostrar la ausencia de votantes, acceden sin problemas.

La representante de casilla reconoce que muy poca gente ha acudido. “Esperábamos más gente. A lo mejor es que está jugando la selección y la gente prefiere ver el futbol”. Afuera hay un chico encargado de recolectar información para las encuestas de salida, quien se muestra aburrido y acalorado: “llevo acá desde las 8 de la mañana que abrió la casilla y si han venido 60 personas a votar es mucho. La gente aquí no vino, no hay a quién encuestar”.

La Paloma, La Alondra y La Gaby

Ya está a punto de cerrar la casilla y ni por eso se juntó más gente. Confié en que, como buenos mexicanos que hacemos todo “a la mera hora”, al final se lanzaría más gente a votar. No fue así. Los negocios de bicicletas comienzan a cerrar mientras la oferta de cuerpos aumenta. Encuentro a tres chavas echando cotorreo y les pregunto sus impresiones antes de irme.

“¿Votar? ¿Para qué? Sabemos que nadie nos va a regalar nada, ya nos sabemos sus pinches choros de siempre”. Les pido una foto para ilustrar mi nota. “Pero nada más de los pies, que no salgan nuestras caras”. “Además hoy traemos zapato bueno, son Andrea”. Les tomo algunas, escogen una y me hacen borrar las demás. Me hacen prometer que volveré para enseñarles la nota. “¿Y cómo les pongo para el pie de foto?”, les pregunto. “La Paloma, la Alondra y la Gaby”, se ríen. Me despido de ellas y un señor se acerca a preguntarles cuánto. Las chavas de la Meche ya no se dejan engañar. A todos los mexicanos nos la dejan ir, pero ellas al menos cobran.

¿Y ustedes, fueron a votar?

También checa:

El legendario Hotel Mazatlán
La Merced: la zona roja chilanga
Visitamos el Savoy: un clásico del cine porno chilango